El estreno de la Colección Tierra de nuestra admirada editorial Arima no podría haber recaído en mejores manos. Juanma Nova García hace los honores con una antología ambiciosa, fresca y camaleónica que expulsa Terror por los cuatro puntos cardinales.

     La archiconocida cita del maestro H. P. Lovecraft -cuya impronta emergerá en varios de los hoyuelos de esta obra- sobre el miedo como la emoción humana más antigua e intensa de nuestra existencia y del miedo a lo desconocido como el padre de esa emoción en su máxima expresión sirve de terrible puerta de entrada a una serie de quince relatos de diversa aunque genéricamente breve extensión -algunos más próximos al estándar del microrrelato-, todos teñidos de negro y candidatos a retratar uno a uno un buen número de rincones oscuros del imaginario del Horror como género complejo y dúctil. Pensamos en arcilla negra y se nos aparecen las manos de Nova García. Y su imposible rostro.

     Vía crucis

El comienzo de la serie es espectacular. Con una nota al pie el autor nos avisa sobre la existencia de una estupenda adaptación cinematográfica en forma de cortometraje de este relato que nos impresiona por su violencia gráfica y su diseño conceptual -desde la idea (muy aplaudida en su esencia vengativa) hasta sus elementos narrativos (el tarareo de la mítica BSO de La vida de Brian es mágico)-. 

El Padre Paco, abusador de criaturas inocentes -los niños serán uno de los pilares capitales de toda la antología-, protagonizará su propio ritual de Semana Santa, su propio vía crucis a manos de su captor, decidido a hacerle mostrar arrepentimiento y, sobre todo, decidido a ajusticiarlo como merece, en lo físico y en lo mental. Estamos ante uno de los relatos más dinámicos respecto de la participación activa -en movimiento y diálogo- por parte de sus personajes.

Seccionado en tres fragmentos, coincidentes con los respectivos despertares-desmayos del párroco -observaremos una alta recurrencia del autor a emplear los despertares / amaneceres como línea de (re)inicio de la acción-, la narración se detiene minuciosamente en cada estadio de la bíblica referencia al calvario de Jesucristo rumbo a la cruz. En esta primera historia notamos en nuestros ojos la llegada de la gran sensación de terror que bañará de azul frío cada página. ¡Eureka!: Esto era el escalofrío.

     Alas negras

Uno de los comienzos más directos, cual gancho al mentón, nos recibe para presentarnos la situación del protagonista-narrador en torno a su defendidísima soledad antes de revelarnos su novedoso motivo de alegría: un dúo de pájaros -cariñosamente bautizados como Pixie y Dixie- con los que cultiva una relación tierna y cálida.

Dividida en varias partes que catalizan el progreso de la acción hacia los altares del horror, el enfrentamiento y la más dura supervivencia, la historia es la de una doble conversión: la de los pájaros hacia la oscuridad, con el protagonista como víctima, y la del protagonista solitario hacia el mal, con los aparentes pájaros como víctimas. 

Emerge Poe, otro de los grandes influyentes en la literatura de Nova García, como perfecto aliado para explicar la metamorfosis que todo lo cambia. La inclusión de versos de su eminente poema El cuervo es la primera representación metaliteraria de la obra y significa tanto la esencia del propio relato que nos ocupa como la inauguración de una doble figura que caminará a nuestro lado a lo largo de nuestro recorrido por El rostro del horror: efectivamente, el cuervo como símbolo de infortunio y padecimiento y la pluma de Poe, como una de las herramientas constructoras de atmósferas, juegos visuales y espacios particularmente solemnes y vacíos de vida.

El maestro King también hace su cameo en este segundo cuento, no solo por su explícita mención a partir de la referencia a El Resplandor y su antagónica pareja de personajes en plena batalla, sino también en esa fabulosa secuencia de los “pájaros” parados paralelamente en el pasillo al estilo hermanas Burns.

