III Jornadas sobre Arte y Cultura del Escalofrío
Altavoz Cultural

M. J. Ceruti
José Luis Forte
Cristian Blanco
Beh Sam
¿Qué virtudes le otorgáis a la figura de los niños como generadora de Terror en literatura?
M. J. Ceruti: Bueno, ¡los niños creepys son un clásico! Creo que son tan efectivos a la hora de generar terror por lo chocante que es ver a alguien a quien percibimos como inofensivo interactuar con o ser agente de la oscuridad. Pero también creo que nos dan especial miedo porque hay una parte de nosotros que recuerda cómo es tener esa edad, sentirnos tan pequeños e indefensos ante un mundo enorme y lleno de peligros contra los que no podemos hacer nada. Solemos recordar sólo los momentos agradables de nuestra infancia (y si fueron escasos, nos los inventamos), pero tendemos a olvidar que en la niñez el dolor es más insoportable y los horrores tienen un tamaño casi cósmico, porque carecemos de la experiencia y la gestión emocional de un adulto. Al identificarnos con el niño de la trama, se exacerba una de las funciones fundamentales de la ficción de terror: retrotraernos a ese estado de pequeñez y dependencia, donde la aniquilación acecha en cada esquina.
José Luis Forte: Es una de las grandes figuras recurrentes de la literatura de terror. Es normal que un relato de terror gane enteros si hay una niña diabólica o un niño maligno de por medio. El contraste de la supuesta inocencia que le atribuimos a la infancia con la maldad y horror que pueden generar juega a favor del efecto. Aún es más potente si el niño o niña se nos aparece como fantasma o espectro, pues a esto se añade cierto sentimiento de tristeza o melancolía siempre muy eficaz. También es cierto que casos hay de libros en los que esta figura no resulta convincente y da igual niños que motos fantasma. De hecho, en más de una ocasión ojalá se hubiera tratado de motos fantasma… Si me permitís, recomendaría cuatro obras con niños que considero de las mejores: Otra vuelta de tuerca, de Henry James; La puerta abierta, de Margaret Oliphant; La historia de la vieja niñera, de Elizabeth Gaskell, y Corazones perdidos, de M. R. James. Hay muchas más, pero estas cuatro son de mis favoritas.
Cristian Blanco: Es una grandísima baza por el contraste inocencia-maldad del que se puede sacar muchísimo jugo.
Primero tenemos que cualquier relato o novela de terror visto desde el prisma de un niño siempre es más inquietante, ya que su imaginación no está atrofiada por las muletas que vamos adoptando de adultos, así que, sí; para un niño cualquier situación puede convertirse en una aventura, una sombra maligna puede magnificarse a una situación de gran terror. Esto ya sin entrar en situaciones más duras y desagradables que, por desgracia, forman parte de la vida real.
Por otro lado, la clásica historia nostálgica tipo It, Verano de terror, etc., funciona muy bien con pre-adolescentes enfrentándose al mal, con esa barrera entre niño y adulto que les hace ver las cosas desde otros puntos de vista que los lectores adultos creíamos olvidados.
Por otra parte, la infancia como elemento terrorífico también da mucho juego ya que, como bien dicen la novela y la película, «¿Quién puede matar a un niño?». Los niños son lo que debemos proteger y hacerlos «enemigos» de los adultos siempre sorprende. También tenemos la colonia fundamentalista religiosa de «Los chicos del maíz» con componente sobrenatural, los niños poseídos en infinidad de relatos o películas o con conceptos más desagradables como el niño desarrollado prematuramente y que juega con la psicología, el complejo de Edipo y la posesión en «Damon», de Terry Cline.
Beh Sam: Por una parte, la figura de los niños en este género tiene, en mi opinión, una virtud muy clara y destacable: la capacidad de generar terror más allá del plano físico. Y esto se debe a que, salvo en casos muy excepcionales, el niño no tiene la fuerza de un hombre lobo, la constitución de un monstruo de los pantanos o la pericia con el hacha de un asesino en serie; el niño es uno de nosotros, es pequeño y frágil -también intocable- y, por este motivo, aquello que nos genera terror va mucho más allá de la posibilidad de hacernos daño. El niño, probablemente, no va a matarnos: nos hará algo mucho peor.
Por otra parte, los niños han sido tradicionalmente vinculados a la conexión con lo intangible y lo imaginario y, de esta forma, su figura nos abre la puerta a cualquier realidad. El niño es entonces una llave hacia esos mundos a los que los adultos ya no saben acceder y puede conducir fácilmente el hilo del terror como elemento activo -el niño malvado y escalofriante- o como un canalizador de lo desconocido.
¿Os atrae la dupla Terror-Erotismo como ingrediente literario?
