-Editorial Cuadranta-

[Semana de la Poesía // 20-27 de Marzo 2022 – Altavoz Cultural]

   La brillantez es una cualidad maltratada en el panorama poético actual: por una parte, la masificación del mercado literario choca frontalmente con el manido discurso en torno a “esta obra es brillante, la mejor, la mejor de este [año, mes, siglo]”. Por otra, vivimos en un momento en el que la trascendencia y el ludismo están siendo separados como mellizos que deben vestir diferentes ropas. Una debe ser destinada a una función definitiva, mientras que el otro debe conformarse con entretener. 

   Los ojos desdibujados es un fuerte pegamento para dos mitades que nunca debieron ser objeto de discursos críticos extremistas. Es una magnífica demostración de que su coexistencia es tan posible como digna. Jorge López Llorente dice y divierte mientras dice. Oh, el milagro. Y con una mirada espectacular. Estamos ante un poemario sobresaliente.

   Miguel de Unamuno nos abre la puerta al fascinante universo de miradas, reflejos e incesante fluidez identitaria que propone López Llorente. La nota del autor, encabezada por su tributo y deuda respecto del maestro Rimbaud, despieza sin dañar las claves interpretativas de su obra, tanto en lo narrado como en lo formal. Vamos a asomarnos a un hondo pozo de ojos distorsionados, (des)virtualizados, adalides de la otredad, arcángeles del yo como forma imprecisa, compartida, endeble; ojos y miradas que gobiernan un torrente de autoconocimiento, con todas sus sombras, sus fallas, sus erróneas conclusiones. Tras la mirilla aguardan veintisiete composiciones, dispuestas en dos invisibles bloques, partidos por un céntrico canto de seis páginas. Miremos. Veamos.

   1-Un espejo propio a 13-Venus del espejo

     La estructura circular se despereza con un primer poema dedicado a ese gran protagonista: el espejo. Introducidos por una desgarradora Sylvia Plath acerca del sentimiento de “ser yo”, los versos inaugurales de López Llorente se escurren con una fuerza devastadora. La presentación desvela la transversal concepción (auto)biográfica que inunda el poemario: del espejo al yo, del yo a los ojos, propios y ajenos y de nuevo propios pero manchados de ajenos, que regresan al espejo, por supuesto cambiado.

     Enlaza pulcramente con el segundo corte, que describe la transición del cristal a la carne: Fotografía sirve como perfecto muestrario atómico del álbum mencionado en el poema previo. Más que eso: supone el posicionamiento del autor ficcionado en su propio contexto vital, como cara única y reconocible, que se inserta en un presente a punto de estallar y rememora un pasado del cual entra y sale saturado de memoria y configuración (renegada / volátil).

     Ver y mirar, confeccionado en dos partes, sostiene en sendas columnas enfrentadas la anunciada presencialidad corpórea del poeta-personaje y el mismísimo metaproceso de desarrollo visual que se desprende de la óptica narrativa. Inyecta de manera sublime dos espacios que ganarán una altísima cota de relevancia para el conjunto de la obra: el yo combinado con el tú, muy particularmente desde el prisma amoroso / de acompañamiento vital, y el mundo virtual, con sus móviles, mensajes, chats e imágenes desfilando en una procesión entre lo aparente y lo artificial. 

     La segunda parte es la que alberga el primer sentido de hogar que aparece en el poemario, tan vinculado a ese otro que nos mira, que nos escudriña desde los lugares comunes, los sobreentendimientos y la verdad. Este poema es igualmente capital por resultar un fantástico ejemplo del estilo ágil, suelto, de López Llorente: hace rato que la poesía actual abandonó (auto)impuestas barreras formales respecto de determinados cánones fonéticos y gramaticales, pero la decidida fluidez del ritmo entre saltos versificados y corrientes de palabras que se acoplan a la totalidad del mensaje es una virtud irreprochable. 

     Dicho estilo es, además, como perfecto amigo íntimo de ese vértigo, altamente narrativo, en tanto en cuanto traslada historias tan verosímiles como autoconclusivas: alcanzando la cima de la más ruda imagen socializada, esclava del like y la eterna renovación del gusto forzado, hallamos en Que lo parezca el culmen de la liberación del personaje femenino que ya había advertido su participación en Los ojos desdibujados unas páginas atrás, personaje que llevará las riendas del tú más contundente.