La reunión de insignes nombres se completa con la semblanza a algunos de los serial killers más reconocidos de la historia del crimen, ya en la etapa final de la narración, cuando la coartada de la soledad se desvanece y el miedo atroz nos batea la cabeza. Estamos ante el primer “mal hijo” -perdón por la ternura- de la colección y uno de los villanos más deleznables de la misma.

     El trueque

Cronológicamente rupturista de todo el conjunto -cuentos ubicados en un tiempo más o menos presente y reconocible-, este tercer texto nos lleva hasta 1537 y el Castillo de Leap, en el Condado de Offaly (Irlanda). El noble Lord O’ Carroll y la bestia Caorthannach son los polos de un trato cargado de peligro y cuentas pendientes cuya finalidad es el remiendo vital de la trágica pérdida de Lady Cairenn.

Forjado en el diálogo como predominante forma narrativa, El trueque es sumamente original en escenario, flujo de energía entre sus componentes y desenlace -el giro drástico, terrible, habitual del autor se expresa aquí si cabe aún más tarde y con una artimaña que dejará dañino poso futuro en lugar de mero recuerdo inquietante-.

     Tocata y fuga

El genio Bach es el encargado de amenizar nuestra primera visita a las casas encantadas de Nova García, espléndido guía a través de sus brillantes descripciones. Villa Olmedo es el paraje elegido para desplegar el terror de cuatro paredes. Nos encontramos con una pieza altamente estilística, en tanto en cuanto el continente supera en belleza, incluso en impacto emocional, al contenido, que igualmente alcanza un nivel notable.

Esta será otra de las benditas manías de nuestro autor: presentará diversas propuestas de magnánima arquitectura, relatos en los que la acción -entendida como continuum contundente- será reducida a mínimos acontecimientos, textos en los que nuestra fascinación surgirá de las entrañas visuales.

Ello no disminuye en absoluto la fuerza de la aventura: los elementos que amenazan la supervivencia de nuestro protagonista en su rutina hogareña son tan atractivos como feroces. El niño vuelve a ocupar la cumbre. El final vuelve a ser retorcido cual pescuezo de pavo. Hasta dejarnos los ojos en la nuca. Qué bien concluye Juanma.

     Despertar

El único relato ambientado en un hospital, morgue incluida, y el primero que nos ofrece una protagonista “solitaria”. Postrada en la cama tras lo que parece haber sido un impresionante incendio, su soledad se dilatará de forma sorprendentemente honda hasta la desesperación y sus sueños provocarán la aceleración de su angustia. La imagen desértica del centro constituye uno de los paisajes más desgarradores de cuantos acuden a nuestra retina. 

La conversión de género es total: el niño es niña en esta ocasión. El cabello negro cubre las cabezas de los que proyectan aura funesta. La sensación de presión en el pecho, una implacable tensión, nos pincha a cada apresurado paso de la mujer por alcanzar una salida, una solución, una gota de comprensión. Volvemos a flotar entre risitas, dobles identidades y gélida falta de piedad. Seguimos disfrutando. 

     Rostros en la lluvia

Esparcido en cuatro partes -estreno de los números romanos en detrimento de los asteriscos separadores- y afianzando octubre como mes predilecto para las historias de la presente antología, el texto que designa a Elías como su protagonista es uno de los más devastadores. A punto de ser padre, sus reiteradas paranoias bajo la lluvia -siempre bajo la lluvia- basadas en niños y niñas risueños, divertidos, prestos para jugar castigarán sus sentidos día tras día hasta la demoledora detonación a pies de río y bota en mano.

El primer intercambio de roles entre la premonitoria figura infantil y el verdugo esquizofrénico nos regala un apodo para los mejores marcos de la colección y una nube de horror imposible de achicar por más que suspiremos. Una de las tramas más ricas del menú de Nova García se cuela en el halago con tanta facilidad como en la primera fila de maldad personificada.

