-Ediciones Medina-

     El verso níveo ha atravesado un hermoso sendero para instalarse ágil en nuestra memoria. Su belleza gótica, su imaginario mitológico y evocador, su léxico arqueológico y reposado… Todo ello, entre otras muchas gotas de placer, contribuye a ubicar de manera capital la Muerte en la geografía poética. De forma rotunda, sin amagos ni farsas. Completa un puzle jugosísimo con piezas que complementan maravillosamente otras dispuestas en paredes primas hermanas: Diáspora de la mujer pájaro, de Marta Castaño, Arde, de Sara Prida Vega, Celebración del Esqueleto, de Iván Fernández Frías… Virginia GA ha prendido fuego a una creación fascinante que se digiere con frescor.     

     Veinticinco poemas ilustrados -viva Sheila Mesa y su arrollador arte- se reparten el pastel oscuro, cuya vela más alta es el prólogo -versificado también, así como la declaración de intenciones-. El viaje se compone de cinco etapas romanas con cinco poemas esculpidos en sus rocas. El epílogo es la vela más pequeña, por ser la última, por ser la de llegada a la despedida. Pero es la más brillante, la que permanece alojada en nuestro corazón, llameante, una vez cerramos entre nuestras palmas tamaña demostración de belleza literaria, gráfica, profunda y eterna.

     Partimos de la mano de Caronte, en su barca. Él mismo secuestra la voz poética para declamarnos su presentación y objetivo. Vamos a navegar por versos hermosos y sombríos, hondos, nombrados bajo una única palabra abarcadora a modo de título crucial. Cada poema es una unidad y un puente conectado de piedra. Cada poema es una cartilla preciosa con sello a la izquierda y palabra a la derecha. Qué postales tan increíbles han confeccionado poeta e ilustradora. Rumbo a la nada, que lo es todo.

     Etapa I: De las escenas que deja la muerte

Hallamos Invierno, Ovillo, Vanitas, Psicopompos, Olvidos. Inaugura nuestro itinerario el férreo invierno; frío, blanco, viejo. Tan próximo al último de nuestros destinos. Concluiremos el trayecto en la noche, que besará, en simbiosis perfecta, los labios cortados. Este primer estadio de nuestro recorrido es asimismo un cabalgar por el deseo y la mezcla de nostalgia y búsqueda de paz. Ansiamos la guía más adecuada para saciar nuestro silencio. Virginia GA ya ha puesto una carta definitiva sobre la mesa: su poemario es lírico. Eminentemente lírico en el sentido más clásico posible, lo cual recala en un doble homenaje en forma y fondo al ambiente construido. La rima, la musicalidad, la dulzura de la palabra orada es aquí una escultura labrada en oro. Gracias, desde este mismo punto del comentario, por salvar una tradición cada vez más denostada.

     Etapa II: De los dioses que supieron de muerte

Descubrimos Gilgamesh, Anubis, Airón, Morrigan, Proserpina, significando los cinco un tributo a tales figuras, mas siendo el último de ellos, además, una exhibición de destreza técnica. La exaltación admirable de los diversos rasgos identificativos de los homenajeados no resta una pizca de intrusión original y coherente respecto del menester principal: la contemplación de acompañantes tan insignes y la verbalización de todo cuanto ofrecen en sus mundos. Hace tiempo que sentimos la obra como un museo. Esta segunda etapa supone un juego dentro del juego. Y nos encanta, así como nos encanta aprender de la mano de tan sabia instructora.

     Etapa III: Del recuerdo de los muertos

Abrazamos Htp, Kispum, Qinming, Catrina, Samhain, que integran la etapa más festiva y cálida de la obra, trufada de ritual, celebración y oscura dicha. Se sucede la configuración de un puzzle de cuadros majestuoso; Virginia continúa dándonos pistas acerca de sus predilecciones históricas, de sus objetos de deseo más codiciados y de sus profundos sentimientos en torno a la marcha existencial. La redondez formal es total mientras avanza la barca.

     Etapa IV: De los símbolos que susurran muerte

Vislumbramos Reloj, Guadaña, Lirio, Mariposa, Ataúd. Estamos ante la etapa más orgánica, material, del periplo: por primera vez hacemos uso del sentido del tacto. Sin despreciar cuantísima simbología surfea cada elemento, lo relevante aquí es la sensación de parada, de breve pausa, que nos inunda. El tiempo -paradójicamente- se detiene por un instante al evocar los diversos escenarios desarrollados a partir de la entidad nombrada. Supone un desahogo en el ritmo y apuntala imágenes intuidas hasta tales momentos. La belleza ahora es más definida que nunca y caminamos hacia su nuevo desvanecimiento para proseguir con las turbias aguas del más allá. 

