III Jornadas sobre Arte y Cultura del Escalofrío

Altavoz Cultural 

José R. Montejano (Círculo de Lovecraft)

María Zaragoza

Fran Castillo

Sofía Guardiola

¿Cuál ha sido vuestra última lectura dentro de aquello que consideráis literatura de Terror?

José R. Montejano: Mi último acercamiento a lo extraño y macabro, a lo grotesco y siniestro fue con un relato de Manly Wade Wellman: Los búhos ululan de día (1980), una magistral pieza en la que Wellman expone un estilo poético pero firme, conciso, que va permitiendo un avance progresivo de una narración beatífica, cuyo protagonista es un baladista llamado John, quien se aventura en ominosas tierras donde se dice que los búhos ululan de día. Juan el baladista es uno de los personajes recurrentes de Wellman, que conforman una serie narrativa, como la de Hok o la de Silver John, también de su autoría. Un relato altamente recomendable para quien le guste el horror ontológico y preternatural, al estilo de Arthur Machen o Thomas Ligotti.

María Zaragoza: Blancogramas de Gemma Solsona Asensio, publicado por InLimbo.

Fran Castillo: Si hablamos de novela, la última que he leído dentro de este género ha sido Joyride, de Jack Ketchum. Me gustó mucho, pero no me provocó esa sensación que busco en una historia de terror. Hablo de ese escalofrío que te hace cerrar el libro de golpe para respirar y mirar a tu alrededor, por si acaso. La última novela que he leído (hace ya algunos meses) con los ingredientes correctos para cortarme la respiración por un momento fue Mientras duermes, de Alberto Marini.

Con respecto a relatos, el último que ha pasado por mis manos es El falso comerciante de pimienta, de David P. Yuste, que recomiendo a todo el mundo. No en vano ha sido ganador de un premio Ignotus.

Sofía Guardiola: «Lo salvaje», de Julia Elliott.

Como autores, ¿qué rasgo de vuestra literatura de Terror destacarías con el fin de identificar el late motiv que atraviesa el conjunto de vuestras distintas obras?

José: Bueno, es una pregunta un poco difícil para mí, especialmente porque yo me centro bastante en el campo ensayístico, de edición y estudio de lo fantástico [risas]. Pero he hecho algún pinito en la ficción, principalmente en colaboración con la escritora Amparo Montejano. ¿Cuál es el sello de identificación? Un terror que sigue unos esquemas parecidos a los planteados por Arthur Machen sobre la fina línea entre lo real y lo preternatural. También siguiendo ese pensamiento de Stephen King del terror en lo cotidiano, en la vivienda de al lado, el horror que reside dentro del vecino que todas las mañanas, con una risa forzada, te saluda a través de la ventana cuando coges el coche para ir a trabajar, siendo relevante el elemento social y humorístico que deriva en una sátira cruel y macabra sobre aspectos a mejorar de la sociedad. Esto se puede apreciar en el relato ¡Compre usted un radio-sombrero-marciana!, donde se perfila la relación entre un empresario neoyorquino de la década de 1920 y su trabajador negro, un hombre grandote y sensible. A partir de esta premisa, ideas sobre los trastornos de la personalidad, tributos a Philip K. Dick, y un estilo entre lo sardónico y lo poético, configuran una narración de terror más que interesante, de Amparo Montejano y un humilde servidor.

María: Creo que lo que escribo siempre tiene dos obsesiones: la búsqueda de la propia identidad y el mito. Hace relativamente poco, de hecho, descubrí que la ficción que más miedo me daba tenía que ver con la anulación de la voluntad, con la pérdida de la identidad. Creo que toda mi literatura va sobre esa búsqueda incesante de lo que es uno mismo. Si escribo terror, es un terror que habla de la pérdida de eso que a uno lo conforma, de la confusión al respecto, del fracaso o la traición a lo que se es: del descontrol. En cuanto al mito, supongo que tiene que ver con lo mismo. Mi obra está cruzada de mitología, folclore, mitos urbanos y modernos y referencias pop, no creo que sea gratuito. Todo lo que nos forma, lo que está en nuestra educación sentimental, construye o apuntala lo que somos.

Fran: Creo que escribir Terror es sumamente difícil, porque el miedo es muy subjetivo, no todo el mundo se asusta de las mismas cosas. Por eso yo intento buscar la sensación de terror primario, esa que puede que toque la sensibilidad del mayor número de personas. Por ejemplo, el miedo a morir o a que un ser cercano muera está bastante extendido. El miedo a lo desconocido también es suficientemente común como para jugar con él en una historia.

