Bienvenida, querida Gemma, a Altavoz Cultural y enhorabuena por tu excelente obra Blancogramas (InLimbo, 2021). Nos gustaría comenzar conociendo el porqué de Blancogramas en su aspecto más básico: ¿por qué ese tributo, ese homenaje al color blanco que todo lo llena de horror? Paralelamente, y hablando de horror, ¿por qué InLimbo como cómplices del crimen editorial?

Lo del blanco nació como nacen muchas veces las mejores ideas: por casualidad un tanto causal. Y de hecho el origen está muy unido con la razón por la cual tuve la suerte de ser “inlímbica”. Os explico…

Ya había escrito un par de relatos que finalmente formaron parte de “Blancogramas” y estaba inmersa en una tercera historia cuando conocí a InLimbo y a Ana Martínez Castillo. Con ella conectamos “literariamente” de inmediato (después se ha convertido en una gran amiga a distancia). Yo había leído su “Ofrendas” (uno de esos libros perturbadores que hacen la delicia de damas oscuras como nosotras) y la invité a participar en “Donde las hadas no se aventuran”, una antología donde pretendíamos sustituir hadas por fantasmas en los cuentos maravillosos. Ella leyó después mi “Casa volada” y supongo que le gustó (tendréis que preguntárselo…) y me comentó el proyecto que tenía entre manos con Inlimbo. Me dijo que iba a ser una editorial de narrativa (y poesía) inquietante con un objetivo: “asesinar la realidad”. Ella sabía de mi gusto por la oscuridad y me comentó que, si tenía algún proyecto entre manos, se lo enviara. Es curioso… porque estaba justo metida en uno en el que el blanco y el negro también tienen mucho que ver (y las brujas. Y las hadas…). Pero por la naturaleza del proyecto (ilustrado) no nos cuadraba. Le dimos una vuelta. Le hablé del blanco. De esa casualidad que hacía que se me hubiera colado en varias historias como quien no quiere la cosa, pero siempre para representar esa oscuridad nívea que se había colado en mi escritura. Seguí estirando del hilo de mis últimas inspiraciones y me percaté de que tenía varias historias que deseaba contar en las que este color podía ser protagonista, porque lo inmaculado, lo angelical es el mejor hueco donde puede ocultarse lo terrible, lo monstruoso, el terror. A Ana y al equipo de InLimbo les gustó la idea y… así fue como vio la luz mi “Blancogramas”.

Vayamos al ojo del huracán: ¿tenías suficientes textos como para afrontar directamente el contenido de la antología o los creaste concienzudamente a partir del tema común una vez planteado?

Tenía tres relatos, creo, y varias ideas en las que el color blanco se había colado en la trama y podía formar parte de un título, de un lugar, de un objeto… Eso me resultaba curioso, porque en general cuando hablamos de terror pensamos en el negro (vinculado a la muerte -al menos en nuestra cultura-, las sombras) o el rojo (muy asociado a la sangre, a los vampiros) como si en el color blanco, tal y como apunta David Roas en el prólogo de “Blancogramas”: “no hubiera sitio para el mal y lo terrible”… Así que fue sencillo (y fascinante para mí) seguir “estirando del hilo” y completar la “heptalogía” de oscuridad nívea.

¿Entiendes Blancogramas como un nuevo eslabón en tu cadena literaria en cuanto a considerarlo una continuación natural de tus obras anteriores, una condensación de tus tópicos, miedos e intereses expuestos previamente? ¿Es, por el contrario, un espacio aislado, un animal extraño?

No, no, sin lugar a dudas todo lo que escribimos, creo, se “empapa” de nuestras obsesiones, de nuestras referencias, lecturas, filias… Y me gustaría pensar que, pese a que sean distintos, los libros que he escrito hasta ahora forman mi particular universo literario. Componen lo que me gusta denominar mis retahílas literarias (palabra que me parece maravillosa y que forma el título de un libro de Martín Gaite que recomiendo mucho. Además desde siempre le doy muchas vueltas a eso de “estirar del hilo de las obsesiones”…). Pues en mis “retahílas” hay sitio para “niñas monstruo”, fantasmas, casas… Además pienso que al escribir oscilo entre la nostalgia, lo fantástico y la oscuridad. En algunos de los libros predomina más un enfoque que otro, pero diría que todos se reconocen de alguna manera en mi forma de escribir. En “Blancogramas” predomina, sin lugar a dudas, la oscuridad y cierto toque fantástico (o insólito), pero también hay casas, fantasmas, una forma peculiar de representar la infancia… algo que ya está en muchos de mis relatos anteriores.

