Las oscuras notas de una voz de los abismos
resuenan todos los ocasos desde mis entrañas
y me dicen que no he podido salvarme de las uñas.
Que la noche no tiene estrellas ni lunas crecientes.
Y yo, desesperada, busco la luz en el horizonte
y mi cráneo no deja de chocar contra la tiza negra
que cubre la pizarra del océano sobre mi cabeza.
Esa voz marchita que crepita y repta sobre mi cara
y repite mis pecados como un eco de cueva caliza.
Ese lamento quebradizo por no haber hecho más
y esas dos obsidianas opacas que tengo por pupilas
que reflejan todo aquello que no pueden alcanzar.
Y mientras retumba en mi pecho la voz de la penumbra,
asoma un nudo en mi garganta hecho de pelos.
Esa voz, la que retiene mis sueños en lo onírico
y no les deja espacio ni aire para respirar en la vigilia.
La que ahoga, la que aprieta, la que come.
Mi propia voz matando poco a poco mis anhelos.
Mi propia voz dejándome completamente muda.