-2Cabezas-

     Quién es este señor y qué hace en nuestra mesa. La ha descolocado por completo dejando caer sobre su endeble madera barata la bomba nuclear que es Fuera de confort. La onda expansiva ha arrasado bolígrafos azules, ahora negros, y ha quebrado lápices por la mitad, como árboles arrancados de un bocado del cielo. Qué bestia R. G. Wittener. Nos ha dejado fuera de juego y, desde luego, fuera de cualquier sinónimo de comodidad o sosiego. La crispación más puntiaguda perdura días después de haber cerrado ese oscuro tesoro.

     Fuera de confort bucea bajo la fantástica premisa expuesta en el prólogo que L. G. Morgan le dedica a la edición: “Las distintas caras del miedo”. Esas páginas introductorias de aquello que vamos a experimentar tras la cortina de R. G. Wittener constituyen una estupenda oda al género literario del Terror en sí mismo, en su poliédrica concepción, en sus mil y una vías de representación, juego y experimento. La pluma firmante atina de lleno en la hiperonimia: los relatos de Fuera de confort son una magnífica ilustración de tamaña cualidad, son gotas envenenadas de un dios radiactivo. Ocho gotas, para ser exactos. 

     Gloria revivida

El primer gran personaje de este sendero es Santiago Calderón, otrora figura del celuloide gracias a la popularmente aclamada Brigada Límite y protagonista de una vida estelar y estrellada. Los viejos buenos tiempos recobran todo su color -y más- en una reunión de colegas con motivo de un espléndido homenaje a aquel maravilloso hito del cine, organizado por el que será. indirectamente, a través de su mera condición de padre, uno de los detonadores de la interferencia moral de nuestro hombre de acción, que quebrará su sentido al conocer hondamente a su fan número uno: Gloria, el primer monstruo de esta saga de textos, el primer símbolo de pérdida de confort. Y de las gordas. El giro final resulta delicioso, espeluznante. Nos permite entrever qué clase de terror tiende a manejar con maestría R. G. Wittener: ese que roza el thriller, ese que carga amplias dosis de psicología perversa, ese que maneja la verosimilitud con ángulo panorámico y enfoca directamente a la llaga. Santiago es el primer sospechoso de villano y el confirmado como primer personaje atormentado. Con una ambientación muy King -su reverberación será ciertamente constante- y una simbología caricaturesca por momentos, reivindicativa del fantástico más artesanal en otros instantes, la construcción de esta primera piedra resulta en una puerta que cruzamos corriendo, ansiosos, mientras se apaga en la distancia nuestra carcajada al escupir algo así como un halago a su título (el primero de muchos).

     Normas de convivencia

Fernando y Pacheco se disputan el premio a mejor sospechoso de desequilibrado del vecindario. Lo pierde Fernando, categóricamente. En esta segunda historia el autor vuelve a mofarse de la simpleza de nuestros sentidos, así como de nuestra insoportable mochila de prejuicios. El bueno de Pacheco solo es molesto, acaso un mal conviviente, tal vez un desgraciado que complica la vida a quienes lo rodean dada su creación bajo el manto pútrido de Diógenes. Es un bendito. La señora Remedios funciona como pivote rotativo de apariencias y oscuras soluciones unilaterales. La mecha es la curiosidad, pero es tramposa, generadora de una tensión injustificada comparativamente respecto del incendio que sucederá unos cuantos pasos más tarde. El retrato común de la masa colectiva en términos de comunidad insana y defectuosa aterriza asimismo en la otra densa geografía que dinamita R. G. Wittener: frente a ese exotismo de neón, viaje de carretera y espectacular resolución -léase ‘espectacular’ con gafas de efectos especiales- de Gloria revivida, Normas de convivencia nos clava al hogar y sus aledaños, terreno fértil para colocar minas como este escalofrío en posición vertical. El triángulo conflictivo deja una herencia fatal, una adquisición de alto valor. Haced caso al vecino, por favor. Qué rico este pastel domestic noir con avellana de psicopatía.

