-Niña Loba-

   Qué agradable abrazo es este libro de Antonio Solano. Su lirismo es un torrente descomunal, que fluye animado por la muy adecuada decisión de no titular sus poemas y dejar pasar, de verso último a verso primero, el vuelo de la magia. Es curioso como el poeta logra que grabemos buena cantidad de identificaciones concretas a pesar de esta ausencia de encabezado explícito. ¿Saben por qué? Exacto: la memoria del alma.

   Bajo fianza y Mutare, de veinte menos uno y veinte poemas respectivamente, levantan ligadas un todo fortificado, henchido de belleza y emoción. La palabra de Solano es arrolladora, resultado de una selección léxica imponente y una armonía sintáctica sublime. Buceamos en sus aguas como se retoza en un lecho confortante. Niña Loba tiene suficientes motivos para brindar.

   Bajo fianza

Vicente Aleixandre vierte en la cita introductoria que nos abre primera parte y obra la inquebrantable ligazón a la figura materna, figura eterna y magnánima como musa principal del presente poemario. Nace el texto como nace el autor ficcionado como individuo circulante por el mundo y estas páginas que lo retratan. La primera serie de poemas nos embarca en una instante primigenio de alumbramiento desde el vientre materno en un invierno de múltiples formas -frío, escarcha, nieve- que nos recibe con brazos de mundo áspero y desapacible intemperie.

Como alfa y omega, como estación de partida y término, la madre se erige como refugio, reconfortante presencia -azul, como la luz del bienestar- ante la incipiente crudeza del mundo -llama poderosamente la atención la escasa, por no decir nula, mención que reserva Solano a la vida como concepto manejable dentro de su poética-.

La soledad -y el extravío- una vez sufre la salida del hogar arrastra consigo la cadena de la melancolía, el grillete del miedo, aún de color fuego, y refleja el choque frontal con la destemplanza para quien incluso se sabe dueño del invierno por pura pertenencia. El domingo y el dolor son dos bastiones de emoción que contrastan entre sí y bailan alrededor de una barra fija bruñida con la fugacidad de la (in)existencia.

Las dudas y el duelo pesan, nos cuenta Solano, pesan casi desde la inherencia del nacimiento, tal vez desde el segundo nacimiento: ese que requiere haber pisado afuera. Un precioso poema dedicado a la madre es el faro calorífico de este inicio gélido, esculpido con unas imágenes maravillosas descriptivas del hondo sentido de recuerdo vitalicio en inmensas manifestaciones cotidianas.

“Hay un niño que responde a mi sonrisa” abre una nueva horquilla, superpuesta a la anterior. La brillantez ha sido desatada de la pluma de Solano: qué espectacular testimonio de su yo niño frente al espejo y esa amalgama, ese caudal sentimientos y vivencias. La infancia estalla como una película recuperada en pedazos y a cámara deliciosamente lenta. Con ella entran el verano, el sol y los sábados, pilares de la contrapartida original tallada en invierno, noche y domingo. 

A su vez esta espléndida remembranza introduce una secuencia alterna de contraste adverso: al poema destacado le sucede un “Después” que inunda la lectura de soledad y silencio asumido. Encadena con él otro canto de origen infantil y tentáculos más que presentes. Se trata de un viaje desde las ciudades plasmadas en enciclopedias a la materialización evocada desde el pasado conquistado. 

La tristeza adolescente frente a un universo demasiado manso, su necesidad de saciar esa llamarada enérgica que le ruge en el pecho estalla en pedazos contra un “Pero después”, como pólvora y chispa: por fin se desprende del miedo atenazador para permitirse la libertad de explorar fascinado el mundo y sus placeres. El remache de Bajo fianza atañe a un fatigado ritual autoconsciente de desengaño, mientras se produce el regreso al estado debutante. El poso es amargo en este tramo de escalada oprimida y final retorno a la desolación. La cronología inyectada corta el cable a la altura de la adolescencia primaria que sin embargo eleva unos cuantos grados su perspectiva con el remate expuesto.

   Mutare

Borges agarra esa declaración temática que humea mudanza, cambio y mutación -adulta, madura- condensada en esta Mutare para espetarnos a bocajarro un rotundo: “Ya no es mágico el mundo”. Esta cita comparte escalón con el no menos resonante “He crecido” que inaugura la cascada de versos de la segunda parte de Biografía de nadie. El árbol y la sombra serán los nuevos elementos superiores del imaginario expresado, arcángel de una adolescencia que recuerda la casa como una catedral y masculla errores y reproches de juventud mientras sitúa su vista alta -“entonces yo buscaba la vida mirando al horizonte”-.

El azul luce ahora en la masa del tiempo que atropella la adolescencia y empuja hacia la búsqueda de la sombra fiel y el antídoto de esa hambre en el pecho. En esas coordenadas de ansia por vivir nuestro protagonista le dedica un excelente “no me esperes levantada” a su madre, en una panorámica que adelanta la llegada del otoño y con él una despedida.

Aparece la muerte y Solano nos habla de lo que deja con su marcha: mucho silencio, un perfume de manzanas e innumerables detalles personalísimos que por puro respeto no debemos reproducir aquí. El autor lo hace de manera magistral, si bien comparte voz con el espíritu materno en una fusión narradora memorable. Nos rodean el mar y el dolor hasta contemplar la meditación del hombre, que revisa lo acontecido pretéritamente mientras el azul vuelve a pintar luz y el árbol vuelve a llamar nuestra atención.

