
Hay algunas barracas que descansan sobre cañas valencianas; otras que pronuncian la vida con acento del sur; y luego la tuya, donde se unen ambas y todos los ojos de sal mediterránea que te leen sobre pupitres antiguos.
De las 9 columnas que sujetan tu escritorio, 2 llevan vestido y rostro de mujer.
Ya no existe lo molesto de la tiza pero sí los pitidos de cuando atraviesas un puerto en alturas. Te diría que es una sensación parecida a la de acariciar la caña y el barro de un tierra que nos da de todo menos arroz.
Podría contarte que las cosas han cambiado, pero creo que lo único que te podría sorprender es que usamos la moneda hasta para pedir abrazos, mordernos las uñas y temblar con rodillas ajenas.
Valencia ha cambiado. ¿Te acuerdas de dónde estaba el Turia? Pues ahora es zona sin agua, con verde, ruedas y turistas. Las carreteras ya no son las que eran y el tranvía sigue funcionando, aunque la moda ahora sea ir sobre dos ruedas con pedales. Nos preocupan cosas muy distintas, Vicente.
Pero maestro, seguimos hablando de cañas, letras y barracas. Ojalá verte aquí para llevarte a todo lo que Benlliure dejó en esta tierra.
PD.: Las leyes de protección han cambiado para todos menos para el campo.
Atte.:
Tus fieles inquilinos de la casita blanca al lado de la playa más poblada de Valencia.
