III Jornadas sobre Arte y Cultura del Escalofrío
Altavoz Cultural

Verónica Cervilla
Agustina Bazterrica
Bernard J. Leman
¿Percibís una creciente influencia del Terror desarrollado en cine y televisión sobre la literatura de Terror actual? En caso afirmativo, ¿cómo valoráis esta relación?
Verónica Cervilla: En mi opinión, no hay una influencia desde la parte del escritor experimentado o que conoce bien el género y su formato en literatura, porque sabe que imitar el cine a través de palabras es imposible. Pero sí encuentro en cierto tipo de lectores que se acercan al género una tendencia a buscar el susto en una novela de la misma forma que se consigue con un jumpscare en cine, y eso solo puede llevar a decepción. La literatura de terror no es efectista, no puede serlo porque sus herramientas son otras. Lo que un texto de terror busca no es un sobresalto sino una emoción más duradera, ya sea angustia, inquietud o mal rollo directamente.
Agustina Bazterrica: Esta relación de influencia entre los medios de comunicación masivos y el campo literario es bien interesante. Tomo como analogía al proceso de articulación de las ciencias que en los siglos pasados se mantenían estrictamente separadas. Allí primero se comenzó a hablar de la necesidad de una perspectiva interdisciplinaria, luego se llegó a lo transdisciplinario y ahora salimos de las disciplinas directamente, nos indisciplinamos y llegamos a los saberes, a los transaberes. De la misma manera hemos salido de las disciplinas artísticas, de la diferenciación de las artes y sus lenguajes y estamos en permanente influencia mutua. La relación es de mutuo beneficio, altamente nutritiva y necesaria. Por ejemplo, si quisiera escribir una historia de zombies, es inevitable para mí que, antes, mire todas las películas de George Romero, ¿verdad? Incluso podría repasar las primeras temporadas de The walking dead, o la película coreana Tren a Busan. O si quisiera abordar un exorcismo, claro, puedo leer el libro de Blatty, pero tengo dudas de que voy a mirar nuevamente la película clásica del 73 o El exorcismo de Emily Rose (2005) o la gran El último exorcismo (2010). Así podría nombrar miles de ejemplos. ¿Cómo no mirar nuevamente la magistral La bruja de Eggers si quisiera escribir sobre el tema?
Para mí, en la práctica, no hay divisiones entre cine y literatura porque, en definitiva, se están contando historias. Además, mi literatura es muy visual, con lo cual me nutro del cine, de las artes plásticas, de la música tanto como de la literatura. De hecho, cuando estaba investigando para escribir Cadáver exquisito, vi muchísimas películas sobre canibalismo. Por nombrar algunas: Crudo de Julia Ducournau, Holocausto caníbal, Infierno verde. También vi toda la serie Hannibal.
Hay influencias particularmente poderosas. Sin exagerar, diría que hay películas o series que ya forman parte de mi ADN y es probable que también del ADN de muchos de los escritores de mi generación. ¿Cómo olvidar el personaje terrorífico de la señora Dougeron de la serie Marianne? ¿O el terror visceral que me dio la película The Visit de Shyamalan? O el guion, fotografía, actuaciones magistrales de la serie The servant del mismo director. Pienso también en cómo me impactó el gran guion de la película The lodge (2019) o el de La autopsia de Jane Doe (2016). No puedo pensarme como escritora sin la influencia del arte audiovisual, plástico, conceptual. Del arte en general. El bagaje de imágenes que tengo en mi mente es infinito no solo porque estudié Historia del Arte sino porque mi contacto con lo audiovisual es permanente. De todas maneras, creo que en las nuevas generaciones esa relación es muchísimo más orgánica, cotidiana y afín de lo que lo fue para mi generación. Cuando era chica no existía Netflix, no tenía la oferta audiovisual que existe ahora. Las ofertas disponibles en mi infancia se reducían a ver dibujos animados de Tom y Jerry y a leer libros de la colección Robin Hood, un repertorio de narraciones de buena calidad pero no muy abundantes. Toda la colección ocupaba un solo estante en mi biblioteca. El vínculo e influencia entre lo audiovisual y la literatura ya está sucediendo, como en las artes plásticas, y se verá mucho más claro en las obras de las nuevas generaciones.
Bernard J. Leman: Siempre han existido vasos comunicantes entre las distintas disciplinas, pues tanto autores como artistas se han venido alimentando de sus referentes en cualquier medio desde el principio de los tiempos. Ningún hombre es una isla, y mucho menos un creador.
