
-Páginas de Espuma-
ENTREVISTA A DAVID ROAS
V Jornadas sobre Arte y Cultura del Escalofrío
Altavoz Cultural – Noviembre 2022
¿Cómo se gesta, desde cero, Niños? ¿Cómo ha sido su proceso creativo desde aquel primer estímulo?

La idea de armar un libro como Niños surge a raíz de la escritura de la última sección de mi anterior libro de cuentos (Invasión), en la que empecé a explorar las relaciones padre-hijo desde una perspectiva inquietante y, a la vez, irónica. Como esos cuentos nacieron de mis propias experiencias con mi hijo decidí titular aquella sección “Cuentos dictados”, puesto que lo narrado surgía, como digo, de las ocurrencias de la vida cotidiana junto a mi hijo, potenciando, evidentemente, lo extraño de las mismas y, de paso, explorando los nuevos miedos, inquietudes y delirios surgidos a raíz de la irrupción en mi vida de ese pequeño ser (de convertirme en padre, vamos). Es cierto que en todos mis libros anteriores aparecen cuentos sobre niños (a veces monstruosos), sobre los problemas de la paternidad… pero estaban escritos “desde fuera”, a partir de lo que veía (e imaginaba) en la vida de mis amigos y amigas con hijos.
Después de publicar Invasión fue cuando me di cuenta de que el tema seguía obsesionándome para seguir explotándolo desde la ficción (en la vida real es el tema el que me explota a mí) y empezaron a cruzárseme historias sobre padres e hijos, a partir de mis propias experiencias diarias. Algunas de esas historias parten de mi propia infancia, de mi relación con mi madre, pero las más tienen que ver con, como decía antes, esos nuevos miedos, inquietudes y obsesiones generadas por mi hijo. A ello debo añadir que me animó mucho el darme cuenta de que la relación padre-hijo es un tema escasamente explorado desde lo fantástico y lo inquietante (la verdad es que no se me ocurren ejemplos, aunque los debe haber, seguro), pues lo habitual ha sido emplear una perspectiva realista, testimonial, incluso autobiográfica. Muy diferente es en el caso de las escritoras fantásticas, donde la maternidad es un tema cada vez más recurrente.
¿A qué responden el orden de escritura y el orden de ubicación dentro de la antología resultante de los diversos relatos? ¿Por qué esa disposición en «Fases»: Huevo, Larva, Pupa y Adulto, frente a otras posibilidades?
Uno de los elementos que más me preocupa cuando construyo un libro de cuentos es su estructura, cómo organizar ese conjunto de historias que tienen lazos en común pero que funcionan de forma autónoma: todos mis libros son así, partiendo de una idea general que los armonice; no me gustan -como libros- los volúmenes en los que simplemente se reúne un montón de relatos que uno ha escrito durante cierto periodo de tiempo. Otra cosa es lo que ocurre cuando el libro llega a manos de los lectores y las lectoras, que a veces lo recorren -con toda legitimidad, por supuesto- en el orden en que les da la gana.
Habitualmente doy con la estructura cuando llevo bastante avanzada la escritura de los relatos (que siempre están escritos en función de esa idea que me permite reunirlos en una misma obra). En el caso de Niños encontré rápidamente esa estructura al darme cuenta de que los protagonistas infantiles de los cuatro o cinco relatos que llevaba escritos no tenían la misma edad. De ahí que optase por ese orden cronológico en función de la edad de los niños, y que, dado que lo que también estaba contando eran los cambios en ellos -y en el padre, por supuesto-, su crecimiento y desarrollo, en otras palabras su metamorfosis, apostase por organizarlos en función de las cuatro fases en que se desarrolla un insecto: Huevo (el único cuento que conforma esta fase es también el único en el que hablo del embarazo), Larva, Pupa y Adulto… Evidentemente, ese “Adulto” es solo simbólico, pues los dos cuentos que componen dicha fase narran historias en las que los niños protagonistas no son ni siquiera adolescentes, pero ambos relatos giran en torno al prepararse para iniciar el camino de la vida más allá de los padres.
¿Cuántas antiguas obsesiones arrastras hacia esta nueva publicación y cuáles han emergido expresamente para ser satisfechas en ella?