     Etapa V: De las ciudades de los muertos

Palpamos Cementerio, Mausoleo, Paseo, Ángel, Noche. El broche es un nuevo canto esparcido. La entrada por el cementerio es una de las inscripciones más bellas que hemos tenido ocasión de apreciar en los últimos tiempos poéticos. La autora nos acompaña hasta la oscuridad de la madre negra, la sin sol, la sin luz, la más pura y poderosa creadora de sueño y muerte. En esta última etapa observamos la mayor edificación artística del poemario a través de ese Paseo que detalla el propio proceso vital y funciona como paralelismo ideal del doble viaje -físico y espiritual- en el que nos embarcamos hace unas cuantas páginas. 

     El epílogo alcanza nuestros cansados pero brillantes ojos antes de desmoronarnos en las profundas aguas del sueño último. Nos habla Caronte para despedirse -inconcluyentemente-; regresamos al origen de este círculo maravilloso.

     El verso níveo es una proeza: reúne numerosas virtudes de la poesía más inmortal, retrata instantes, lugares y sentimientos de primera línea humana y atraviesa estéticamente el formato para reproducirse como documental filmado en un proyector tan denso como los permita nuestra imaginación, tan adecuadamente guiada por la diestra mano de Virginia GA. La edición de la obra es fabulosa, pura fantasía. Medina se consagra. Sheila Mesa aporta una calidad monumental a la compleja partitura entregada por la pluma. 

     Se atisba una fuerte carrera literaria, se celebra, como nunca, la decisión del atrevimiento; se aplaude incansablemente la originalidad y el buen hacer -con pilares en el conocimiento, la vocación temática, la valía técnica y la honestidad-, se desea lo mejor y se agradece, querida Virginia, cada poro de tu poesía. 

-Altavoz Cultural-

ENTREVISTA A LA AUTORA

Bienvenida, querida Virginia, a Altavoz Cultural y enhorabuena por tu estupenda obra El verso níveo (Ediciones Medina, 2021). Nos gustaría comenzar conociendo los tres porqués: ¿por qué El verso níveo?, ¿por qué Ediciones Medina? y ¿por qué ahora, en este momento?

¡Muchas gracias por vuestras palabras! Creo que las dos últimas preguntas se pueden responder con una de esas bonitas casualidades que suceden en la vida y que terminan resultando ser las mejores experiencias que tenemos. En mi caso, me gusta compartir las poesías que escribo por mis redes sociales. Una de ellas llegó a Alejandro Masadelo, de Ediciones Medina, con el que ya había compartido por Twitter alguna que otra palabra. Me dijo que le había gustado mucho y me propuso la posibilidad de publicar un poemario en su editorial. Para mí fue un poco como “¿esto está pasando de verdad?”. Así que no me lo pensé dos veces y acepté sin dudarlo.

Ahora bien, ¿por qué El verso níveo? Me dieron total libertad para elegir el tema y estructurar la obra como quisiera, y vi claro que la muerte sería mi musa. Siempre me ha gustado sentir nuestra vida como un paso de estaciones, ¿no? La primavera son nuestros primeros años; el verano, nuestra juventud; el otoño, la edad adulta; y el invierno, la vejez, y de esta metáfora y del símil entre el cabello blanco y la nieve sentí que no podía tener otro título.

Tu obra dialoga con una corriente poético-literaria creciente que está produciendo jugosas obras en los últimos tiempos. Su denominador común es la articulación del discurso poético en torno a la muerte, el desarraigo y la memoria social. En tu caso se afronta dicho discurso desde una óptica mitológica. Nos encantaría saber qué referentes, qué lecturas y qué experiencias autobiográficas subyacen al imaginario y la forma vertidos sobre tu poemario.

Uff, podría decirse que mi historia con la muerte tiene un largo recorrido, de alguna forma siempre ha sido un tema que me ha apasionado, aunque hay algunos puntos destacables. Uno de ellos es cuando daba Lengua y literatura en el instituto y estudiamos el tópico del “Memento Mori”. Recuerdo que me enamoré de esa expresión, de su significado, de todo lo que implicaba y supe que quería llevar estas dos palabras tatuadas en mi piel (y me las tatué, jeje).

A los 16-17 tuve una experiencia cercana a la muerte pero sentí que ella venía y me decía “¡Eh! ¡Que aún no te toca! ¡Sigue viviendo!”. Y creo que ese fue un poco el inicio que marcó esta especie de amistad que hay entre nosotras.

La última anécdota que me marcó significativamente fue en mi primer año de Historia, cuando conocí a Gilgamesh y su epopeya. Me enamoré completamente de unos versos en los que describía el horror de la muerte y, aunque tuve que esperarme a los másteres para poder especializarme en la historia cultural de la muerte y el mundo funerario, supe que acababa de despertar plenamente mi pasión por este tema y empecé a empaparme de todas las mentalidades, ideologías, imaginarios, etc. que desarrollaron las distintas civilizaciones a lo largo de las épocas en torno a la muerte.

Definitivamente este “Poema de Gilgamesh” es mi obra clave. La forma de describir la muerte, los estragos que causa en el cuerpo del fallecido, el luto y las propias lágrimas de Gilgamesh me parecen de una belleza y de una sensibilidad tan brutales que las podemos sentir hoy día a pesar de haber sido escrito hace unos cuatro mil años. Es una obra que siempre recomiendo, y es una de las razones por las que, sí o sí, tenía que dedicarle un poema a mi querido Gilgamesh.