     El gigante Leopoldo María Panero emerge como otra de las plumas madrinas del acervo destilado por López Llorente. Sus palabras hacia la luna y su atracción sobre el yo sirven de bienvenida a una reunión con el elemento subversivo del poemario en su escenario más especular: luna como lejana hermana trunca del espejo, tan estricto para una rutina contada a bocajarro -autobús, Madrid, trabajo, oficina, Londres-.

     El número 7 será ingrediente absolutamente crucial para esa y cuantas recetas engloba esta obra respecto del infinito cosmos de las miradas: Esa pupila es un pequeño -la pieza más breve de las veintisiete- manifiesto en torno al juego propuesto por el autor como forma y fondo últimos de su creación.

     Mamihlapinatapai -uno de los títulos (y conceptos) más originales y potentes que hay en estas páginas junto al futuro -cidio– y Nombre representan el asentamiento del yo+tú que plasma la última etapa de esta primera parte: destinados al nosotros -muy roto en nos-otros por momentos-, y con una calidez frágil en el color de las expresiones y las imágenes, le ofrecen a la mirada lectora estos poemas una sincronizada lección sobre la necesidad de sospechar de los sentidos. 

     La identidad como rostro oculto pero significante del físico se ve torturada por cuanto rebota en nuestras miradas, las cuales, por si fuera poco, se rinden al exceso de alcohol, al mentiroso parpadeo de pantallas, a la falta de claridad o a la simple derrota ante la ignorancia. Celebramos, no obstante, la no conversión de esta interesante travesía en un catálogo de saludos entre el reino del onirismo y nuestros restos humanos. Todas las dosis parecen muy adecuadas en cada paso que damos de la mano de López Llorente. Y así llegamos a Sombras: con muchas expectativas, emocionados por lo visto y con alguna idea de fuerte ruptura -argumental- del color que nos deja la primera trecena rondando nuestros temores.

   Sombras

     Pizarnik toma la batuta de madrina: introduce su cita este denso canto al ejercicio de apertura y cierre de ojos, himno superlativo del cosmos arraigado en el texto. Las cuestiones, las sentencias y los recursos florecen en una mascarada de sombras que infestan la identidad, mezclada con el sabor de otra piel, otra mirada sobre el propio cuerpo, con esas coordenadas romantizadas del nosotros desgastado pero aún ardiente.

     La noche es la manta brutal que cubre todo atisbo de luz y lo cercena mediante asfixia de formas incongruentes, débiles, mutadas, casis, quizases. Como una revelación platónica, el amanecer trae la reinvención, la certeza, la rotundidad de lo despojado y el nuevo ser que comienza a caminar -desnudo, torpe- hacia una (de- vs. re-)construcción íntima, mucho más próxima al yo como objetivo que al tú ausente.

     Los elementos generadores de la discordia personalizadora se tocan unos con otros en un aglutinamiento que ejerce como buena síntesis de los obstáculos que han ido trastabillando al personaje a lo largo de su periplo buscador de respuestas. Por su parte, el remate del texto supone el acabose del estado de cosas que conocíamos en cuanto a nomenclatura -la revisión y nuevo revestimiento de tan diversas ruinas será un poderoso hallazgo paulatino en el próximo segundo bloque-. Todo queda boca abajo, ensombrecido, muy, muy gris, gélido. Hemos iniciado un descenso y solo llevamos nuestra cara para sus piedras.

   15-No eres tú… a 27-Venganza del espejo

     No eres tú… supone más que un estupendo comienzo de segunda sección: revierte el enfoque narrativo, destruye el nosotros y progresa hacia la primera edificación tras la nada que nos dejó esa noche de sombras. Y lo más importante: hace gala de ello desde el título -otra virtud destacada de la obra de López Llorente: su magnífico manejo del encabezamiento de los diferentes poemas como partes propias ligadas al hilo fluido del contenido versificado-. 

     La voz robada, la terrible soledad huérfana de receptor / interlocutor telefónico / virtual, contactos caducados y una dupla Romeo-Julieta arrebatadora, fiel hija de un considerable incremento de la agresividad poética. Todo ello propulsa un discurso feroz en forma y sumamente distintivo, fascinante, en fondo. La amnesia -a través de ese genial poema desde la voz de la enfermera- y la invidencia se suben a la vitrina de desgracias para el alma que mira, ve y huye.