     Un futuro brillante

El tercer eslabón es el más largo de todo el conjunto. Su estructura es, también, singular. La historia aparece troceada en jornadas de la vida de un adolescente afincado en Arizona cuya pasión por la ciencia le lleva a una ambición impropia de su edad. Asistimos a tres meses (desde febrero de 1955 a mayo 1955) de cambios vitales en forma de pérdida, regreso, ruptura, descubrimiento y desengaño. Trufada de sensacionales guiños referenciales en cine, música y literatura, el camino entrecruzado de Ginger -la apestada del instituto- y el muchacho soñador dará frutos que dejarán un cálido sabor a humanidad, compañerismo sobre los prejuicios y valores varios acerca de la integración y blablabla… La quietud de la acción es un ingrediente sólido en esta aventura salpicada de jerga especializada, distorsión recurrente de los sentidos y potenciales amenazas que se van descartando de manera casi automática. Simultáneamente repta indómito el horror, silencioso e intangible, a merced de un escondite en el reverso de la mano del autor, que tuerce la palma para mostrar cuando considera, mientras atendemos otra mucha información contextual poco ofensiva aunque moderadamente necesaria. El juego de elisión en pantalla que nos propone aquí R. G. Wittener es astuto y bien trabajado; se posa es forma de postal pintoresca y nos revela personajes -es el relato con mayor nómina de actores- interesantes y compactos. Otro tipo de ritmo y otro tipo de terror confieren a este número tres un carácter único respecto del grueso de la antología, que brilla fuerte.

     Malos hábitos

Ah, la figura del niño… Qué buena partida entre genética, malignidad original, innata, y permisividad / resignación ad infinitum -”Es nuestro hijo”- nos presenta aquí el autor. Abel es el cañón de esta minúscula historia -la brevísima de la colección-. Sus progenitores, Emilio y Sara, descubren que los pollitos son material inflamable en las manos del demonio. Y qué buena elección la tomada respecto de esas criaturillas amarillas, relucientes, paradigmas de la pureza y el cuquismo más pueril; gráciles y vulnerables. La fractura es gracias a ello de una magnitud abominable. Pero es solo el comienzo, la subida de telón de una gran carrera que suma a cada párrafo algún cuerpo más. Y ellos miran, preguntándose para sus adentros si se puede / se debe castigar a quien más duro te puede castigar a ti. El concepto de terror hogareño se vuelve bomba inteligente para sorprendernos con su voracidad. Las piezas escogidas son inmejorables y el ahogo es exponencial. Gloria y Fernando podrían haberlo parido.

     Cita perfecta

Retomamos -y apuramos hasta el último trago- el hábito de nuestro narrador para girar finales como cartas en trucos modestos de magia que, obviada su sencillez, explotan en sorpresa y sudor frío. Esta vez su apoyo es otra de sus gloriosas cualidades: la potencia de sus diálogos. Si a ello le sumamos el extraordinario complemento noticiero… R. G. Wittener juega con barajas infinitas. El binomio trunco Paula-Roberto, en ese orden dominante, es un perfecto ejemplo de sus artes manipuladoras, la permeabilidad de su discurso -lineal, en tanto en cuanto convencional, hasta el bache- y su terrible capacidad para exprimir los elementos que contiene la escena. Es Cita perfecta una pequeña gran obra de enorme talento, inolvidable por muchos días.

     Días inolvidables

El despliegue de medios científico-tecnológicos y la brillante evocación del significado del verbo ‘atrapar’ se dan la mano intensamente en un cuento salvaje, soberanamente original y excelsamente ejecutado, desde el mirador del primer detalle de horror hasta el gran angular de la reiteración mortal. La segunda Sara es la antítesis de aquella primera maternal e indiferente, es otro magnánimo perfil del cuadro femenino verdugo cuyo primer brochazo correspondió a la juvenil Gloria. El diálogo vuelve a ser la base narrativa de una escena cotidiana, cena en mesa, y el mejor compañero de las increíbles imágenes que taladran la memoria compartida de protagonistas y lectores. El progreso es titánico, tan añorado por innumerables generaciones de cerebros prodigiosos; la consecuencia es, como para Julio, imprevisiblemente terrible. La acción cruenta se inicia en esta ocasión mucho más próxima al ecuador de la extensión que hacia el final, permitiendo la recreación sádica de la venganza ya presente, sin excusas de un futuro mejor. Asombroso. A…sombras… Sabroso.