     El rostro del miedo

Segunda ruta turística por casa encantada, con modos y fines bien distintos a Tocata y fuga. Relevancia incuestionable con vistas a considerarla el alma máter de El rostro del horror, desde luego más allá del semejante título, entroncada con la sinopsis más cruda de ambas esencias. Espíritu contra presencia en un baile asimétrico por la etiqueta de inquilino.

La estrategia de revelación final hacia estados, categorías o aspectos imprevisibles de los protagonistas -especialmente cuando son los narradores y, por ende en casi todos los argumentos, los mayores damnificados- conforman la magnífica caja de estremecimientos del perverso mago que firma cada relato.

     El circo

Arizona y la familia Baker acogen a Arnie como el definitivo antagonista y villano de villanos de El rostro del horror. Solo hay un payaso y tenía que ser él. Su ufana contratación para el cumpleaños de la niña Alice desencadenará el más desagradable horror. Con la sombra de King cubriendo el jardín -la jocosa referencia de papá y mamá ya encamados a la joya It es sublime-, la pesadilla primera del progenitor quedará en una inocentada en comparación con el inhumano retrato del Circo Happy Children, el artefacto de terror más abominable de la saga de Nova García.

Globos y cuchillos como elementos más ominosos del catálogo de instrumentos de tortura, juguetes macabros y otros utensilios para la vejación infantil más cruel y la composición de un infierno en plena naturaleza. El extraordinario desenlace está a la altura del fantástico panorama gráfico: historia y set de rodaje comparten medalla en un relato de muchísimo valor; sin duda, digno de podio en esta reñida carrera por la destrucción anímica del lector.

     El ojo

La solitaria cita introductoria de toda la obra, reminiscencia del maestro Algernon Blackwood por su sin par texto El Wendigo, activa una estructura interna de cinco porciones que nos entregarán en su unión nuestro cuento favorito de los quince leídos. Quiten sus mirillas.

Incluido expresamente, Lovecraft obtendrá su cota de mérito en la configuración de un relato magistral, que propone el tira y afloja entre el deber y el querer, entre el miedo y sus consecuencias, entre la herida del tiempo y la espada de lo desconocido. Incluido indirectamente, Poe también participará en la vestimenta de la diégesis: suya es la cortina original que envuelve con plumaje el acecho. 

Nova García combina con una finura impresionante tan elevados ingredientes y los somete a un ritmo propio, único, absolutamente taquicárdico. Nos vienen a la mente nuestra adorada Érica Couto-Ferreira y su impecable concepto de ‘Literatura del Temblor’, tan apropiado para englobar historias como esta. Esa puerta, ese ojo, esa otredad, esa resistencia tan salpicada de morbo, nervio y ansiedad. Ese… padre.

La concentración de todo el foco en un objeto tan minúsculo que sin embargo agiganta cuanto lo atraviesa es un mecanismo idílico en esto de generar desasosiego. Leemos, pero también miramos, también nos encogemos detrás de la puerta. La inmersión se siente más irrespirable que nunca. Es un trabajo memorable.

     La casa del bosque

El estilo directo de Nova García queda particularmente reflejado en textos como este, en los que le habla al lector con una cercanía -y cierta intimidación pasivo-agresiva- que lo traslada a su campo de visión literal. Acompañada dicha técnica de la grácil recurrencia a la negación, la invitación a la negación o la sugerida tarea de creencia produce una entretenida aventura en la anacrónica calle de Los Olmos.

Es la voz del por entonces alguacil del consistorio la que nos confiesa la desafortunada experiencia de una joven pareja en otra entrega de terror en casas encantadas; la actual es ciertamente más estática que sus predecesoras. La escena última justifica la travesía: el cuadro que se nos queda fijo entre ceja y ceja es uno de los más fascinantes hallazgos estéticos del conjunto de relatos.

