Elaine Vilar Madruga

-Libero-

   Hay una suerte de mística en la lectura de los libros paridos por Libero: la fascinación por el paisaje -lingüístico y evocado- es paradójicamente rutinaria, como una costumbre de observación hacia todos lados. También lo es la fuerza argumental que vertebra cada bello centímetro de la propuesta: Elaine Vilar Madruga se suma a esa secuencia de autoras que marcan el paso poético de una etapa resplandeciente de las letras hispánicas. 

   Sus preocupaciones -las de ellas- son comunes, compartidas en comunidad, acaso en un (in)voluntario ejercicio de abanderamiento causativo generacional, que halla en la familia, el cuerpo y la patria en su sentido meramente coordenado -y de futuro ansiosamente destruible- tres de sus elementos transversales más poderosos. 

   Vilar Madruga asume toda la genética, la geografía, la historia y la herencia sociocultural con una conciencia absoluta desde el primer balbuceo: inaugura su periplo entre versos dando cuenta de manera descarnada de la amenaza que le supone el mundo actual, el cual ansía modificar de forma drástica, a su -justo- antojo. 

   Se trata ese canto animadversativo del comienzo estricto de la primera fase estructural de Sakura: ese diálogo de dos poemas dedicados al mundo, al yo y al mí en el mundo en busca del neo-mundo / mi mundo constituyen la inauguración de I. Heróica del tiempo. Cuba supone el punto de partida de un hilo férreo y dorado que nos expone posteriormente II. Inside, la segunda de las tres edificaciones titulares que se manifiesta en Sakura, nombre determinante del conjunto, de la última parte de la obra y del propio poema que concluye la misma, en un tres en raya tan superficialmente perfecto como oportuno en justificación y lógica.

   Elaine enfrenta la des+re-construcción de su nuevo contexto vital en compañía: cada una de las mencionadas secciones luce distintivamente ciertas citas introductorias de entidades relevantes para la armazón de la maquinaria literaria de la autora: desde Jean Paul Sartre hasta la insigne figura mitológica irlandesa de Amergin, trazando un jugoso recorrido por palabras de Lezama Lima y Ada Elba Pérez, acudiendo a las luces -ya internas, fijadas en los respectivos poemas- de Rainer Maria Rilke, Charles Baudelaire o William Blake. Las seis – nueve – ocho composiciones esparcidas sobre el lienzo rupestre de Sakura se encuadran en el abrazo entre un excepcional prólogo de la mano de Inés Martínez García, su editora, y una hermosa inscripción tallada en la contraportada por Lola Nieto.

   Los títulos de los textos son, cuando menos, sugerentes, si no arrebatadoramente originales. Su contenido es constante, regular en calidad y tono, con tramos muy, muy interesantes y propuestas de algunas composiciones llamativas en el juego formal, si bien estamos ante una obra compensada, que no “rompe” conforme avanza hacia sus últimos soplos, sino que se conserva en la exquisitez de los detalles sin excederse en regalos estéticos forzados ni rebajar el estilo al cómodo plano horizontal/narrativo. 

   Las extensiones sí presentan, no obstante, mayor grado de oscilación, disponiendo el péndulo entre la escasez de la única página y la rareza del largo de cuatro superado. En todos sus rincones se palpa la extraordinaria labor de edición de Libero, que enamora con una de las cubiertas más potentes que recordamos en lo que va de curso 2022. Inés es la artista mayor de una colmena de artistas que vierten en los moldes de miel tanta pasión como virtud. 

   La artista está presente es uno de los poemas más icónicos de Sakura -mención incluida a la genial Marina Abramović- y el que cierra la segunda porción. Pterodáctilo supone uno de los grandes despegues de la poética de Vilar Madruga en pleno choque entre lo externo y lo interno, tan bien representados por el mundo y las trompas de Falopio, aún en Heróica del tiempo. Inside arriba con tres tintes novedosos al taller: un sentido más narrativo de algunos poemas (ej.: Aguja), el despliegue de títulos de doble y triple comba (La explicación de por qué en mi familia no nos tiramos fotos juntos en el fin del mundo) y composiciones creadas en formato de serie sucesiva (Ariádnicas I, Ariádnicas II).

   Una estrategia que atraviesa el bloque completo desentraña la partición en mínimas cápsulas versificadas: emerge en (In)temporales, Ariádnicas II, Tigre, tigre -otra de las cumbres sublimes del poemario- y Atrida, repartidas casi simétricamente en los tres compartimentos numerados. 

   Sakura es en sí mismo un magnífico epílogo a todos los escalones anteriores, una exitosa lengua de plata que clausura desde su extremo aquello que comenzó con el mundo enfrente. En sus líneas encontramos un final rotundo de la obra con la que comparte denominación, aunque debemos retrotraer la facilidad pasmosa de Vilar Madruga para mantenerse cual equilibrista circense en un mismo nivel durante toda su actuación, de modo que este ultimísimo peldaño no constituye necesariamente una apoteosis tras el pertinente in crescendo. Es solo un fantástico broche para un fantástico libro.

   El estatus animal, el concepto de sakura como exótica representación del cerezo en flor japonés, en su esplendorosa rotura y consecuente modificación del mundo en pro de una mayor amabilidad, la familia, el combate, la rebeldía ante lo dado, la violencia y el desagrado como ingredientes habituales que sin embargo no restan un ápice de color a las gotas que, tan melódicas, empapan el papel… Todos esos factores temático-simbólicos que dotan de realidad al canto proyectado por la poeta son indispensables, equilibrados -en tanto en cuanto se ajustan a un reparto de visibilidad meritocrático- y dignos -siempre persigue ella la naturalidad y su impacto sin exceso dramático-.

   Es Sakura un libro de poemas de altísima categoría y profundo calado existencial. La voz de Elaine Vilar Madruga se percibe inquieta por liberarse, por traspasar las páginas, por derramar la tinta afuera, en el más allá del límite físico. Es una voz curtida, experta y madura, capaz de detenerse, para goce de su legión de bocas sedientas, que acude en procesión al siguiente giro del pliego, en los toques más sensibles del ejercicio del poema, en las notas más cálidas. Su poder trasciende fronteras para obsequiarnos con una condición literaria absolutamente reconocible y, diríamos, consagrada. Instalada ya en tantas y tantas direcciones de nuestro imaginario más orgánico.

Altavoz Cultural

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