Yo intento crear personajes lo más normales posible para que el lector no tenga muchos problemas en identificarse con ellos, o en ver reflejado a alguien que conoce en ese personaje. Y después llevo a ese personaje a una situación extrema en la que puede que se enfrente a la muerte o a algo desconocido, esperando que el lector sienta en su piel la misma sensación del personaje o tema por alguien conocido.

A veces no juego tanto con el miedo como con la angustia, la tensión o el desasosiego, para crearle ansiedad al lector. También procuro usar solo las descripciones básicas y necesarias, para que el lector se monte la película en su cabeza como él lo necesite.

Sofía: De momento lo único que he escrito de terror han sido relatos, así que creo que a mi estilo le queda aún mucho para definirse, pero diría que siempre hay protagonistas adolescentes, y especialmente mujeres. Me parece que los cambios que se atraviesan en esa época, los cambios corporales y vitales, tienen mucho de terror, y me gustaría ser capaz de reflejar eso. Recuerdo que Desirée de Fez lo comentaba en «Reina del grito», y que también vi muy clara esta asociación en la película de «Verónica» y me encantó.

¿Qué colores identificáis principalmente en la expresión del Terror? Sin que esto os influya, ¿qué os sugieren, uno a uno, el rojo, el negro y el blanco?

José: Creo que aquí caemos en múltiples ideas estereotipadas, pero que se debe, en parte, al caldo cultural que tenemos, también en cierto sentido a nuestros instintos primarios, véase el miedo al sangrado, por el significado de dolor y la muerte, lo que deriva en que ya sólo el color rojo resulta impactante y potente en una obra de terror. Al igual que el hecho de que el negro se vincule con la noche y lo intangible, donde puede proliferar cualquier tipo de miedo ante la incapacidad de ver. Que se lo digan a los hombres de la Edad de Piedra qué ocurría cuando anochecía y no estaban resguardados o con una fogata cerca. Mientras que el blanco, de por sí, refleja pureza y asepsia, y esto mismo es manipulado por el fabulante de terrores, creando una paradoja al ver entidades fantasmagóricas con un velo blanco, o a cualquier persona con ropa blanca pero que ha sido deformado por todo ese halo preternatural. ¿Médicos psicópatas o enfermeras fantasma? Cuántas ideas se plantean en esa pregunta, porque tenemos una carga simbólica de lo que son los profesionales sanitarias, sus principios de cuidado y su asociación con el blanco, lo aséptico y puro, y ahora lo retorcemos hacia lo siniestro, hacia algo que nos puede atormentar. Y si ya le añadimos sangre a la bata o pijama del mad doctor, ese contraste y lo que simboliza potencia nuestra imaginación. Con esto, los colores tienen un gran papel a la hora de generar sensaciones en un lector o espectador, fomentando ciertas reacciones que, por un cierto condicionamiento pávloviano, tienen una carga cultural de la que saca provecho el escritor de terror. En cuanto a qué colores asocio yo al género de lo horrendo, creo que no puedo definirlo, en parte por lo comentado arriba y porque el terror tiene mil expresiones y, por ende, es labor del fabulante atribuirle esa asociación al temor con un color. ¿Por qué cuando pensamos en el Cthulhu de H. P. Lovecraft parece que surge un halo verdeazulado a su alrededor en nuestra mente? ¿Y el azul grisáceo que nos atormenta mientras leemos Who Goes There? de John W. Campbell Jr, mientras acompañamos a ese grupo de investigadores que, en la Antártida, descubren una nave espacial y un ser enterrado en el hielo?

María: El verde, el rojo y el azul marino.

A mí el rojo, aunque suene paradójico, me sugiere inocencia. A menudo escribo sobre pelirrojas o chicas que visten de rojo, y para mí tienen algo inocente, supongo que tiene que ver con la menstruación. El rojo, en el imaginario del terror, lo asocio a esa inocencia que se pierde, que se quiebra o que se desvía.

El negro siempre me hace pensar en monjas, aunque es curioso que no en las de mi colegio precisamente —a esas las asocio con el azul marino de mi uniforme—, sino en las que pintaba un amigo de la familia al final de su vida. Tengo una imagen muy vívida y terrorífica de aquellos dibujos.