     El profanador

Tal vez sea Sándor, El Profanador, el máximo héroe de El rostro del horror. Un apabullante comienzo plagado de datos sobre orígenes y tradiciones -familiar de El trueque– nos engulle entre sus fauces para situarnos en la ingrata pero irreprochable labor de nuestro protagonista. La limpieza postmortem es su virtud y el nefasto decorado pide a gritos su ayuda tras el enésimo caso de atrocidad humana que reverberará ruidosa en la eternidad si no se corta de raíz su lazo con este mundo.

Regresa el “mal hijo” y gana la pelea por la inmortalidad, describiendo uno de los finales más negativos y pesimistas de toda la obra, uno de esos que duelen y tardan en cicatrizar. Nova García, que no escatima en reproducción sádica, nos pone el caramelo del asco en la boca para después sacárnoslo con alicates de acero y pisarlo, mientras ríe al contemplar el triunfo del mal que una vez fingió aborrecer. Un anticlímax maravilloso.

     La maldición

La más admirable ilustración del poder atmosférico del autor desarrolla su justificación en una vetusta celebración de Samhain, la noche de las brujas, con una protagonista insólita y fácilmente valorable. Su primera persona narrativa es también una excepción y su batalla por el fuego del rencor contra las despreciables criaturas oscuras recuerda al inenarrable combate expuesto en el relato anterior.

Su permanente martirio y su hondo sabor a revancha no satisfecha ponen en el punto de mira tanto la descarnada acción como el fatal desenlace, promoviendo una aceptación parcial del resultado y un elogio a la forma en que se alcanza. Una pieza más, la embrujada, que no podía faltar en este muestrario de monstruos venerados y localizaciones más clásicas.

     El difunto

El apolíneo Robert y su esposa-viuda Ellen encarnan la relación tóxica llevada al extremo de la metáfora, la broma irónica y la consecuencia mortal. El cuervo de Poe tenía una invitación muy especial para la despedida del otrora modélico cónyuge mal avenido. 

La paulatina metamorfosis del entorno y sus presentes es una de las delicias visuales de la antología en su antepenúltimo sorbo. Y la frase decisiva es escandalosa. Otra buena descarga minimalista de encanto natural.

     Amanecer

La amorosa pareja -James y Sophie- representa la otra cara de la fatídica moneda lanzada al aire hace apenas algunas páginas. Sus destinos son cruzados y la ausencia de verdugo visible ahuyenta la culpa para inundarlo todo de simple tristeza. El rutinario culto al fracaso del olvido es estremecedor. La sistemática recreación de su vida compartida habla más allá de un homenaje más o menos cuestionable; acaso nos tiende un espejo acerca de nuestros propios comportamientos en pleno -y eterno- duelo. Uno de los grabados más sensibles de cuantos nos han saludado en esta lectura. El cabello es negro. Como el vestido.

     La novia negra

El broche dorado que tanto nos recuerda a La danza de Ana Martínez Castillo en motivos y manera de cerrar una antología (Ofrendas). La Gran Dama aparece al fin después de tantas manifestaciones implícitas. Ella es la Novia Negra, la niña -de larga melena negra- que exige que no la ignores. Ella es La Muerte.

Cerramos el poema de Poe y desempolvamos Cantos a la muerte delante de la madre de todos los horrores. El tinte infantilizador y una de las mejores exploraciones de los tan amados pasillos -poblado está el libro de ellos, los cuales funcionan estupendamente como sinónimo de las propias transiciones acometidas en las diferentes historias- tejen el estadio de la reunión perentoria. La fantasmagoría, tan hábilmente ubicada en otros cuentos, es de sábana roja en este último propósito: no hay imagen más terrible que la material, la que te toca las manos.

     H. P. Lovecraft, Edgar Allan Poe, Stephen King y Algernon Blackwood son los cuatro caballeros oscuros del Horror que sostienen sobre sus espaldas la mesa en la que Juanma Nova García desarrolla su talento para la literatura del escalofrío. Insuperable ejemplo de la esencia misma de nuestras polimórficas J.A.C.E., con similar regusto que aquella estupenda Crónica de sucesos de Tamara López, El rostro del horror es una apuesta segura para los amantes del género y una puerta de entrada ineludible para quienes desean asomarse a él con caliente timidez.

