Jorge López Llorente
presenta
VISITA DE LA REINA MAB (I):
Percy Bysshe Shelley como posibilidad

«Ye are many—they are few». «Sois muchos; ellos son pocos». ¿Os suena? Quizá habéis oído ecos de ello en el eslogan del exlíder laborista Jeremy Corbyn («for the many, not the few»). O porque resonó, más lejos en el tiempo, en un continente más lejano, en los discursos de Gandhi, de los manifestantes chinos de la plaza de Tiananmén o de los rebeldes egipcios en 2011, aunque se fundiera en las palabras de muchos otros. O quizá has visto «if Winter comes, can Spring be far behind?» («si el Invierno llega, ¿acaso está la Primavera lejos?») en idílicas fotos motivadoras de Instagram o en titulares de ceñudas tribunas políticas. Otros asociarán esta poesía con homenajes tras muertes célebres: un joven Mick Jagger asegurando que Brian Jones «no está muerto, no está dormido; / se ha despertado del sueño de la vida», o el astronauta Tim Peake recordando, tras el funeral de Stephen Hawking, estos versos cósmicos: «El orbe distante de la Tierra era / la luz más pequeña que titila en los cielos; / mientras tanto, en la senda del carro, / […] incontables esferas irradiaban / su gloria, siempre cambiante».
Es mucho. Percy Bysshe Shelley es muchas voces, muchas posibilidades, con no pocos matices, desde delicadas ensoñaciones en plena naturaleza a invectivas revolucionarias, a menudo mezcladas; nadando a contracorriente, pero fluyendo desde la tradición literaria británica y europea, de Shakespeare tanto como de Calderón. Es un poeta subestimado en vida y solo apreciado póstumamente, pero más bien como mito y acompañante de Lord Byron, Keats y su mujer Mary Godwin, aún en gran medida incomprendido y eclipsado como autor. Y eso que es uno de los poetas más versátiles y complejos de la literatura inglesa; quizá precisamente le perjudica esa complejidad de su obra como poeta épico y lírico, novelista, dramaturgo, ensayista, activista político, traductor… Al ser el 200º aniversario de su muerte este año, también me parece un guía ideal para comenzar esta columna sobre literatura anglófona en Altavoz Cultural, titulada Visita de la Reina Mab, tomando prestado de Shelley el hada que él tomó de Shakespeare para su primera gran obra.
Shelley quería que el poema épico Reina Mab fuera su carta de presentación, por lo que lo llenó de notas sobre sus ideas, y lo será aquí también, para reflejar su variedad. Esos versos de inocente fascinación ante las galaxias que citaba Tim Peake en la Abadía de Westminster son, irónicamente, anotados por Shelley como ejemplo de que «quien sienta el misterio [del universo] no correrá peligro de ser seducido por las falsedades de los sistemas religiosos». La reina Mab de Shelley es a la vez la divertida reina de la naturaleza de Shakespeare que juguetea con tu deseo, en boca del bueno de Mercutio, y (¡oh, escándalo!) una anarquista deslenguada que hace que desees el fin del «monarca-esclavo», las religiones y el sistema de clases. La semilla del ideal político de Shelley florece en las visiones de una naturaleza utópica que Mab nos muestra. Igualmente, la Bruja del Atlas es más que otra bella, revoltosa hechicera suya. Es un espíritu de cuevas y lagos, que juega con los rayos y las aguas, pero también con las ciudades humanas. Allí crea un mundo al revés donde los amantes tímidos pierden la vergüenza mientras los sacerdotes se avergüenzan de sus doctrinas religiosas, hilando naturaleza, amor y ajustes de cuentas políticos como el Ariel shakespeariano, pero de su propia iniciativa.
Shelley no solo sabe reconciliar extremos como la paz en la naturaleza y la rabia política, sino que ve la doble cara de cada uno. Por ello a veces resulta demasiado cargado de ideas, no solo de estilo recargado: donde canta a la esperanza también le tiembla la voz, siempre estirando las posibilidades hasta los límites de la imaginación. Aplicaba esta total apertura de mente a sus propias relaciones tanto como a poemas como Epipsychidion, donde lo deja claro: «estrecho / el corazón que ama, el cerebro que contempla, / la vida que tiene, el espíritu que crea / un solo objeto, […] y así construye / una sepultura».
Por una parte, su poema narrativo Laon y Cythna, censurado y criticado hasta por su amigo Byron, es la explosión definitiva de las ideas políticas de Shelley, en su mayor potencial y su peor devastación. Narra el intento de revolución de dos hermanos-amantes. Tiene un poco de todo, desde la alegoría difusa a la historia de aventuras, en momentos geniales y farragosos, y acaba como empieza: con un fracaso bestial por la represión política, pero con el espíritu de lucha aún vivo. Un discurso de la hermana, Cythna, te anima o te frustra, te parece una caricia de compasión humana o un hachazo político, según te dé, acabando así: «No reprendas tu propia alma, conócete; / no odies los crímenes de otros […] / ¡Oh, expiación vacua! Quédate en paz. / El pasado es de la Muerte; el futuro es tuyo». (Por rizar el rizo, aquí el poeta Tom Leonard recita esta parte de múltiples maneras). Shelley firmaba orgulloso en los registros de hoteles como «Demócrata, Filántropo y Ateo», pero desde «L’Enfer», ¿como burla o resoplido triste?
Por otra parte, la naturaleza, pese al mito romántico, es un dilema similar. El adjetivo favorito de Shelley para ella es «awful»: asombroso y/o terrible. En Alastor, Shelley condena al poeta protagonista por ensimismarse demasiado con fantasías sobre la naturaleza en el prefacio, pero lamenta su muerte con cierta admiración. Este poeta roza una preciosa y cruel magia silvestre, pero se le escapa entre los dedos. En Mont Blanc, admira el sublime paisaje alpino, pero lo desafía, pues «¿qué serían la tierra, las estrellas y el mar / si para la imaginación de la mente humana / el silencio y la soledad fueran un vacío?». Ambos poemas están llenos de pullas y algunas alusiones cariñosas a Coleridge y Wordsworth, los más tradicionales admiradores románticos de la naturaleza en soledad. Como apunta el crítico Harold Bloom, Shelley «civiliza lo sublime». Lo baja a nuestra tierra, para bien y para mal.
Shelley no cabe en un solo artículo (ni un solo libro), pero espero que esta columna os descubra nuevos aspectos de él y de muchos otros autores anglófonos, con el espíritu de la variedad de Shelley: explorando poesía y prosa, lo rompedor y lo clásico, lo bello en lo devastador. Además, Shelley por sí solo puede abrirte puertas al pasado, a Shakespeare o Wordsworth, o al futuro, a través de su influencia en Watchmen de Alan Moore, por ejemplo. Ábrete a Shelley a través de sus poemas breves, como Himno a la Belleza Intelectual, que son visitas de la reina Mab y sus hadas, y a saber adónde te llevarán…
Quizá a «la asombrosa sombra de algún Poder oculto / [que] flota invisible entre nosotros, visitando / este variado mundo con alas inconstantes / cual brisa veraniega furtiva de flor en flor».