En nuestro caso, el ejemplo más reciente es el del subgénero zombi, que, aun teniendo unos orígenes puramente cinematográficos, consiguió una extraordinaria repercusión con la adaptación televisiva de un cómic, fructificando después en miles de obras en diferentes formatos con desigual calidad, entre las que se pueden encontrar algunas muy interesantes.
Todas las modas tienen el inconveniente de la uniformización, pero creo que también pueden llevar el género a nuevos públicos, crear nuevos lectores que llegan a la literatura atraídos por el audiovisual. Hay quien dice que el terror está de moda y yo no sé si esto es muy cierto, pero sí hemos visto recientemente obras en las que el terror es un ingrediente más de un cóctel de géneros que tienen un poder de atracción inédito (Stranger Things o It, por ejemplo).
Una obra mediocre seguirá siendo mediocre independientemente de sus influencias, así que creo que el balance final de todo esto es positivo para el género.
¿Qué lugar ocupan en vuestra concepción de la literatura de Terror las referencias a los ritos y las prácticas oscuras? ¿Os atrae el binomio religión-ocultismo?
Verónica: Probablemente ocupe un puesto muy alto en mi lista. Es un tema sobre el que escribo a menudo. La religión es fascinante, ya sea cualquiera de las que asumimos como «buenas» o «normales» u otras paganas o el ocultismo. Al final, se trata de la necesidad del ser humano por controlarlo todo, incluida la muerte y lo desconocido, y por manejar de alguna manera su lado malvado, buscando justificaciones para cometer toda clase de atrocidades. En terror, la religión ofrece una oportunidad perfecta para reflexionar sobre temas como el poder, la corrupción de la conciencia y la manipulación, entre otros.
Agustina: Me interesa la religión como objeto de estudio porque tengo una relación de permanente conflicto, pero al mismo tiempo de profundo interés. En mi caso, desde mi propia vida la religión se basa en el miedo y la culpabilidad. Además, los dogmas me resultan poco confortables; esa rigidez que no da lugar a otras posibilidades me inquieta en extremo. Por otra parte, no puedo evitar intentar entender por qué tanta gente se apega a esas certezas al punto de llegar, incluso, a matar para probar esa verdad, o volverse intolerantes. Esto viene de dos dimensiones de mi experiencia. La primera en el colegio de monjas al que fui, donde se respiraba un aire de intransigencia y represión, muy diferente al mensaje primordial de los católicos, que es el del amor. La otra en la universidad, donde pude estudiar a la iglesia católica -en perspectiva histórica- desde su fundación, con toda la riqueza de claroscuros humanos, políticos y sociales. A través del análisis de las obras de arte que a lo largo de los años encargaron como grandes comitentes que fueron.
Este camino también se vuelca al ocultismo, al punto de comprender que cuanta más luz ponemos sobre algo más sombras generamos a su alrededor. En definitiva, en cualquier rito donde se involucra a un ser inmaterial, sea dios, el diablo, demonios o ángeles, está implicada la fe, la fe en aquello que nos excede y por eso me interesa explorar esos binomios.
Ahora estoy leyendo sobre brujas. Curiosamente, explorar el vínculo entre el capitalismo y las brujas es escalofriante, seguir el hilo de cómo contribuyó a la quema de brujas se observa en el ensayo Calibán y la bruja de Silvia Federici. Explorar esos arquetipos, pero también los ritos paganos, la conexión con la naturaleza, las supersticiones. La biblia de las brujas -Manual completo para la práctica de la brujería-, de Janet y Stewart Farrar tiene un enorme potencial literario. Quiero entender la conexión entre los elementos, con los planetas, los astros. ¿Cómo pensar a una bruja moderna? Carlos Fuentes lo hizo con su magnífica nouvelle Aura, pero ¿cómo se la puede pensar hoy? Acceder a aquello que excede la razón, lo intangible, me apasiona y me impulsa a escribir.
Bernard: Mi mayor foco de interés como lector y escritor radica en el estremecimiento que provoca el rasgado del velo de la realidad: aquel misterio numinoso que aguarda tras la materia visible, o el vacío aterrador que anida en el centro de la existencia. La religión, como sistema de conocimiento vedado, me interesa mucho porque persigue el mismo objetivo, que no es otro que ponernos en contacto con una realidad que nos supera.
Gracias a la larga tradición católica en nuestro país tenemos asumidos determinados rituales o imágenes que, si los observamos con la suficiente distancia, son bastante inquietantes. La religión, en el fondo, no es más que una variante exitosa del ocultismo, y las prácticas de la confesión mayoritaria no tienen por qué ser menos sobrecogedoras que las de cualquier otra, si se observan desde el punto de vista correcto.