     La impresión de las escenas, la aplastante virtud de los giros y la destreza en los remates preparan el exitoso mejunje con cuidado y soltura, asumiendo grados de experimentalidad -especialmente en el terreno argumental, llevando al límite tópicos, desfigurando clásicos y acoplando herramientas desgastadas con guantes nuevos-. Nova García se revela narrador -en ello también pensamos en Ana Martínez Castillo-: es una pluma llamativamente oral, que hasta se permite recrearse en la metanarración, ejerciendo propiamente de cuentista con expresiones coloquiales y jubilosas que estrechan la distancia entre nuestros oídos y su boca, distancia que se enfoca y desenfoca en la alternancia de primera y tercera persona con sutiles matices prácticos desprendidos de cada uso. La mayoritaria ausencia de nombres propios dentro de las historias se aprecia contrapuesta respecto del amplio carácter nominal de los títulos que las encabezan: El / La… El durante ofrece contados momentos dichosos y los finales felices no tienen cabida.     

     La infraestructura que genera las superficies escenográficas -casas, castillos, hospitales, cementerios- abarca pasillos, salas-nevera, habitaciones-santuario y poquísima luz. En la planta de arriba se inserta el universo de los sueños, material indispensable para la cimentación del propio imaginario autoral, en una antología en la que el tiempo se mide en despertares y amaneceres -como extra, ambas acciones reseteadoras presumen de titular sendos relatos-.

     Unas y otros son habitados por infantes de cabello negro -a excepción del inocente rubito de Rostros en la lluvia-, espectros intermitentes, monstruos rudos, criaturas de la noche, demonios de carne y hueso o asesinos sanguinarios. Comparten genéricamente una cierta pasión por la venganza, un deleite en el castigo físico y una perpetuidad inquietantemente férrea. Los pájaros lo vigilan todo desde lo alto.

     Soledad y locura insuflan el humo demencial que recorre como la pólvora las vidas quebradas de un grupo de personajes grises, torcidos, estrictamente tratados, despellejados por los motores del mal y sus tentáculos. Individualmente dispuestos o acompañados formando pareja, su progreso hacia la consumición, el frenético salto al vacío, restalla imparable por los raíles de la derrota, anunciada en esas curvas de guión que rompen identidades, estabilidades y esperanzas. Algunas de estas narraciones sugieren relaciones aglutinantes lineales: El profanador y La maldición; El difunto, Amanecer y La novia negra. Otras plantean saltos de línea mientras se abrazan: Tocata y fuga, El rostro del miedo y La casa del bosque. Asimismo podemos proponer una partición improbablemente simétrica ocho-siete con barra separadora -y choque de dimensión espacial- entre El circo y El ojo: sutilezas crecen entre la maleza de lo crudo y visceralmente punzante para dejar atrás, despacio y sin abandonar jamás su eco, los estímulos más cruentos y comenzar a flotar entre sombras y noches eternas. Gótico y psicopático, la pareja de moda entre las esdrújulas más tétricas.

     Si nos prestamos al debate personalísimo asentado en criterios sensoriales, Vía crucis, Alas negras y El circo, tres de los más extensos, nos cautivan preferentemente; El ojo -la gran distinción- y El difunto nos impactan con una elegancia pasmosa.

     Estas palabras también son para Lorena Gil y su estupenda Arima, que crece fuerte y sana como una prometedora referencia para lectores y autores. La edición de El rostro del horror es sensacional, con detalles enriquecedores y una cubierta a cargo de Alberto Góngora que pone el mejor de los rostros, uno terrible, inescrutable, genial, a la obra. La indudable pasión volcada sobre esta ópera prima de su colección más tenebrosa es una suntuosa oda al buen hacer editorial desde cada esquina de la T mayúscula que nos acoge. Para siempre.

Altavoz Cultural

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