
Querido Antonio:
Tu nombre acaba con la única vocal que se agarra bien las manos para que suenes a todo aquello que rima con abrazo.
Aún recuerdo el olor a olmo viejo sobre un pupitre oxidado que nunca supo sonar a compás.
Eres lectura obligatoria en muchos colegios de esta tierra pero las sillas se quedan cortas con sólo 4 patas al escucharte. Siempre pensé que hay letras que se deberían pronunciar en los campos o por cualquier camino hacia Soria.
También te han cantado, Antonio. Te han cantado mucho, erizando pieles que ahora descansan en cementerios llenos de flores. Me gusta pensar que todo lo que leemos, al final acaba floreciendo entre la tierra, estercolándola con consonantes eternas, como las tuyas.
Yo sé que hay vuelos distintos a cada orilla del río, pero no cambiaría por nada tu mirada al Duero, mientras muchas voces se pelean por plasmarte entre acordes y gente con sal en los ojos.
Te contaré, Antonio, que hace dos días que se habla de la Memoria Democrática. Ojalá dejen de justificar tu huida porque alguien como tú no debió abandonar nunca un país como este, es decir, completamente tuyo. Pocas veces más, llegó a florecer por su propio tallo. Aún así, estoy deseando que vuelvan a nacer todas las flores de nuevo para entrar en Collioure a buscarte con los ojos cerrados. Eso, querido Antonio, sí que es fe ciega.
Atentamente,
Todos tus campos y caminos, que no han dejado de resonar nunca al ritmo de tu bastón.
