-Yairen Jerez Columbié
La umbra, oscuridad recóndita de la sombra,
perfila los cuerpos resguardados en formol
que filtran la luz del sol hasta el mármol del suelo
abrillantado con petróleo en este salón
de círculo social donde antaño los hombres
ponían las manos en las cinturas de las señoritas
para hacerlas girar.
Bajo las etiquetas
–tres semanas
seis semanas
nueve semanas
catorce semanas
veintidós semanas–
el líquido que se deslizó por el cristal
ha ido formando ríos de texto
sobre la caligrafía Palmer,
meandros hacia los deltas
que vieron zarpar a los fetos.
Salgo a la explanada y el océano me abre el pecho plano,
desde la antumbra veo el aro de luz que me corona,
la perfectamente redonda nube gris que lloverá sobre mi cabeza.
El mar saca sus púas metálicas y el magma que forjó la isla brilla.
Seis partes de ti se acercan desde los arrecifes,
las restantes se aferran a la roca encendida.
Tus tentáculos relucen a cada ondulación
del océano en tu sangre y me pregunto
si es petróleo lo que te abrillanta la piel.
Desciendo al cemento para mirarte de frente
y mis dedos, casi tan gruesos como tus brazos,
brillan ahí donde los tocaste.
Reptamos probando la sal del muelle,
la lengua dura del mar que escupe
y enseña sus colmillos volcánicos a nuestro costado.
El concreto termina antes del horizonte.
Nos zambullimos.
Somos cadenas de plata bajo el velo del agua.
Contra la lava endurecida,
el mar es el azogue que nos traga.