-Arima Editorial-

La obra debut del prometedor presente y del futuro prodigioso de Arima Editorial corresponde a las manos de Aitor Heras Rodríguez. Ecos y murmullos es caliente, virtuosa y escandalosamente original. Aúna en su aparato descriptivo una jugosa mezcla del suspense más potente y de la ciencia ficción más orgánica. El autor no escatima en riqueza de léxico y detallada decoración de cada una de las acciones; el poder visual de la obra alcanza el pantallazo cinematográfico e invita al lector a un ejercicio fabuloso de contemplación según se suceden los acontecimientos más salvajes y misteriosos.
Distribuida en trece capítulos y un sensacional epílogo, la historia de un desvitalizado Jeremy nace de un gran secreto; uno rojo y negro, pintado de sangre y noche. Con la inevitable reminiscencia de Sé lo que hicisteis el último verano en la retina, el primer capítulo contextualiza el cambio crucial de ubicación de nuestro protagonista, sus hábitos liberadores y su crimen, dibujado con una naturalidad fascinante, con una prosa clara y estimulante. Los peligros más oscuros en apenas unas páginas que introducen de forma contundente el componente de tensión que atravesará toda nuestra experiencia con este libro en nuestros ojos.
Entra en escena rápidamente la coprotagonista de la historia, la compañera de Jeremy, Lauren, que supone un aplauso por sí misma: el diseño del personaje es impresionante, brillante, te provoca motivos para desear conocerla y razones para admirarla. Lauren y Jeremy, Jeremy y Lauren, una combinación perfecta amén de sus personalidades y sentidos de la vida. Avanzamos en la trama degustando una auténtica cascada de referencias culturales, usualmente vertidas desde la boca o los gustos indirectamente expresados de nuestros dos personajes principales.
El segundo capítulo, en los momentos previos a la presentación de Lauren, es una exposición cruda de la decadencia juvenil personificada en Jeremy. El autor nos muestra desarraigo, desaliento, monotonía feroz y hastío. Vacuidad. Establece un diálogo entre la adolescencia -y postadolescencia- y sus crisis desde el prisma de una crisis mayor, que implica a familiares, sistemas educativos y creadores de contenido digital, maestros de red social, consumidores imparables de entretenimiento rancio, almas que están ahí porque sí y nada más. Se trata de una crítica intachable a nuestro mundo, a nuestra sociedad, a su consumismo, a su falta de oportunidad y gracia para los jóvenes, que tampoco, en ningún caso, escapan al tirón de orejas: Jeremy es todos esos muchachos desnortados que simplemente se conforman.
El señor Carson. Vaya crujido interno la escena de destape nominal de la víctima más super-viva de los últimos tiempos literarios. Qué fantasía de narración -insistimos en la delicadeza soberana de Aitor para inyectar los sobresaltos-, qué delicia de suspense más imprevisible. El ritmo se acelera, como el pulso, en estos todavía primeros instantes de la obra. La resolución del conflicto ha mutado en tanto en cuanto ha mutado el propio conflicto: encubrimiento vs. confirmación. Estamos enganchados a Jeremy, Lauren y…
El ambiente casero se torna inquietantemente enrarecido -por la brutal sorpresa que supone el cambio de tono, la rotura sonora del silencio por presencias y actos- y la acción gira hacia la investigación de confidencialidades, altas esferas y misterio global, en esa linde entre conspiraciones, intereses sociopolíticos y terrenos reconsiderados como algo más que tierra edificada. La herméticamente cerrada puerta del despacho materno resulta ser la entrada figurada a un nuevo universo argumental: pronto saborearemos un cariz mucho más profundo, próximo al juego de dobles y triples puertas que plasman ciertos filmes que exploran los límites del concepto de espacio entre lo visible y lo latente.
El aura de terror parece desvanecerse hacia un vértigo casi más angustioso. La frontera entre lo real, lo atisbado, lo intuido y lo probablemente soñado se dispersa brutalmente en una serie de escenas que, cuidadosamente esparcidas entre viajes de ida y vuelta a su centro de operaciones, atormentan los sentidos de Jeremy y ponen en seria duda su reconocimiento de la realidad. Las interconexiones, las sospechas y el clima cada vez más gris se ciernen poderosamente sobre el dúo de protagonistas. Hemos dejado muy aparcado el debate sobre la moralidad y el accidente primario en el comienzo de nuestro trayecto.