El blanco me relaja. Es curioso porque Gemma Solsona Asensio usa el blanco en el libro que nombraba más arriba como elemento terrorífico, pero yo lo asocio con animales que me gusta mirar y que me ponen de buen humor. Sin embargo, y aunque esto me contradiga, sí he usado como elemento de terror la nieve e incluso los vestidos de novia, que suelen ser de color blanco, pero es un color que me da más seguridad que miedo.

Fran: Si tengo que relacionar un color al Terror, creo que escogería el negro. El negro se relaciona siempre con la pena, al dolor, la muerte y el luto —al menos en nuestra cultura—. También representa la oscuridad y, por tanto, lo enigmático, lo oculto o el misterio. Creo que el negro es el color para el Terror más auténtico, más irracional o psicológico. El que nos atormenta.

El rojo, sin embargo, me evoca sangre. Lo asocio al miedo visceral a que te entre alguien en casa y no tengas donde esconderte. Con el rojo veo asesinos que me persiguen y tripas esparcidas por el suelo. El saber que vas a morir de una forma lenta y dolorosa. Snuff o gore son conceptos que veo de color rojo.

El blanco es un color quizá menos frecuente para simbolizar el Terror, pero tiene su sitio también, por supuesto. El blanco está relacionado con la pureza, la inocencia, la virginidad o la infancia. ¿Acaso no son las historias más terroríficas cuando aparecen niños en ellas? Yo asocio el blanco con los fantasmas y los espíritus. Es el color para los seres de otras dimensiones que poseen nuestras casas y nos acechan y nos gritan desde las paredes o cerrando puertas y ventanas de golpe. Veo a esos seres de color blanco, aunque luego ellos proyecten sombras muy muy oscuras.

Pero hay más colores para el Terror. Pensad por un instante en el verde. A simple vista es el color de la esperanza. Pero si buscas un poco más adentro, también es el color de lo podrido, de esa masa asquerosa y deforme que te engulle poco a poco por los pies. Es el color de los brebajes y las pociones secretas que las brujas remueven en lo más profundo del bosque. El verde oscuro es el color de muchos monstruos que surgen del averno para devorarnos en nuestros sueños y, por supuesto, es el color de los zombis más letales.

Sofía: Ese color que tiene la noche en las películas, como de un azul verdoso oscuro.

El rojo es de mis colores favoritos. Aunque obviamente lo vea asociado a la sangre, me gusta su intensidad.

El negro es un color que, para lo siniestra que creo ser, no me gusta demasiado, jajaja. La gente siempre lo asocia con el terror, y lo entiendo, pero en mi cabeza está más asociado con tramas policíacas o de investigación, del estilo Sherlock Holmes, no sé por qué.

En cuanto al blanco, me parece el color más expresivo que hay. Me gusta que en nuestra cultura se asocie con la pureza, y que en culturas orientales tenga relación con el luto. Creo que estas asociaciones lo harían un buen elemento de una historia de terror. Además, en el mundo del género lo asocio con hospitales psiquiátricos, camisas de fuerza y paredes acolchadas.

¿Consideráis que existe dentro del género literario un “Terror para adultos” y un “Terror para todos los públicos”? ¿Qué referencias os asaltan al pensar en literatura de Terror para niños?

José: No, creo que el terror es, en sí mismo, un único campo, sin barreras ni categorías que determinen el rango de edad recomendada. ¿Por qué? Por el principio mismo de este género: el terror busca explorar los miedos, la incertidumbre y el desasosiego que experimenta el ser humano. El miedo es algo intrínseco de la condición humana, y madura, evoluciona de acuerdo con la interpretación que tenga la persona de sí mismo y del mundo que lo envuelve. Por ello, es el lector el que se pone los límites y si está preparado para aventurarse en ese abismo. Esto lo he visto con gente que ha decidido leer La chica de al lado, de Jack Ketchum, un volumen más que violento y cruento por el simbolismo y lo que narra, en verdad. Hay personas, adultas, que deciden no leerlo, porque supone una situación desgarradora y que afecta a su estado emocional, el cual, si de por sí está regido por emociones distímicas, es mejor no tocar ni una página. En cambio, he visto jóvenes que querían explorar y atreverse con la solemnidad de cada palabra de Ketchum. Por ello, a la hora de proyectarme una idea del terror para niños, me cuesta definir el término. ¿Hay horror disponible para los niños? Creo que podríamos invertir la pregunta y decir algo así como: ¿hay niños dispuestos para el horror? Entonces diría, con un rotundo movimiento de cabeza, que sí. El terror es libre y cada uno se aventura a una edad diferente y con un fabulante distinto. Puedes coger la ruta A e irte con Edward Gorey, o, por qué no, la puerta B tiene la cara de Stephen King impresa, o, qué sé yo, decides aventurarte en el sendero C, donde se pueden atisbar unos tentáculos y una estatua en la que pone H. P. Lovecraft. En definitiva, el horror es popular y está ahí, abierto, seas niño, adolescente o nonagenario. Podríamos terminar con las palabras de Karl Edward Wagner, posiblemente uno de los mejores editores de terror a nivel mundial, de cuando le hicieron la pregunta de por qué consideraba que el horror era popular, a lo que él contestó: «Esa pregunta me la hacen mucho y he pensado mucho en ella y sé la respuesta. Porque es sexo. Es algo sucio, obsceno, hay mensajes subliminales escondidos. Si lees Frankenstein hacia atrás… [aplausos/risas] Así que ahora lo sabes. Si se toman primeros planos, fotografías, de simples palabras en esos libros de terror, […] se pueden apreciar formas y poses sugerentes. El papel en el que se imprimen estas cosas ha sido impreso con un sutil afrodisíaco. Si pasas las páginas ya eres un alma perdida».