M. J.: Tiene gracia que preguntéis esto porque uno de mis primeros relatos publicados, Gran Hotel Kungensjö (en la antología Empotradoras), era técnicamente un relato erótico de terror. Bueno, un cuento gótico de fantasmas. Supongo que si la historia provocaba terror o no sería debatible; los fantasmas que aparecen son… más bien amables (guiño-codazo). Pero al final era una historia de casa embrujada con sexo. Me gusta mucho el terror, me gusta mucho la erótica, y no creo que sea coincidencia que a veces aparezcan juntos. La ficción de terror siempre ha funcionado como exploradora de neurosis sociales, y puede evidenciar aquellas «desviaciones» sexuales que la sociedad desea y teme a un tiempo. En el terror más tradicional esto siempre se hace en una clave muy conservadora, claro: el monstruo puede ser seductor, pero es un monstruo y al final debe morir (estoy pensando en la vampiresa sáfica, que seduce a jovencitas incautas y da al público heterosexual su ración de fantasía masturbatoria, pero que acaba asesinada por el virtuoso pretendiente porque ser como ella no es una opción aceptable). Pero creo que, muy despacio, están apareciendo nuevas voces de un terror más crítico que le da la vuelta al tablero y nos interpela sobre quién es el verdadero monstruo: ¿la disidencia a la que se ha demonizado desde la normatividad o esa misma normatividad y sus violencias soterradas?
No obstante, tengo que decir también que suelo acercarme con prudencia a cualquier historia que se anuncie como «terror erótico». Soy superviviente de violencia sexual, y por desgracia hay ocasiones en las que la interpretación de este subgénero resulta en una erotización del terror, cuando no directamente en una fetichización facilona de la violencia sexual, y bueno, una tiene caprichos como el de leer sin tener un episodio de estrés postraumático, jajaja.
José Luis: No mucho, la verdad. Este rollo Eros y Tánatos suele gustar y da para ensayos y demás, pero como lector no me interesa de manera especial. Tampoco me provoca rechazo o me disgusta, si el relato es bueno y me atrapa me da igual que este sea el ingrediente principal. Sí me atrae cuando se recurre a él en plan de sano cachondeo, como hacía Joseph Berna en sus novelas. Y en las historias de vampiros es verdad que resulta casi inevitable, pero aquí estamos en lo mismo: ni suma ni resta. Son las capacidades de la persona que escribe las que harán que me guste o no. Pero así de entrada me es indiferente. Entonces llega Angela Carter y resulta que no hay nada mejor.
Cristian: El terror es un género muy versátil y el erotismo funciona muy bien con él. Sin entrar en la romántica paranormal, que es un género que desconozco, ya en muchos relatos vampíricos del siglo XIX se jugaba con ese concepto y creo que da mucho juego. Sin contar a Anne Rice, de la que sólo he leído Entrevista con el vampiro, novela que me gustó bastante, me gusta como maneja el erotismo y el terror Clive Barker. Se maneja como pez en el agua con la «nueva carne» y horroriza y explora los límites y va más allá.
Beh Sam: La unión entre Terror y Erotismo es un elemento muy importante para mí a la hora de crear mis propias obras, pero también lo es cuando busco un terror que me atrape. Bajo mi punto de vista, esta combinación crea fuertes contrastes sin permitir que se rebaje la tensión, dando lugar a recursos muy reconocibles y emocionantes como el de la joven pareja asaltada por una bestia dentro de un descapotable. No obstante, el erotismo dentro del género también puede ser un elemento muy útil a la hora de vincularlo con lo místico-religioso, con el pecado y lo ritual, que se desliga de lo puramente impactante o violento. En definitiva, es un recurso muy versátil.
¿Apreciáis el contraste entre terror nocturno y terror diurno en literatura, amén de la imposibilidad óptica de sentir visualmente su efecto?
M. J.: Me encanta la propuesta del terror diurno. En realidad, cualquier propuesta que saque el terror de sus cauces tradicionales, pero siento un vínculo personal con el terror que ocurre a la luz del sol. Creo que es porque me crié en Lima, una ciudad muy neblinosa y fresca, con poca variación térmica, pero a los diez años se me sacó de allí y acabé viviendo en la costa este de España, un lugar de sol sempiterno y veranos candentes, y hay una parte de mí que sigue ofendida. Para mí, el sol nunca ha sido inherentemente positivo. Mi niña interior lo encuentra agresivo y agobiante. Creo que el potencial para el terror de los interminables veranos mediterráneos, con sus largas horas de luz, debería aprovecharse más. El calor asfixiante, las cigarras que chillan durante horas, el agua estancada, el olor a putrefacción que a veces se levanta en los campos porque algo ha muerto pero no sabes qué ni dónde, la quietud forzada y sudorosa de la hora de la siesta, cuando nada se mueve salvo las moscas. El sol también puede ser cruel, y hay horrores que no necesitan ocultarse en los rincones oscuros.