Un contraste entre un rudimentario chat amigo de nuestro nostálgico Messenger y Google Maps permiten identificar otra de las claves de la huella del autor: Ecos y murmullos, cuyo título es sencillamente perfecto una vez salvada la sensación original de genericidad, cuenta una historia que huele a ayer, que suena hoy y que no pierde vigencia ni tolera el desprecio de esas leyendas de esquina, de lugares eternos, de fantasmadas de nuestros mayores. Puesta en su marcado contexto global, Jeremy y Lauren, con todos los secundarios alrededor, adquieren la piel de protagonistas noticiables, subrayados en titulares periodísticos.
El bueno de Heras Rodríguez nos ha acostumbrado -tremenda paradoja- a los escalofríos. Los que pinchan nuestros nervios con ese hielo afilado tras el ecuador de la obra son menos crueles. Pero no mucho. Ha instalado en nuestra lectura el difícil componente de la incomodidad. Escenas e imágenes extraordinariamente escogidas se insertan severamente en nuestra mirada en momentos de calma tensa, de aparente transición amena hacia el siguiente núcleo explosivo. Ya hemos llegado al estadio de los hackers, los sistemas encriptados y, en una jugada magistral, del voluntario exilio de Jeremy afuera de su casa, sentida como un espacio extraño, ajeno, incluso peligroso.
El undécimo capítulo nos catapulta hacia el interior del paisaje final: estamos dentro. La frecuencia de los diálogos ha ido descendiendo paulatinamente hasta quedar muda. En momento de la densidad narrativa, de la escultura de imágenes terribles, estancias asépticas, pausada acción que pretende, como Jeremy, no hacer ruido en la incursión que desentrañará toda la bola, tan grande y atractiva, que ha ido tejiendo nuestro narrador.
¡Y nos estalló en la cara! Un desenlace en tres actos a la altura de las expectativas. La perversión -humana, sexual, moral-, los ecos de La Isla, entre otras obras de horror científico-militar similar, y los murmullos que sitúan a la madre de Jeremy como último gran personaje principal son los ingredientes de una resolución poderosa, que sacia nuestra curiosidad, aplaca nuestras ganas de reventar en violencia y remata un camino impoluto, desde la propia coherencia argumental hasta la rica técnica discursiva -debemos confesar nuestra celebración al palpar recursos maravillosos como los comienzos truncos de determinadas frases iniciadoras de diálogo en contextos de confusión o pérdida de atención o conocimiento, entre otros tantos y tan buenos trucos del autor-.
El episodio salvaje en el despacho y el grito en la prensa de la fuga de nuestros Jeremy-Lauren -binomio ya cristalizado en mucho más que compañeros de soledad social y pasión por la indagación- suponen dos momentos de máximo reconocimiento entre las últimas caladas de esta estupenda aportación literaria a un mercado editorial muy necesitado de riesgo asumido, sobresaltos bien cocinados e inteligencia en fondo y forma. No dejéis de identificar su código de barras para adquirirlo a la mayor brevedad posible. Una pista: se encuentra detrás, en la parte trasera, como si estuviera impreso en su cráneo. Un cálido abrazo, querido Aitor.
CUATRO PREGUNTAS AL AUTOR
La vistosidad de los diferentes escenarios de Ecos y murmullos es espectacular. El bosque, el entorno urbano,… ¿En qué rincones, obras o experiencias te inspiraste para construir el mundo en el que se desarrolla la acción?
Es obvio que son escenarios muy americanos. No en vano, pertenezco a esa generación que descubrió la literatura con Stephen King, y que ha mamado todo el cine de los 80. Son paisajes muy fáciles de reconocer, aunque pueden ser casi universales, del este estadounidense. La influencia de King es fuerte. Aunque es verdad que es un tipo de entorno que me gusta mucho. No me van las grandes ciudades, aunque no reniego del ladrillo y el asfalto por completo. Pero me gusta saber que siempre hay naturaleza cerca. El bosque es un lugar magnífico para ambientar la literatura. Es precioso, pero puede ser un sitio muy tenebroso también, oscuro, mortal y lleno de secretos.
