
Querido Jorge Luis:
Nunca entendí aquello de los nombres compuestos, pero es cierto que en tu caso necesito ambos para que no acabes tan rápido. Alguien con 100 años de soledad dijo por el 97 que debíamos jubilar la ortografía, pero es que a ti no te sobra ni la g ni la j en tu nombre.
Poco han cambiado las cosas esenciales desde que no estás, pero alegra saber que descansas allá donde quieres y no donde te toca. Sabemos que no tiene sentido el imperativo entre vocales, pero algo nuevo que nos ocurre es que separamos más los labios cuando hablamos de memoria. Supongo que es porque nos hemos dado cuenta tarde de que los países se sostienen, al fin y al cabo, con letras grandes y redondas.
A veces también creo que decoramos mucho las palabras, pero pocas veces se adapta el ultraísmo a ese concepto de poesía como muñecas desnudas a las que les quieres poner todo lo bonito del mercado en una sola tarde de pan con chocolate. Es entonces, con los dedos manchados de dulce, cuando decides tocar su vestido blanco decorándola con la única metáfora que te da un par de segundos de existencia.
Ha pasado mucho, sobre todo guitarras de rock argentino cantándole a la vida por duplicado. Y eso, en tiempos como los nuestros, es de agradecer.
PD: He descubierto la “Milonga de los Hermanos” del 76 y suenas de maravilla, pero qué te voy a contar si viviste el 7 entre letras y aviones.
Atte.: los aún existencialistas de tu Aleph