José Luis: Un buen relato te hará estremecer sin importar la hora del día o de la noche en que transcurra. Incluso dará igual la hora en que lo leas. Si te apasiona la literatura de terror, la luz o la oscuridad son solo adornos. En cualquier caso, reconozco que cuando acontecen a plena luz del día y funcionan me hacen estremecer de manera especial: la sensación de inseguridad y de falta de protección, que la luz no te ayudará a borrar el horror de la noche, me encanta.
Cristian: Creo que es más impactante en el cine, ya que estamos acostumbrados (ya sea por falta de presupuesto o para crear mayor impacto) al terror «a oscuras». En todo caso, hay muchas formas de jugar con ambos conceptos en la literatura de género y subvertir las expectativas del lector al escribir escenas que estamos acostumbrados a leer en oscuridad que sucedan a plena luz del día. De noche todo da más miedo, pero ser testigos del puro terror a plena luz del día es como si nos arrebataran nuestra red de seguridad bajo los pies…
Beh Sam: En mi opinión, el terror diurno funciona de forma más eficaz en medios visuales que en la literatura; no obstante, una correcta ambientación puede elevar al máximo su potencial en medios escritos. La habilidad para conectar al lector con entornos que le son conocidos o que, incluso, considera seguros es un buen recurso para introducir el terror diurno; el aula donde cursa sus estudios cada mañana, la cafetería en la que comparte las tardes con sus compañeros de trabajo o esa explanada de hierba seca y amarilla que recuerda de sus veranos en el pueblo son perfectos paisajes en los que el terror puede ser muy realista e inesperado.
En el caso del terror nocturno, me arriesgaría a decir que funciona mejor que el diurno en la literatura puesto que el lector empatiza muy eficazmente con un personaje engullido por la oscuridad y, por este motivo, es un tipo de terror que se trabaja de forma diferente. Esto me lleva definitivamente a apreciar ese contraste entre ambos recursos y las claves que hacen que cada uno de ellos desarrolle todo su potencial.
Honestamente, ¿limitáis la forma de la literatura de Terror a la narrativa, a la ‘prosa’ (relato, novela…)? ¿Qué lugar ocupa entre vuestras aficiones la poesía de Terror?
M. J.: ¡Para nada la limito! Me encanta la poesía de terror, y la escribo de vez en cuando. Me atrae mucho cómo la poesía, al ser más evocativa y menos directa, permite crear atmósferas opresivas de forma muy sensorial, jugar con las ambigüedades… Además, la rima y el ritmo se prestan muchísimo a esconder cosas terribles en un envoltorio agradable. Adoro las «murder ballads» irlandesas, que suelen tener una melodía muy contagiosa (a veces incluso alegre) y un estribillo pegadizo casi infantil, y sin embargo describen asesinatos truculentos con todo detalle. Tonadas populares o canciones infantiles como ésas me inspiran a darles la vuelta y buscarles un reverso tenebroso.
José Luis: Soy un negado para la poesía. No digo esto con suficiencia o haciéndome el “duro”. ¡Ojalá tuviera esa sensibilidad que te hace disfrutar y paladear un poema! Hay algunos que me sobrecogen, por descontado, pero por desgracia para mí son muy pocos. Y poesía de terror no he leído apenas nada, aunque para borrar un poco de esta imagen desastrosa sí diré que el libro de poemas Hongos de Yuggoth de Lovecraft es imposible que no resulte simpático, la poesía de Edgar Allan Poe siempre es estremecedora y La canción del viejo marinero de Coleridge es fascinante porque aúna dos de mis temáticas favoritas: el terror y el mar. Pero como veis, apenas navego lejos de las costas más seguras.
Cristian: Siendo sincero, sí. No soy gran conocedor de poesía y disfruto más de la narrativa, aunque aprecio la prosa lírica en el terror, ya que es un género que se presta mucho a las sensaciones y no se remite a describir el mundo que lo rodea tal y como es, sino tal y como se siente.
Beh Sam: Si tratamos de encajar el Terror en la definición de la lírica, que es el género fundamentado en la expresión de sentimientos, la poesía resulta ser un medio ideal para transmitir algunas de sus múltiples facetas, como bien demuestran autores de la talla de Edgar Allan Poe; no obstante, la poesía no es mi medio preferido a la hora de explorar el género. Al margen de que no se materialice en una gran afición, valoro especialmente su capacidad de centrarse en la emoción, que, a fin de cuentas, es la raíz del Terror. En cualquier caso, puesto que el género de Terror es la expresión artística de un conjunto de sentimientos y sensaciones que no dejan de ser perfectamente reales, creo que cualquier medio es adecuado para trabajarlo.