A continuación se desarrolla un inciso reparador en el discurrir del dolor que tiene por estímulo el hallazgo del amor en otros brazos de mujer. “Te encontré de frente” supone la primera línea de esperanza afianzada en un nosotros acogedor. El broche a esta pequeña cala poética de cuatro cabezas extrapola la virtud individual hacia el plano genérico vinculado a la figura de la mujer. Un estadio poético sumamente singular respecto del conjunto y una de las partes más hermosas del museo de Solano.

El último quinteto baja el telón con una mayor complejidad en lo construccional y lo visual, una fragancia más críptica y oscura en la que Dios, el árbol, el perdón y el lenguaje ocupan las sillas de la mesa central. 

La identidad es el gran agujero negro plantado en medio de su discusión. El (auto)perdón, la redención, el espejo demoledor y el castigo del no-descanso taladran un cristal que se ablanda y deja en sus añicos joyas de talla máxima: el penúltimo poema demanda su cuota de audiencia por sí solo, pues resulta, en su imperiosa función de sinopsis confesada de la vida propia y su herencia más patente, un increíble testamento identitario ue sin embargo no logra reducir la totalidad de los poros que conforman al autor.

Preambulado por ese genial canto al ‘yo soy’, el último -y muy próximo a un epílogo de facto- es un poema invitacional delicioso: el dueño del invierno nos insta a entrar en su casa sin ventanas; con cuidado de no pisar “tantos restos de suicidios aplazados”.

   Ha sido Antonio Solano un extraordinario descubrimiento literario, un artista que desde la humildad de un ‘nadie’ ha forjado todo un microcosmos con notables pinceladas de nosotros -en cuanto a experiencias y emociones semejantes- impregnado de un incomparable yo, de un peso concreto arrebatador, contado con dulzura y húmeda nostalgia. Es esta obra un tesoro que centellea entre las manos. Autor y casa editorial merecen la ovación.

Altavoz Cultural

CUATRO PREGUNTAS A ANTONIO SOLANO

¿Cómo nace Biografía de nadie en cuanto a tres ángulos gestacionales: el de la inspiración creativa, el de su adecentamiento formal definitivo y el de la feliz publicación en Niña Loba?

El libro nace como respuesta a una necesidad antigua que reclamaba ya, al haberla aplazado en multitud de ocasiones, por organizar cronológicamente, y a modo de biografía, la plétora de sentimientos que se acumulan a lo largo de los años como consecuencia inevitable del propio tránsito vital. De vaciar ese depósito vivencial que se instala en la conciencia; confirmando la sentencia del poeta ruso Ivanov: «La plenitud del corazón se desborda en palabras». Y nace también de la necesidad de organizar todo ese contenido emocional sobre mi itinerario biográfico, o mejor sobre cada etapa, incluso sobre cada instante de mi memoria. Sentimientos como el dolor, la tristeza, la alegría, la compasión, la conmoción, etc., colocados todos sobre la piel del poema, que es como mejor sé ubicar los sentimientos sin traicionar demasiado esa memoria, que por qué no, también pudiera ser a veces memoria creativa, soñada. La fortuna quiso que, gracias a unos amigos, supiera de la existencia de la editorial Niña Loba, y de su disposición irrenunciable por la poesía y de apostar por autores menos conocidos.

¿Qué deja atrás Antonio Solano para afrontar este desafío literario y qué nuevas herramientas incorpora a su repertorio para ello?

Como autor, podría decir que de alguna manera se ofrece una reparación emocional, sobre todo al niño que era entonces y que no entendía nada de todo lo que sentía. El tiempo, la dedicación, la insistencia y también el oficio, me ofrece hoy esas herramientas con las que rescato aquella voz de ese otro que era también yo, y que entonces me ahogaba.

El texto es de un lirismo maravilloso, apetece recitarlo en voz alta. ¿Qué tres poemas escogerías para una presentación pública? Rebobinemos: ¿entiendes su todo como un conjunto manipulable o como un perfecto ejemplo de homogeneidad impenetrable?

Creo que el texto en su conjunto, al proponer esa sucesión vital de experiencias y sentimientos, aspira a comportarse como un todo en desarrollo, pero en la extracción de cualquier parte de ese todo, de cualquiera de los poemas, se podría intuir que cada pieza corresponde a la unicidad de un espacio y un tiempo concreto, de un individuo que era otro y soy yo al mismo tiempo. En cuanto a la elección de tres poemas, y por elegir uno de cada etapa vital que recorre esta biografía, escogería: «Ahora sé», «Hay un niño que responde a mi sonrisa» y «Te perdono».

¿Qué representan para ti Aleixandre y Borges desde las perspectivas lectora y creadora? ¿Qué camino esperas que recorra Biografía de nadie abrazado a sus figuras?

Aleixandre y Borges son, y no descubro nada, dos de los mayores exponentes de la poesía en castellano del siglo XX. A Aleixandre lo descubrí muy joven, en mis primeras lecturas poéticas, y quedé fascinado. Aprendí con él a través de su intimismo surrealista, o mejor superrealista, a sumergirme y vibrar en ese universo propio de «evasión hacia el fondo», como él denominó a su poesía, a ese viaje al subconsciente y que quiso distinguir del surrealismo francés, más exaltado. Un viaje el suyo más apacible, menos estridente, que a mí me sedujo entonces y continúa haciéndolo hoy. A Borges lo leí después, y de él me interesa sobre todo su preocupación y particular percepción del tiempo, la memoria y el olvido, no solo en su poesía, sino sobre todo en sus cuentos, donde manifiesta su preocupación por la irrevocabilidad del tiempo, fabulando así mismo con la flexibilidad del continuo espacio-temporal. La utilización de una cita de cada uno de estos autores insignes al principio de cada una de las partes de mi libro no es por tanto casual, sino un homenaje y el agradecimiento a su obra y a su aportación a mi propia concepción de la poesía.

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