Últimas cartas a Kansas, Sofía Castañón. Recuerdo leerme el poemario de Sofía una tarde de autobús de vuelta a casa de mi madre. Recuerdo el camino largo entre las calles y el camino corto que es leer algo que es breve y es intenso.

Será preciso

volver a robar la fruta,

volver a robar la fruta,

conocer la ira a través

de lo innecesario,

entender nuestro miedo

a mordiscos de manzana.

Al final,

como siempre,

vallaremos pomaradas

y los delitos volverán a ser de sangre

y el olvido hará el resto.

Medea, Chantal Maillard. Medea es un viaje por la mitología y la contemporaneidad, y por la historia de una mujer en una búsqueda que es pérdida. Y Chantal Maillard consigue que cada palabra sea afilada, que cada verso haga un estoque. Para mí, un libro necesario.

El hambre es el combustible

la muerte la semilla

la existencia una rueda

de la que caen seres

como granos de trigo de cosecha.

El mundo es escenario de un furor

sin tregua y sin comienzo.

Compasión:

la parte que heredamos de

los ángeles caídos.

Culpa:

la parte que heredamos de los dioses.

La belleza del marido. Un ensayo narrativo en 29 tangos, Anne Carson. Puedo recomendaros este poemario, pero cayendo en que realmente es una tontería: todos los libros de Anne Carson se merecen estar en vuestra estantería, absolutamente todos. Y puedo decir más: Carson es la razón por la que aprecio la lectura en el idioma original, porque leerla en castellano no le hace justicia (y afortunadamente “La belleza del marido” es una edición bilingüe). Leed a Anne Carson. Ya está, leedla, y nada más.

Información interna.

La buscó. La buscó por todas partes. A través de la desnudez

de su imaginación. En el dolor. En madrigueras. Como un

              vislumbre de ciervos en la lejanía de un bosque a finales de invierno.

Él sabía que aniquilaría a los ciervos.

La buscaba en su virginidad ahí por todas partes (deshecha y huida)

                                             de arriba abajo

en los pequeños telares y en el verde blanquecino y los escalofríos.

La buscó en la cinta de su misal.

En el desvanecido olor oscuro de su satén.

En la puntualidad.

La buscó en la palabra amante pero no estaba ahí, debía haberse

refugiado en ese portal desde el principio pero era ya

de noche.

Hizo que también la noche la buscara.

Noche posible, imposible noche, estacas, cuerdas, atándola hasta su propia

personificación de

sí mismo.

Su mano a punto de quitarse una mancha de la cara era la cara de ella.

Vacilar,

Ah vacilar.

Poemas de convivencia, Percy y Mary Shelley. Otro libro que me resulta imprescindible. Diría que lo más interesante son los poemas que la pareja escribió durante aquel matrimonio que no fue perfecto, pero el libro también recoge cartas y yo siempre guardo especial cariño a las cartas. Los poemas son preciosos, y la edición de Alba Editorial los muestra en ambos idiomas (siempre doy gracias por las ediciones bilingües).

De Mary a Percy

25 de octubre de 1814

Por culpa del escaso minuto que te vi ayer (¿es esta la cantidad de tiempo sobre la que vamos a sustentar nuestro amor?) cada poco rato abro los ojos y te busco a ver si descubro que ya has vuelto, querido Shelley. Eres solitario y áspero, de manera que no me permites estar a tu lado para animar tu corazón, para presionar tu alegría. Amor mío, cada poco tiempo me repito lo mismo: ya que no tienes amigos, ¿por qué este empecinamiento en separarte de la única persona que siente afecto por ti?

Pero te veré esta noche y de esta esperanza me alimentaré todo el día. Sé feliz, querido Shelley, y piensa en mí. ¿Por qué te pido esto? ¿Por qué tantas precauciones? Sé que tú también me amas con ternura y que sufres tanto como yo estos periodos de ausencia, ¿cuándo nos liberaremos del miedo a la traición?

Tu Mary, que te ama tan tiernamente.

Poesía completa, Emily Brontë. De nuevo otra edición bilingüe de Alba Editorial. Puedo reconocer que todavía no he leído “Cumbres Borrascosas” pero, si estoy enamorada de los versos de Emily, tengo millones de ganas de leer su prosa.