¿Qué te ofrece el ámbito de la religión, el ocultismo y las prácticas oscuras como terreno explotable dentro del género de terror?

Últimamente se ha convertido en una inspiración recurrente, tengo que admitirlo. Quizá porque en muchos casos ni creo ni dejo de creer (o no me atrevo a hacerlo… que en la vida real no soy tan atrevida como algunos personajes de mis relatos), pero me gusta leer, conocer anécdotas, casos, investigaciones relacionadas con estos temas y me parecen fascinantes muchas de las historias que me cuentan. Al fin y al cabo, todo son historias y eso es lo que me atrae, siempre me ha gustado lo fabuloso, que me cuenten sobre “lo extraordinario”, que me ayuden a interpretar la realidad de otra forma que no sea la estándar… Quizá una parte de mí cree que “todo es cuento”, una forma de interpretar lo que no comprendemos y transformarlo en relatos. Las vidas de los santos, por ejemplo, o algunas costumbres que incorporamos de una forma natural a nuestra vida diaria me parecen terribles (en el primer caso) o fantásticas, pese a que haya quien las acepte con total normalidad. Y eso me sugiere casi siempre puntos de partida para nuevos relatos. De hecho, esta idea fue el inicio de “Cucarachas blancas”, que forma parte de “Blancogramas. Y es que, tal y como dice uno de sus personajes, Mr. Bert: “Cada uno debería creer en lo que prefiera, vieja bruja, hazme caso. Sobre todo, si ya no nos queda nada”.

Daniela, Cat, Lucrecia. Vaya trío, querida. ¿Qué referencias, modelos y personajes te han servido como receta para elaborar tus niñas-monstruo?

Uy, con esta pregunta disfruto muchísimo, ya que, como os he comentado, siempre defiendo que la escritura es orgánica y se forma con cada uno de los libros (y las películas) que llegan hasta nosotros. Digo lo de las películas porque sin lugar a dudas hay una que ha marcado relatos como el de “Plumas sucias” y el próximo libro que publicaré, con historias de brujas y hadas un tanto “sui generis” y cuyo título os doy casi en primicia: “Brujas blancas, hadas negras”, el cual estará ilustrado por mi amiga Judit García-Talavera. La película es “Veneno para las hadas”, de Carlos Enrique Taboada, un director mexicano con un “cuadríptico” de películas de terror que creo que pueden hacer las delicias de cualquier aficionado al género (en sus historias caben internados con fantasmas, casas encantadas, brujería…). De las cuatro películas, mi favorita es la historia de Flavia y Verónica, su obsesión con las brujas (y la elaboración de ese “Veneno para las hadas”) y la idea de que la imaginación desmedida puede ser el peor de los monstruos. Creo que esa es la génesis, sí, de muchas de mis historias actuales. Por otro lado, cómo no, en “Blancogramas” hay un espacio, como digo en el prólogo, para mis “locas del desván”. Mientras lo escribía leí partes del ensayo de “La loca del desván” de Sandra M. Gilbert y Susan Gubar y esos personajes rebeldes, distintos (diabólicos para algunos) a las que por comodidad se convertía en villanas y locas, opuestas a la idea de la mujer perfecta victoriana y a la idea de “ángel del hogar”, algo que me fascina. Leí también “Ancho mar de los sargazos”, de Jane Rhys, donde se cuenta la historia de Antoinette Cosway (más conocida como Bertha Manson, la primera mujer de Rochester en “Jane Eyre”), una “loca del desván” por excelencia. Os confieso que acabé por aborrecer a Rochester… ya que, como digo en la introducción de “Blancogramas”, todos nos convertimos en fantasmas (y locos) si no se nos permite expresarnos, si se nos quita la voz, que considero que es lo que le ocurre a Antoinette en la novela (y a tantos otros personajes considerados “malignos”, villanos…). Así que mis brujas y locas del desván, mis personajes favoritos en todas las historias, están presentes en “Blancogramas”, que es un homenaje, también, a ellas, a mis Merricat, Catherine Earnshaw, Antoinette, Morgana…

¿Es Disney una fuente inagotable de horror azucarado? ¿Qué películas de su estudio adoras y cuáles aborreces sin compasión?