La trama prospera desde y hacia tonos y géneros diversos: suspense, ciencia ficción, literatura de aventuras, continente detectivesco o policíaco, terror inicial… ¿En base a qué criterios fuiste tomando las sucesivas decisiones de aquello hacia lo que debía virar la historia? ¿Cuál fue tu proceso creativo en este sentido y cuánto trabajo de postproducción hay detrás de su resultado final?
La verdad es que la aparición o presencia de distintos géneros a lo largo de la historia fue algo accidental. Cuando empecé a escribirla tenía el armazón, pero antes de teclear la primera palabra no me planteé encorsetar la trama dentro de un solo género. Creo que hacer eso resta frescura y espontaneidad. Sólo conté la historia que quería, sin preocuparme de catalogarla. Eso prefiero que lo haga después la gente. Postproducción hay poca porque, como digo, conté la historia que tenía en mente, y no hizo falta añadir ni quitar mucho. No digo que no hiciera falta, todo es susceptible de ser mejorado, pero mucha gente se obsesiona con la postescritura. Hay que saber cuando se ha llegado al punto en que el manuscrito está como uno quiere. Porque perfecto no va a estar nunca, mucho menos a ojos del propio autor.
Tu narración destaca, entre otras virtudes, por un sublime manejo de la pausa, del tempo de la acción, que produce la tensión adecuada para envolver los acontecimientos narrados. Yendo a lo más técnico, ¿cómo logras alcanzar ese punto en el que es muy fácil acelerar indebidamente y hacer explotar todo en un mal movimiento? Nos encantaría conocer mejor tu trayectoria literaria previa a Ecos y murmullos y preguntarte si consideras que esta novela es un punto de inflexión, tal vez un fruto de madurez, dentro de dicha carrera.
Para manejar las pausas quizá la clave es que, y gracias principalmente a mis padres, llevo devorando cine desde que era un niño. Cada escena que escribo la veo en mi cabeza como si fuese una película. A veces hasta pongo el rostro de actores y actrices conocidos a los personajes. Me ayuda mucho a visualizar el ritmo, si hay que acelerarlo o frenarlo. Son dos medios distintos el cine y la literatura, pero la raíz común de ambos es contar una historia. Hay escenas que se leen más rápido, por lo que cuentan, cuyo equivalente es verla en la pantalla agarrando los apoyabrazos de la butaca. Y es algo que también me sale de manera inconsciente, el pensar de manera cinematográfica. En cuanto a mi trayectoria literaria esta es mi segunda novela. La primera se llama “Dos kilos de sueños” y está autoeditada en Amazon. Me apetecía probar la autoedición. Lo que sí tengo son unos treinta o cuarenta relatos escritos. En verdad no llevo tanto tiempo dedicándome en serio a la escritura. Me había llamado durante años, pero fue a raíz de conocer Vuelo de Cuervos cuando me lo empecé a tomar como algo un poco más serio. Vuelo me dio el empujón que necesitaba y la trayectoria que me ha permitido ir mejorando escrito tras escrito.
Ecos y murmullos es una estupenda carta de presentación del esperemos abundante y exitoso catálogo de Arima Editorial. ¿Por qué ella como casa para tu texto?
La razón principal de haber optado por Arima Editorial es su fundadora, Lorena Gil. No por el hecho de que somos amigos durante años, sino porque en todo este tiempo he visto su capacidad de trabajo y sacrificio. Ha levantado una editorial ella sola desde la nada, mientras sigue llevando su propio negocio. Es una trabajadora incansable, pone mimo y cariño en todo lo que hace, y sé que se va a dejar la piel por su proyecto y por sus autores. No se me ocurre mejor persona con la que trabajar que ella. Y viendo el resultado final, lo bonito de la edición, sé que he tomado la decisión correcta.