No debería haber desesperación para ti

mientras ardan las estrellas nocturnas;

mientras la tarde derrame su silencioso rocío

y la luz del sol bañe en oro la mañana.

No debería haber desesperación para ti… pero las lágrimas

puede que fluyan como un río:

¿no están aquellos a quienes más quisiste

alrededor de tu corazón para siempre?

Ellos lloran, tú lloras, así debe ser;

los vientos suspiran cuando tú suspiras,

y el invierno su pena sepulta bajo la nieve

donde yacen las hojas caídas del otoño;

sin embargo, estas reviven, y de su destino

tu destino no puede separarse:

emprende, pues, el viaje, aunque no sea agradable,

corazón que nunca se ha roto.

La canción de amor y de muerte del alférez Christoph Rilke, Rainer Maria Rilke. La prosa poética más bonita que he leído. Qué es el hogar, qué es la guerra, qué es el amor, se pregunta Christoph en su viaje rodeado de muerte; todo eso nos describe Rilke.

El castillo se apaga lentamente. Todos se sienten pesados: de fatiga o de amor o de embriaguez. Después de tantas noches de campamento largas y vacías: lechos. Amplios lechos de roble. En ellos se reza de otra manera que en el miserable surco improvisado que, cuando uno quiere dormirse, se vuelve como una tumba.

—¡Señor, como gustéis!

En el lecho, las plegarias son más cortas. Y más ardientes.

Hilos de seda, Amalia Bautista. Si Chantal Maillard nos habla de Medea, Amalia Bautista nos introduce a la mujer doliente que podríamos haber encontrado en Aracne. Y sus palabras son cortas, pero absolutamente certeras.

Un día conocí a un tipo tan raro

que todavía lo recuerdo. Dijo

que estaba condenado de por vida

a soportar el peso de una enorme

piedra sobre sus hombros, y que nunca

lograría llevarla a su destino.

Me contuve las ganas de decirle

“¿y qué crees que hago yo con estos hilos?”

La voz a ti debida, Pedro Salinas. A veces, cuando quiero leer del amor, vuelvo a Salinas. A hablar del amor, de amar, de ser amada y ser amante, incluso aunque en cada palabra halle verdades a medias o sentencias que hoy diría que están equivocadas. No importa. Siempre vuelvo a él.

No, no te quieren, no.

Tú sí que estás queriendo.

El amor que te sobra

se lo reparten seres

y cosas que tú miras,

que tú tocas, que nunca

tuvieron amor antes.

Cuando dices: “Me quieren

los tigres o las sombras”

es que estuviste en selvas o en noches,

paseando tu gran ansia de amar.

No sirves para ser amada;

tú siempre ganarás,

queriendo, al que te quiera.

Amante, amada no.

Y lo que yo te dé,

rendido, aquí, adorándote,

tú misma te lo das:

es tu amor implacable,

sin pareja posible,

que regresa a sí mismo

a través de este cuerpo

mío, transido ya

del recuerdo sin fin,

sin olvido, por siempre,

de que sirvió una vez

para que tú pasaras

por él —aún siendo el fuego—

ciego, hacia tu destino.

De que un día entre todos

llegaste

a tu amor por mi amor.

Poesía última, Vicente Huidobro. Esta es la última recomendación, pero para mí es la más importante. No creo que Huidobro sea para cualquiera, aunque es la poesía que más me ha ayudado a entender y conformar la mía propia (aunque haya tanta distancia entre una y otra); y es que Huidobro son colores y paisajes e imágenes mentales tan precisas y alejadas… Como mirar un cuadro que no llegas a entender del todo, pero que deja una impresión tan fuerte que no puedes ignorar.

Y allí estás hecho árbol por exceso de piedra

Hecho animal por exceso de árbol

Hecho hombre por exceso de animal taciturno

Allí estás tan doloroso en tus huesos pensadores

Tan acostumbrado a tu carne profética

Y tan feliz sobre tu sexo irresponsable

Que pareces una proa en el mar

En medio de ojos espantados

Y de esperanzas sonriendo en las arterias.

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