Aysh… ahí juega un papel importante la nostalgia, siempre. No soy de las que reniega de mi “pasado” Disney, aunque, como os he comentado antes, siempre me quedé con sus brujas. Me parecían mucho más divertidas y os prometo (quien me conoce desde pequeña lo sabe) que me enfadaba cuando las villanas acababan mal paradas en las películas. Eso sí, por esa parte nostálgica de la que me resulta imposible desprenderme, no puedo deciros que aborrezco alguna película en concreto ya que todas puedo asociarlas con algún recuerdo infantil, así que… no soy objetiva. Lo que sí puedo confesar es cuál es mi favorita, entre las clásicas: “La Bella Durmiente del bosque”, ya que su bruja (nuestra Maléfica, que últimamente tan de moda se ha puesto) me encantaba. Por otro lado, el primer lugar que me pareció terrible y que causó en mí esas sensaciones contradictorias, entre el placer y el escalofrío, que produce aquello que nos da miedo, es el bosque de Blancanieves. ¡Ah! Y adoro películas modernas como InsideOut o Coco, pero pienso que son otro tipo de historias, distintas a aquellas clásicas que se inspiraban en los cuentos maravillosos. Ahora, que me ha picado también la araña de profundizar en estos cuentos maravillosos (clásicos), entiendo que son mucho más crueles y oscuros que las películas Disney (y por eso creo que me gustan tanto…), pero no puedo olvidar que la factoría Disney me ofreció el primer contacto con esas historias.

Avancemos hacia el horizonte: ¿es Blancogramas una obra feminista, en tanto en cuanto reivindicativa de ciertos aspectos vinculados a heroínas, villanas, víctimas y supervivientes?

Mhm, si tenemos en cuenta la inspiración y reivindicación del personaje de “las locas del desván” supongo que sí. Pero creo que lo hago desde la pasión y la fascinación y, si hay algo más concreto, es, sin lugar a dudas, de forma inconsciente.

Tres disparos al corazón: a) ¿Jugaba la Gemma niña con casas de muñecas? b) ¿Cuándo viste un ratón por primera vez? c) ¿Qué autoras y autores te parecen artistas del terror blanco?

Jeje, vamos allá…

De la primera pregunta: Pues la verdad es que jugaba con muñecas, con espacios que representaban el dormitorio de las muñecas, la cocina, el salón de belleza… pero nunca tuve una casa donde colocarlos todos. ¿Quizá es por eso que las casas (y las casas de muñecas en concreto) están presentes en mis historias? Quién sabe si es una forma de resarcirme de ese anhelo frustrado por tener una casa enorme de muñecas que ocupara la mitad de mi habitación…

Vamos a la segunda: Uy, no me acuerdo. Lo que sí recuerdo es cómo era mi primer hámster, Pituso (yo era bastante “pitusa” también, una niña). Después vinieron las chinchillas. Ahora tengo una chinchilla y dos gatos… Pero es cierto que los ratones nunca me gustaron demasiado. Tan pequeños y con esas colas cartilaginosas, como gusanos de rosca… aysh, no, no, las ratas y los ratones no están entre mis animalillos favoritos (y más si me los encuentro de improviso o fuera de una jaula…).

Y la última: Creo que, sin lugar a dudas, Mónica Ojeda, que con su “Mandíbula” fue una inspiración para el horror blanco. Después, citaría a Arthur Machen y su “Pueblo blanco” que precisamente cita David Roas en el prólogo. Añadiría, cómo no, a la maestra Shirley Jackson, que es capaz también de ver el horror en la inocencia y sobre todo buscarlo en la calidez del hogar, allí donde más perturba, porque “en casa” es donde deberíamos sentirnos más seguros… Y creo que de alguna forma Ana Martínez Castillo, mi editora, que, como he dicho, también escribe y cuela el horror en cada uno de sus textos; solo hay que ver el conejo blanco de ojos rojos que protagoniza la portada de su último libro: “Ofrendas”.

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