El rito, como mecanismo para activar la emergencia de la realidad oculta, es fundamental en mi concepción del género, aunque no tiene por qué ser necesariamente explícito; dependiendo del estilo y del objetivo puede tener mayor o menor significado en la historia. Pero, como todo, la abundancia produce hartazgo, y el rito deja de interesarme cuando se convierte en el objetivo principal, o en un tópico desprovisto de función. Para mí el rito alcanza su máxima efectividad cuando a través de él se presenta una realidad vedada, ya sea externa o interna (psicológica), y no tiene por qué consistir necesariamente en una serie de preparativos preestablecidos, sino que también puede manifestarse a través de la obsesión o monomanía, de acciones significativas, comportamientos repetitivos, o incluso a través de la prosa misma. El rito puede ser también una poderosa metáfora de las relaciones sociales. Bien utilizado, es tremendamente efectivo.
¿Puede ser la literatura de Terror una terapia de choque contra las propias fobias? ¿Integráis las vuestras cuando escribís? ¿Os ayuda en algo hallarlas como lectores?
Verónica: Rotundamente sí. Para mí escribir terror es terapéutico porque no se me ocurre un género mejor para descender a los infiernos personales, no solamente en cuanto a fobias (no tengo muchas, más allá del terror a las alturas), sino también a traumas y miedos más profundos. Como escritora me permite expresarlos, sacarlos fuera de mi cabeza un rato y ver cómo se comportan, experimentar y ver hasta dónde puedo llevarlos; como lectora es algo parecido a ir a terapia de grupo, saber que existe alguien más que teme eso que temo yo y seguir su viaje, incluso aunque salga mal y sufra.
Agustina: Como argentina responder a esta pregunta me obliga a decirles que en mi país la realidad supera ampliamente la ficción. Diría en Latinoamérica, donde por algo nació el realismo mágico. Las terapias de choque las tenemos día a día. Atwood se basó para escribir la distopía El cuento de la criada en la apropiación de bebés en la última dictadura militar argentina. Vivimos con la angustia profunda por los desaparecidos en las dictaduras latinoamericanas, vivimos en terrores económicos que horadan la seguridad del día a día como la hiperinflación, la confiscación de los ahorros de una vida (El corralito del 2001, donde un día nos despertamos y por decreto del gobierno ya no pudimos sacar nuestro dinero del banco), la inseguridad en la calle y que te maten para robarte un celular, la violencia, los femicidios y puedo seguir… Entonces creo que, para mí, la literatura de terror fantástica más que un choque contra las propias fobias es un canal de configuración, una vía de escape de toda esta realidad dramática y es por eso que mi literatura sugiere posibilidades fantásticas, pero no las confirma. ¿Puede existir un mundo donde el canibalismo sea ley? Parece irreal, parece imposible, pero infiero que para un argentino no sería una conjetura disparatada; ¿canibalismo?, seguro, claro que es posible. Si se dan las condiciones puede existir en un futuro próximo. En la novela una de las condiciones para crear esa matriz donde se comen los unos a los otros es generar miedo en la población a través de un virus. La novela la publiqué en 2017. Pero ¿les suena conocido?
Creo que al leer literatura de terror disfrutamos, nos sentimos seguros porque es ficción. Es bastante improbable (no digo imposible) que mañana empiece un apocalipsis zombie, por lo tanto, el tabú de que nuestro mejor amigo nos quiera comer el cerebro nos horroriza y nos cautiva con la misma intensidad. Agrego que lo fascinante de la literatura en general, de la buena, es que nos genera cuestionamientos, produce pensamiento crítico. Entonces cuando leo sobre zombies pienso: ¿de qué se está hablando realmente? Una perspectiva es que los zombies representan a la masa anónima de las ciudades que siempre es una amenaza. Otra es la crítica directa y casi poco sutil a la pulsión ciega y consumista de estas sociedades modernas que nos aleja del pensamiento, de la reflexión. Por algo consumen cerebros. Y hay diversidad de aproximaciones. Miremos a Drácula, que simboliza a la aristocracia chupando la sangre de las clases bajas. Entonces, el escalofrío, el miedo, el terror me atraen, y permiten seguir meditando. Aunque sí tengo que confesar que cuando leí Misery de King tuve miedo del real, porque claro, uno de mis grandes temores es la impotencia frente al fanatismo. Pero no suele pasarme con muchos libros.