María: Creo que de niños y de mayores nos dan miedo cosas distintas, por lo que resulta lógico que haya literatura que se enfoque a diferentes rangos de edad que tenga toques del género. De hecho el terror infantil combina muy bien con el humor. A mí me vienen a la mente los mitiquísimos libros de Pesadillas de R.L. Stine o Las brujas de Roald Dahl. Este último, sinceramente, ni siquiera sé si es de terror, pero sí que me aterrorizaba cuando era pequeña.

Fran: Nunca he visto la categoría «Terror para adultos» en una librería (o no la recuerdo), pero eso no significa que no exista. Como he comentado anteriormente, el miedo es algo subjetivo. Lo que le da miedo a una persona puede que no le dé miedo a otra. De la misma forma, una historia que embriague de Terror a un adulto y lo haga saltar de escalofríos quizá pueda traumatizar a un niño, con lo que habría que alejarlo de esas historias demasiado terroríficas en la medida de lo posible.

En cualquier caso, considero que el Terror es un sentimiento que, cuando se tiene por ciertas cosas, se va a tener toda la vida. Puedes aprender a lidiar con ello, pero el miedo va a seguir ahí y te va a hacer abrir bien las aletas de la nariz y ponerte alerta cada vez que te lo topes de frente, ya seas un niño o un adulto.

Con esto quiero decir que supongo que la catalogación de un libro de Terror para que se le considere para adultos o para todos los públicos tendría que ver más con cómo está contado que por lo que cuenta. La escena terrorífica está ahí, lo único que varía puede ser el nivel de detalle y de respeto que se le añada. Cuanto más detalle y menos respeto, más horrible y traumático será para un niño.

Cuando hablamos de literatura de Terror para niños, me vienen a la cabeza los cuentos clásicos de Andersen o de los hermanos Grimm que, en su mayoría, distan mucho de las edulcoradas versiones de Disney que hemos visto por televisión. También recuerdo los cuentos de Heinrich Hoffmann, como Struwwelpeter, muy popular en Alemania en el siglo XIX.

Todos esos cuentos originales no habían sido escritos para conservar la inocencia de los niños, ni siquiera para entretenerlos, sino para escarmentarlos y darles lecciones de vida que les pudieran servir cuando fueran adultos. Con el fin de crear una moraleja efectiva, algunos de esos cuentos podían llegar a ser terroríficos.

Los niños que crecieron con esos cuentos tuvieron una infancia muy dura, pero se convirtieron en hombres y mujeres de bien. Lo que quiere decir que… debemos leer cuentos de Terror a nuestros hijos, jajaja. Ahora en serio, es interesante que exista una sección de cuentos de Terror para niños, con los que se trate esa emoción de una forma didáctica para que estos aprendan a lidiar con ella y consigamos educar una nueva generación de personas valientes, a las que el miedo no pueda doblegar y sean capaces de conseguir lo que se propongan.

Sofía: No sabría decir, la verdad. Sí es cierto que de pequeña leí, por ejemplo, «Las brujas» de Roald Dahl y me morí de miedo, pero normalmente es un libro que se cataloga como infantil y yo creo que, más bien, debería ser leído a todas las edades. En general, opino eso de mucha de la literatura infantil, que si le quitamos la etiqueta y la leemos la podemos disfrutar igual.

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