     La voz como semilla de la mirada: el autor posee otros cuerpos a través de su comunicación, abandonando -nunca del todo- el juego de pupilas para recrearse en el de bocas. Así habita la enfermera, habita yoes cercanos al suyo que, tallados con matices muy sutiles, apenas sirven para su complementación -hace rato que López Llorente pone sobre el tablero un continuum y no una concreción-. 

     Desde este mecanismo asistimos a otra de las cumbres de Los ojos desdibujados: el diálogo entre Peter Pan y su sombra. Amparado por el homenaje a su creador, J. M. Barrie, esta impresionante propuesta destapa la esencia misma del poemario en términos de soliloquio confesional. Se pulsa la desesperanza, vertida desde el enfrentamiento entre el yo y una primera forma de espejo vengativo; se admiten ciertas derrotas despedidas por la constante lucha identificativa. Como retales de este combate se suceden los siguientes punzones.

     Fotografía caída (21) impacta con Fotografía (2) en una de las más explícitas muestras del antes-después que ofrece el recorrido lineal de la obra -casi al nivel de brusquedad que propone Que pasen, que salgan (17) vs. Imaginémonos (10) en términos de profundidad-. Fugas y American Beauty completan una velada eminentemente pictórica que reproduce el alzamiento de un yo mucho más espeso, sólido, pero mucho más peligroso, paranoico e inestable. Las imágenes se entrelazan en una secuencia que podría permitirse sin esfuerzo suprimir los correlativos títulos de cada composición. Entramos en un museo personalísimo, cada vez más críptico.

     Arrastramos la mirada hasta Ser, una delicia parida de aquella inevitable combinación que elogiábamos al principio de este comentario: la forma es más meta que nunca en manos de López Llorente con ese final espectacular teñido de realidad virtual táctil. Su trazo es impecable en el consciente ejercicio gradual de compresión espacial del mensaje acerca de la reducción del ser. Aderezado con una réplica -sísmica- acertadísima, Mensaje sin leer, -anunciada poemas atrás entre sombras-, el cóctel es inconformista en su valor y espléndido en su efecto.

     Dos epílogos -¿tal vez finales alternativos excluyentes entre sí?- o un doble epílogo -acaso de orden reversible- es lo que constituyen los últimos mordiscos de una obra que ha llegado a rebosar fatalidad -en su sentido más malditopoético posible-: -cidio y Venganza del espejo son monstruos de la (auto)destrucción.

     La sonoridad de la amenaza desde el yo, primero, y desde el revanchista espejo, después, es abrumadora. El tono poético asciende bastantes grados hasta colocarse sobre el nivel de decibelios que tan bien trabaja el factor inmersivo. El escalofrío -afilado como cuchillo de cristal- es incontenible desde un terreno que logró su máxima temperatura en aquel tempranero Ver y mirar (3) -parte segunda del poema- y que en este tramo de cierre desde el epicéntrico Sombras no ha pasado del bajo cero.

   Dos caras perfectamente definidas de una voz muy especial que retrata con extraordinaria fuerza una tan original como ambiciosa coreografía del ser cebada con la mayor colección de elementos vinculados a la configuración personal -y social- del yo que recordamos. 

   Jorge López Llorente tenía una joya tras el espejo, justo en el hueco entre la literatura de no-ficción y la ficción más pura -y purificadora-. Sus recursos son difíciles de limitar y su convicción discursiva es imponente. No podemos dejar de recomendar enérgicamente la lectura de Los ojos desdibujados y, con ella, el descubrimiento de un autor ilusionante.

Altavoz Cultural

CUATRO PREGUNTAS A JORGE LÓPEZ LLORENTE

¿Cuándo y cómo nace el primer estímulo que prende la idea expresiva de Los ojos desdibujados?

Desde que empecé a escribir en serio en mi adolescencia, con 15 años o así, ya tenía la idea en mente y me vino primero el título, no sé por qué. Quizá tiene algo que ver con que en esa época yo estaba en plena lucha de amor-odio con la pintura para un examen final de Arte y me dio por la pintura al pastel, por difuminarlo todo… También por entonces descubrí a Rimbaud y su idea de que «Yo es otro», que me marcó. Escribí los primeros poemas por aquel entonces, que luego reescribí, pero la mayoría del poemario lo terminé del tirón más tarde, a los 20.