     Sin huella

Acude excepcionalmente la primera persona para dotar de voz al protagonista de este penúltimo ejercicio macabro, de una continuación natural en la escala de recursos (apariencias, artefactos, ámbitos de desarrollo) para la expresión de lo extraño y horrible. La genialidad reside, como en el cómputo global de los diversos xxx, en la impresionante habilidad de R. G. Wittener para localizar y pulsar el tempo. Nunca tiene prisa ni acelera gratuitamente; tampoco le sobran renglones descriptivos ni leves pero ricos homenajes culturopopulares. Siempre llega a tiempo para activar la fascinación. En uno de los relatos más trepidantes es la introducción de otro de los más gigantescos tópicos de piel Sci-Fi la que dimensiona la trama hasta un prisma rimbombante, cenital y fabuloso. El cuento con más personajes prescindibles ofrece a las mandíbulas de la justicia biológica. A la puñetera supervivencia en su acepción más darwiniana. Qué bien lo resuelve todo el autor y cuánto nos gusta el terror que nos cae encima. Desde el firmamento.

     Nunca

Nos agrada muchísimo la enunciación del protagonismo en cuerpo de niña. El texto último, el que da el portazo, es seguramente el más enérgico de cuantos componen Fuera de confort. Plagado de secundarios de lujo, centralizado en una agrupación perversamente dominante y retratado para la pura acción, este antónimo de ‘siempre’ nos conquista por su crudeza y su agilidad, la irrechazable empatía por la figura principal y su estupendo diseño gráfico, enfundado en una mezcla de postapocalipsis, golpe militar y secuestro de la rutina. La denominada ‘Heidi’ es uno de los personajes más despiertos y heroicos de la completa exposición de los ocho cuadros. Su insurrección a la dramática situación y su pericia para proseguir -obstinada- su camino hacia el paraíso recuperado son dos caras de la misma virtud, que aletea rauda en medio de un caos controlado sobre el que cabalga una muy rica manada de sometedores y sometidos. R. G. Wittener remata el puzle con otra pieza diferente, no permutable respecto de cualquiera de las otras siete: vuelve a expandir fronteras y a estirar conceptos para saciar, en esta ocasión, un horror globalizado tatuado en la piel de una pequeña valiente con boina. La vistosidad es tan jugosa como su aliento.

     Doblamos la esquina y R. G. Wittener ya no está: ha desaparecido en medio de una densa niebla urbana que sube hasta el cielo y apenas nos permite distinguir -más bien intuir- una sombra larga y negra al fondo de una calle vacía. 

     Nos ha dejado en herencia un impactante catálogo de escenas imborrables, márgenes de verosimilitud rellenados de minas antifraudes y unos personajes de altísimo rango. Gloria, Santiago, Fernando, Pacheco, Abel, Ginger, Sara, Paula, el ser sin huella, la nieta de la boina… Es muy gratificante la sensación de poder ubicar a la postre una identidad acotada, concreta, a nombres tan comunes, tan probables de ocupar nuestra boca con cierta espontaneidad rutinaria. Guardamos un aplauso -y una ovación cerrada- al inmejorable surtido de mapas: qué espacios tan torneados, qué localizaciones tan bien acabadas, electrizantes; qué espléndido universo alberga la antología.

     Es un escritor mayúsculo, poderoso como pocos en las distancias cortas, retorcido en los lenguajes literarios y sumamente original. Su escenografía es inconmensurable, dibuja climas con la paleta de la decadencia y los repasa con una tela transparente que los termina de deformar sobre el lienzo. Sus finales son por costumbre apoteósicos. Su estilo narrativo es arrollador, absorbente. Los monstruos que contribuyen al fomento de ese desasosiego ya previsto desde el propio objetivo de la obra son grandiosos hallazgos. 

     En definitiva, Fuera de confort es impresionante: disfruten de estos ocho relatos con cautela y oído y déjense arrastrar por su torrente de misterio, angustia y terror. Gloria eterna a R. G. Wittener, por muchos textos más, genio. Gloria eterna a 2Cabezas, viva su enormérrimo gusto y prospere su fantástica labor.

-Altavoz Cultural-

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