Precisamente es la sucesión de los diferentes poemas la que se inserta entre un inicio y un término puramente mitológicos, como origen y final del viaje. En este sentido, ¿qué nació primero en tu cabeza: la estructura continental con ambos extremos premeditados o el conjunto de composiciones que la llenan y dotan de contenido, carente entonces de ese encuadre final?

Cuando me planteo un trabajo, una obra o cualquier cosa creativa que vaya a hacer, siento como si en mi cabeza estuvieran rondando distintas piezas del puzle de lo que quiero contar. Al principio son caóticas, viajan de un lado para otro dando forma a las ideas ya pensadas o creando otras nuevas. Hasta que de pronto todo hace “click”, encajan perfectamente y ya sé lo que quiero contar y cómo lo quiero contar.

Con El verso níveo sucedió precisamente esto. Tenía en mi cabeza las ideas de dedicarlo a la muerte, de hacer capítulos dedicados a la mitología, los símbolos, fiestas y demás hasta que vino Caronte y me dijo que lo hiciéramos como un viaje, que lleváramos al lector, a la lectora, en nuestra barca y que cada etapa del viaje fuera un capítulo. Y teniendo esta idea del viaje empezaron a fluir los poemas.

De alguna forma, gracias a El verso níveo, me he dado cuenta de que esta especie de storytelling del “viaje” es un tema muy recurrente en mi forma de escribir y contar las cosas, es una metáfora que me gusta mucho.

La implicación artística de Sheila Mesa es exquisita, enriquece notablemente el viaje propuesto con sus ilustraciones. Como autora de los textos que han inspirado sus creaciones, ¿cómo valoras esa doble construcción a partir de la palabra ilustrada? Más allá de gustos, ¿qué consideras que le aporta a la poesía, en general, y a tu obra, en particular, la interacción con el trabajo gráfico de una artista?

Para mí ha sido toda una delicia poder contar con las preciosas ilustraciones de Sheila para adornar mis poemas. A medida que iba viendo cómo avanzaba su trabajo me quedaba maravillada pensando en que esas ilustraciones acompañarían mis palabras. Porque las siento como una simbiosis perfecta entre arte y poesía que susurra los escenarios más melancólicamente bellos en la mente de quien viaja por estos versos. Creo que las ilustraciones pueden dar fuerza a los sentimientos que se expresan en estrofas y, como puertas, abren la imaginación del propio lector, de la propia lectora, para que haga suyos los sentimientos y la historia que está leyendo.

Y eso sin olvidar el fabuloso trabajo de maquetación de David Sicilia, que ha creado una auténtica delicia gótica con las piezas que le hemos dado Sheila y yo.

Sheila Mesa es toda una exponente del género de Terror. Virginia GA ha escrito un libro que puede llegar a interpretarse como un poemario «de Terror», pero, desde luego y en cualquier caso, se trata de un poemario sobre la muerte, un ingrediente tradicionalmente incrustado en el centro del género de Terror. ¿Han experimentado tus poemas un proceso más o menos contundente de posproducción orientado a oscurecer el resultado o la naturalidad de las imágenes ha fluido por tu pluma desde los primeros estímulos?

He de reconocer que hasta que no os he visto a vosotros interpretarlo como un poemario de terror no lo había percibido así. Quizá porque ya estoy tan metida en estos temas algo macabros que los tomo con total naturalidad, jeje. Pero de ser así, me gustaría que se vieran como algo tranquilo, una especie de terror sereno. Algo que evoca imágenes oscuras, sí, pero desde la calma.

Y así, cada poema fluyó solo, desde el principio, como si cogiera cada título o la idea de cada poema y él o ella me dijera “quiero que me cuentes así”, “quiero que sea esto lo que digas de mí”, “quiero que me vean así” y a partir de ahí me dieran total libertad para expresarlo de la forma más bella posible.

Honestamente, ¿cuánto te importa y afecta la opinión de lectoras y lectores acerca de esta primera publicación editorial? Te deseamos mucho éxito.

Tengo que decir que hasta ahora las opiniones que he recibido han sido bastante positivas y cálidas. De hecho una de las mejores cosas de haber publicado este poemario ha sido las palabras de cariño que he recibido, el ánimo a seguir escribiendo, el verlo como el primer paso para seguir en esta senda de versos e historias.

Y esto lo valoro mucho. No es una cuestión de importarme o afectarme, es de valorar. Lo más importante que tenemos es el tiempo, ese que no sabemos dónde queda enterrado, y el hecho de que las personas tomen parte del suyo para leerme y para compartir sus impresiones conmigo es uno de los regalos más bonitos que puedo tener. Y no puedo más que tener palabras de agradecimiento hacia todos los lectores y lectoras que han tenido este detalle conmigo.

¡Muchas gracias por vuestros buenos deseos!

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