¿Cómo se forja tu imaginario, ese que parcialmente podemos conocer en las páginas de este poemario? Especialmente nos gustaría conocer cómo influye tu formación desarrollada desde el contraste sociolingüístico inglés-español en tu manera de mirar el mundo y de expresarte.

Mi lengua materna es el español, como la de toda mi familia, pero tengo el inglés igual de interiorizado y me dicen que estoy inglesizado: a veces mezclo los dos idiomas al hablar sin querer (lo siento) y siempre escribo en ambos, alternándolos; los uso a la vez entre amigos/as, en el trabajo, con mi hermano… Como traductor, me fascina lo intraducible, que es tan poético, como la palabra ‘Mamihlapinatapai’ del yagán con la que titulo un poema. Mis influencias vienen tanto de poesía en inglés como en español, tanto de Pizarnik o Leopoldo María Panero como de poetas románticos y decadentistas ingleses, como A.C. Swinburne. Los monólogos dramáticos de personajes que uso en el libro los aprendí de Robert Browning y el estilo de metáforas que más me inspira es el de Hart Crane, con imágenes quizá extrañas cerca del surrealismo, pero con su lógica. También uso citas de Sylvia Plath y del Peter Pan de Barrie para unos poemas. Además, lo que más me empuja a experimentar es la poesía anglófona actual, que es la más innovadora y afilada que conozco, con los estilos tan personales de Aaron Kent, Matthew Haigh o Joyelle McSweeney, por ejemplo.

Las imágenes de las que nació el poemario son los espejos y los ojos, los supuestos «espejos del alma», porque parecen símbolos de la verdadera identidad, pero no, dan para muchos engaños. Me interesa la identidad, pero no de manera realista o autobiográfica, sino como artificio literario, como esa borrosidad engañosa que se desdobla en espejos, pinturas, fotografías, sombras, en los espejos negros de las pantallas y en Internet… Como cualquier persona bilingüe que ha vivido en el extranjero, sé cómo se siente tener una doble identidad según el lugar.

¿Qué has desechado y qué has incorporado desde tu escritura a la hora de afrontar este gran reto creativo que supone una primera obra publicada?

Prefiero aprender las reglas para luego romperlas, así que cuando empecé a escribir poesía me limitaba a métrica más clásica, pero en Los ojos desdibujados deseché tanto ese corsé como el del verso libre coloquial más dominante hoy en día. Intenté ofrecer variedad, jugando con la métrica según el tema de cada poema y siempre alternándola o mezclándola con verso libre. Hacia el final de la escritura y más bien en la segunda mitad del libro, incorporé más inspiración del terror o la fantasía, ya que mis relatos también iban por esa vía y descubrí el cóctel de poesía «especulativa» que aparece en revistas como Strange Horizons. Lo apliqué más en el penúltimo poema, ‘-cidio’.

¿Cómo ha sido y cómo has vivido el proceso de publicación del libro y su posterior recepción entre el público? ¿Qué nos espera de Jorge López Llorente a partir de ahora?

El proceso fue complicado, por los rechazos y a veces incluso desplantes por los que pasamos la mayoría de escritores/as al enviar nuestros textos, claro, aunque al final merece la pena. Encontré la editorial correcta, Olé Libros, que confió en mí y se esforzó en producir un libro bien editado en tapa dura, con una portada preciosa. En cuanto a la recepción del libro, avanza poco a poco, pero está siendo mejor de lo que esperaba, sobre todo porque bastantes personas que no estaban tan acostumbradas a leer poesía me dicen que han disfrutado mucho de su lectura. Me alegra poder romper ese círculo vicioso que solemos tener en la poesía, cuando solo poetas leen a otros/as poetas. También me hizo ilusión presentar el libro junto a José Carlos Somoza, un escritor extraordinario del que he aprendido como lector y alumno.

No puedo quedarme quieto con la escritura, así que ya estoy preparando un poemario en inglés, para estrenarme como poeta en Reino Unido también, y tengo algunos poemas para un segundo poemario en español. Pero me gusta la variedad, así que probaré otros estilos, como la poesía narrativa, y seguiré escribiendo relatos en ambos idiomas, como vengo haciendo.

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