
Un prólogo de las editoras, cuatro precisas partes, una premisa, un doble epílogo -el segundo firmado por Manuel Ángel Vázquez Medel- y cuarenta y un capítulos, cortes o pasos. Creemos que queda más viajero el último. Todo ello junto, perfectamente complementado, viste de pies a cabeza la obra que nos presenta el gaditano Manuel Broullón, a quien tuvimos el gusto de conocer a través de su inclusión en nuestra Artesanía de la piel. Y qué bueno ha sido encontrarle. Uno de nuestros queridos artesanos nos transmite una sinfonía de color y poderosa, hirviente levedad en la propuesta editorial que ampara la estupenda casa de Kaótica Libros.
Es imposible no comenzar destacando la impactante belleza del conjunto de páginas: las palabras escogidas, la narrativa poética de Manuel y los detalles del diseño editorial merecen un fortísimo reconocimiento en pro de valorar con justicia el apartado estético y emocional que alberga la obra.
Como decimos, Manuel nos propone un viaje, casi espiritual, casi incorpóreo, pero muy humano en todos los casos. El proceso nos permite redescubrirnos o desvelarnos partes ocultas; nos sugiere una suerte de liberación que nos lleva hasta la paz. La ciudad roja que nos presenta como medio y fin no es sino un templo al que aspirar, con el que esperanzarse, con el que soñar. El autor suspende todo atisbo de realidad para extendernos la mano hacia un enriquecedor paraje onírico, difuso y limpio -en tanto en cuanto puro-.
La arquitectura interior de la obra es inevitablemente reflejo de la generosa formación bibliográfica y artística de nuestro artesano: las citas, las referencias, los guiños y las anotaciones recorren armoniosamente un campo de girasoles denso y esbelto: el del conocimiento que busca el talento para ser compartido.
Los Mapas que nos entrega nuestro guía son instrucciones para alzarnos con el éxito del saber y del sabernos. El paralelismo de la travesía en tren por las texturas, los paisajes y los cambios de luz es bellísimo y muy disfrutable. Notamos pronto la ligereza de sus términos, el dominio del léxico cautivador y suave. La segunda parte, Los Lugares y los Días, introduce el Tiempo y el Espacio, actores fundamentales por su elongación, su neutralización, su dispersión sutil y simbólica, que ramifica en tantas emociones como sonidos, colores, rincones o matices. Es una obra profundamente sinestésica y preciosa.
En esta segunda parte los tintes fantásticos, mágicos y mitológicos sobresaltan nuestros sentidos: la configuración del contexto es progresiva en manos del ágil narrador, que posa dedo a dedo sus estímulos sobre catalizadores tan imponentes como la metamorfosis, la identidad y las estaciones.
Matices: De Vivos y Muertos representa el tercer paso en nuestro viaje. Constituye la inserción de los seres en el escenario planteado. Se anuncia una sentencia definitiva para comprender la fragancia de este eslabón: «En la ciudad roja da lo mismo estar vivo que muerto». El recorrido trasciende entre lo de acá y lo de allá y, sobre todo, en torno a lo que queda en medio, entre dos aguas, en ese limbo de tierra y cielo, en ese intangible que tantas veces ha sido tallado en la historia a través de infiernos, paraísos, ascensos, humo y eternidad.
El último bloque de textos luce el título concentrado de la obra: hemos alcanzado La tonalidad precisa del rojo en una conquista personalísima que ha conocido en el durante impresiones, profanaciones y celebraciones. Sentimos una profunda admiración ante lo que se erige dentro de nosotros como una obra completa, que ha ido evolucionando sus líneas hacia el dibujo definitivo, que no es otro que nuestra alma, nuestro anverso, toda una galaxia cuya luz baña huesos, carne, piel y demás vulnerabilidades frente al viento. Su oposición, lo inamovible, lo irreductible, lo inmortal es el movimiento, ese que nos ofrece la gama de tonos que pintan nuestra vida mediante experiencias, recuerdos y viajes.
La conclusión última es, entonces, la permanencia de aquello que somos cuando todo lo demás se desvanece; ese somos es inclusivo: lo que somos, lo que nos hacen ser otros y lo que hacemos que otros sean. La óptica decisiva para percibirnos es siempre externa, por eso necesitamos la distancia, esa tremenda libertad que nos tiende Manuel Broullón. La ciudad roja se consolida como un hogar imprescindible. El libro del autor gaditano se consolida como una magnifica aportación literaria al universo de los sentidos, un hermoso canto al reencuentro, un brillante visionado del zénit que nos abraza a solas. Gracias.
Altavoz Cultural
Un comentario sobre “La tonalidad precisa del rojo, Manuel Broullón”