Por otra parte, en mi literatura están mis miedos, sin dudas, porque somos nuestros miedos. Desde el más primario e instintivo: miedo a que me coman, hasta el miedo más complejo al pensar, como dije antes, en los mecanismos que mueven el engranaje del fanatismo extremo, miedo a la gente irracional, miedo a cómo naturalizamos y justificamos la crueldad. Hoy, 26 de mayo de 2021, (mientras escribo esto) salió una nota en Página/12 de Mariana Enriquez: “Cuando el miedo interrumpe en el zoom”, que habla de cómo hay gente que se infiltra en zooms para agredir con una enorme violencia. Interrumpieron un zoom para mostrar fotos de mujeres muertas donde había una escritora que tiene una hermana víctima de femicidio. Toparse con la maldad de frente, sin filtros, con la crueldad pura, eso me da impotencia, pero también miedo.
Bernard: Por supuesto: en la exposición a nuestros miedos reside la génesis misma del género. Además, los temores propios siempre son una fuente de inspiración directa y, por tanto, más genuina que los ajenos. El miedo a la muerte es un clásico, así como el miedo a la aberración de la naturaleza que está en el núcleo del terror sobrenatural.
Personalmente me aterra la corrupción del sistema de creencias en el que depositamos nuestras ilusiones de orden y gran parte de nuestra estabilidad mental, y a través del que nos situamos en la compleja red de relaciones sociales que tejemos a nuestro alrededor. Me refiero al descubrimiento de que objetos, lugares o personas que creemos conocer en realidad no son lo que pensamos. Es una sensación que se relaciona con la emergencia de lo inquietante que está latente en todo lo que nos rodea, y cuyas manifestaciones clásicas son el autómata, el títere, la máscara o la perversión de la infancia. Creo que es algo que aparece constantemente en lo que escribo, ya sea mediante una sociedad secreta, un hombre convertido en muñeco o una realidad oculta a la que se accede a través del dolor.
Realmente, no sé hasta qué punto leer o escribir sobre estos temas me ayuda a superarlos. A acostumbrarme a ellos, sin duda. Pero no tengo claro si toda esa preparación va a romper la barrera de la ficción cuando tenga que enfrentarme a ellos en un entorno real. En cualquier caso, son un polo de atracción ineludible. Yo siempre encuentro muy divertido leer o escribir sobre los miedos propios y, reconozcámoslo, al final todo esto se trata de pasarlo bien.
¿Sentís de algún modo la irrupción del universo creepypasta en la literatura de Terror?
Verónica: Pues, personalmente, creo que está irrumpiendo más en el cine, aunque de alguna manera nunca se fue. Esto tiene sentido desde el punto de vista comercial. Si una película sobre una leyenda urbana tiene éxito, al final se acaba convirtiendo en una saga que recauda unos cuantos millones de dólares en todo el mundo, y además es un tipo de cine con un gran número de fans. En los 90 aparecieron grandes personajes, ahora historia del cine de terror, gracias al universo creepypasta. Lo que sí me parece es que está llegando a nosotros el creepypasta de otras latitudes, como por ejemplo de Latinoamérica, con autoras como Mariana Enríquez, que usa muchas de esas leyendas urbanas —como la del Gauchito Gil— dentro de sus historias.
Agustina: La literatura se renueva, se alimenta de la realidad, y de la propia ficción. La literatura tiene procesos de autofagia. La versión moderna de las leyendas urbanas que es el creepypasta (porque el creepypasta también bebe de historias antiguas) es una fuente inagotable de ideas; hay ahí un potencial tremendo. Internet es otro espacio de “prosumidores culturales” (de productores y consumidores de historias), espacio que habitamos, producimos y del cual nos nutrimos. A veces, estos dispositivos de terror disponibles en internet suelen resultarme ciertamente naif al lado de las noticias de los diarios y noticieros de todo el mundo. Sin embargo, tengo entendido que algunas de esas historias ya forman parte de la literatura de terror, como The Russian Sleep Experiment, de la cual se escribió un libro, o Slender Man, de la cual se hizo una película y también un documental a raíz del asesinato que cometieron dos niñas inspiradas en la leyenda. Solo el tiempo dirá si estas historias persisten o son fagocitadas por formatos superadores.
Bernard: No estoy muy familiarizado con las creepypastas, aunque me interesan mucho, no tanto por su contenido, sino por su medio y formato. Me parece que surgieron de forma natural en un medio proclive al anonimato y que, en el fondo, no son más que otra expresión de la necesidad que tenemos los seres humanos de contarnos historias.
Yo no llegaría a calificarlo de irrupción, pero sí que percibo una cierta influencia en algunos autores, sobre todo los más jóvenes. En cualquier caso, estamos moviéndonos en terreno resbaladizo, porque las creepypastas forman también parte de la literatura, aunque no en un formato ni medio tradicional.
La experimentación con nuevas formas de distribución de la ficción va a continuar porque está en el código genético del terror y es una de las cosas que lo hacen tremendamente interesante.