-Borja Echeverría-
Roma 753 a.C.
—Bienvenidos una noche más al show de Flavius Augustus, en directo desde el anfiteatro. Hoy nos acompaña el fundador de Roma, nuestro rey, Rómulo.
—Hola, Flavius. Es un placer estar aquí.
—Bueno, Rómulo, acabas de fundar Roma, ¿y ahora qué?
—Aún no lo he pensado, quizás inicie una guerra, lo típico. De momento voy a tomarme unos días de descanso para visitar a la familia.
—Unas vacaciones reales, menudo lujo. ¿Y de dónde proviene tu familia? ¿París? ¿Quizás Mallorca?
—Nada de eso. Somos gente humilde, mis padres no están hechos a la gran ciudad.
—Qué campechanos.
—Así es, la vida en el campo es lo mejor. Algunas veces me dan ganas de renunciar al trono y volver a mis orígenes: salir a cazar, bañarme en el río, aullar a la luna…
—¿Cómo has dicho?
—Bañarme en el río.
—No, lo de después.
—Aullar a la luna, es algo típico entre lobos.
—Entonces, ¿lo de que fuiste criado por lobos es cierto?
—No te tenía por un lobófobo, Flavius. Que mis padres sean animales no me convierte en un salvaje. Mi hermano y yo salimos bastante bien.
—Es cierto, tienes un hermano. ¿Qué ha sido de él?
—Una desgracia. Cuando establecí los límites de Roma, tracé una línea en el suelo y le prohibí cruzarla. Aun así la cruzó. Como comprenderás tuve que matarle.
—…
—¡Entró en mi territorio! ¡Eso es algo sagrado! No me mires así, Flavius. Piensa que podría haberme ido peor, por lo menos no me adoptó una pareja de homosexuales.
—Parece mentira que a estas alturas de la vida, en pleno siglo VIII antes de Cristo, aún quede gente tan ignorante. Aquí en Roma los homosexuales son ciudadanos de pleno derecho, ¿es que has estado viviendo todos estos años dentro de una cueva?
—Sí.
Tarifa 1294
—¿Ya ha recibido el mensaje?
—Se lo acabo de dar.
—¿Y bien?
—Nos retiramos, no ha querido entregar Tarifa.
—¿En serio? ¿Te has acordado de decirle que tenemos de rehén a su hijo?
—Sí…
—¿Y le has amenazado con matarlo delante de sus ojos como te he dicho?
—He seguido tus instrucciones al pie de la letra.
—¿Y aun así no se ha rendido?
—Me ha lanzado su propio cuchillo, para que acabe el trabajo.
—¡Por Alá, menudo psicópata! Seguro que los súbditos de ese monstruo quieren acabar con su reinado de terror, quizás podríamos aliarnos con ellos.
—Dicen que es un héroe, le llaman Guzmán el Bueno.
—Recoge tus cosas. Nos vamos de aquí cagando leches. Si él es el bueno, cómo serán los demás.
—También hablaban de ponerle su nombre a un monumento o algo así. ¿Qué es una parada de metro?
—Ni lo sé, ni me importa. Dejemos este país de locos cuanto antes.
—Informaré a los soldados.
—Espera, no te vayas aún.
—¿Alguna cosa más?
—Sí… yo… sé que no te lo digo demasiado a menudo, pero te quiero mucho, hijo.
—Yo también te quiero, papá.
Berlín 1945
—Para mí un café con leche y una berlinesa. Muchas gracias.
—Eva, ¿has visto cómo te ponía ojitos el camarero? Es bastante mono, ¿por qué no le das tu número?
—No digas tonterías, Greta. Ya sabes que estoy saliendo con Adolf.
—De eso te quería hablar. ¿No es un poco pronto para comprometerte? Igual deberías conocer a otras personas, vivir nuevas experiencias…
—¿Para qué voy a conocer a otros? Adolf es perfecto, el prototipo alemán.
—Sí, sí… tan rubio y con los ojos azules.
—¿Qué insinúas?
—Nada, nada. Es que creo que te estás conformando. ¿Por qué no sales con un hombre de verdad? Alguien que pueda dejarse un bigote completo.
—¡La vida es muy fácil para los que tienen vello facial! No importa que seas feo, que te dejas barba y pum, te conviertes en un dios nórdico. Adolf ha tenido que desarrollar una personalidad. Es un artista.
—No le quisieron ni en Bellas Artes, y ahí aceptan a cualquiera.
—Su padre siempre se opuso a que fuese pintor. El pobre no pudo practicar.
—Mira, Eva, siento mucho que Adolf tuviese una infancia complicada, pero no puede seguir echándole la culpa de todo a su padre. Tampoco es que él sea un santo.
—¡Adolf Hitler es una gran persona, no podría tener un novio mejor!
—Ya. ¿Y qué me dices de su “problemilla” con los judíos?
—¿Has visto algún judío ortodoxo? Con esas barbas que les llegan hasta el suelo, llenas de sensuales tirabuzones… ¡van provocando! Normal que Adolf les tenga algo de tirria.
—Está lleno de complejos, es muy inmaduro. He intentado decírtelo varias veces, pero el amor te ciega.
—Puede que tengas algo de razón. Quizás deberíamos tomarnos un descanso. Se lo explicaré cuando encuentre el momento.
—No te vas a decidir nunca.
—Lo haré, pero este finde no puede ser. Nos vamos de escapada romántica. Adolf ha alquilado un pequeño búnker en las afueras de Berlín para nosotros solos. Después de eso se acabó, te lo juro.