Obsesiones antiguas: el niño como ser monstruoso y cruel, pero también como individuo fascinante por su diferente visión y percepción de la realidad.
Obsesiones nuevas: como decía antes, las que no existían en mi mente (o no sabía que estaban ahí) y que ha despertado mi hijo: nuevos miedos e inquietudes sobre la protección, sobre la muerte y el tiempo, sobre la educación, sobre la vida en común… Y también me ha servido para autoexplorarme acerca de la relación con mi madre, de la relación con el pasado, del sentimiento de pertenencia.
Antes de comenzar con las cuestiones específicas sobre ciertos relatos, nos gustaría saber cuál te ha resultado particularmente complicado, por el motivo que fuere, y cuál expondrías a modo de carta de presentación de la antología, sin más remedio que limitarte a uno. ¿Cuál te gustaría ver adaptado al cine?
Yo creo que el que reúne todo lo que planteáis es el último: “Subsistencia”. Es el que más me ha costado escribir, tanto por la historia que narro (un matrimonio y su hijo viven encerrados en un sótano, tratando de sobrevivir a un apocalipsis zombie) como por la perspectiva utilizada, pues está narrado en segunda persona con una voz que le habla al niño con una tonalidad que trata de acercarse a la que emplearía ese niño, pero con un mayor conocimiento de la realidad. Es un cuento muy duro, con un final brutal (que no voy a revelar), en el que trato de reproducir el día a día de ese trío encerrado en un mínimo espacio, cuyas reservas de comida se van agotando, con la amenaza constante de las bestias que han ocupado la ciudad… Y bajo todo ello el tema de la paternidad, de educar y acompañar a tu hijo para conseguir que sea un ser autónomo, en todos los sentidos…. Creo que saldría una película muy inquietante.
Risas ilocalizables, espejismos hacia la invasión de clones o viciosos días de la marmota, también la crueldad contra los insectos, tan documentada en estudios sociopsicológicos. Ejemplos de elementos (la carcajada, el espejo, la imitación y la hipnótica repetición, la fascinación por la destrucción de otro ser vivo) que hemos podido observar a lo largo de la tradición del escalofrío y que hoy leemos también en Niños, en relatos especialmente breves, por cierto, tan explosivos. ¿Sientes que sus modos de inclusión en la antología amplían, refrescan o reafirman la tradición cuentística? ¿Cuánto diálogo literario interno dirías que pueden hallar en este sentido quienes conozcan otros textos afines en torno a tales elementos e imágenes?
El cuento siempre está en constante reinvención: es un arma de experimentación masiva. Yo siempre trato de jugar con las formas y las estructuras (lo que más me preocupa, no así el lenguaje, que me gusta directo y eficaz), buscar fórmulas para atrapar al lector, tratando de combinarlas para evitar la repetición y cansar a los lectores.
En cuanto al diálogo, mis libros (desde el primero que publiqué) están llenos de diálogos intertextuales, de guiños a todo aquello que -culturalmente- me conforma: literatura, cine, TV, cómic, música… Es una forma también de complicidad con los lectores, de obligarlos a jugar con esas referencias. En el caso de los relatos que componen Niños, aparecen muchas de mis obsesiones culturales y juegos con obras precedentes (sobre todo para crear atmósferas y ayudar a construir la situación y/o los personajes). Así, y los cito sin orden ni concierto, los lectores van a encontrarse con Shirley Jackson y su espectacular cuento “La lotería”, David Cronenberg, Poe, Lovecraft, Mark Twain, Patricia Esteban Erlés (amiga y maestra de lo inquietante), Stephen King, Bill Murray y su Día de la Marmota, la sombra (siempre presente en todos mis libros) de Rod Serling y The Twilight Zone, los Freaks de Tod Browning (ya desde la propia portada del libro), Tom Waits, Thomas Ligotti, Metallica, Roald Dahl, Stevenson, Cormac McCarthy, y otra sombra de la que no se puede escapar: George A. Romero. A lo que hay que añadir el diálogo con mis propios libros anteriores (cuentos y novela), con los que hago que estos relatos dialoguen y se continúen (no digo más, que los lectores lo localicen por su cuenta).
Si hablamos de literatura cimentada en literatura, La (otra) lotería es un maravilloso homenaje al mítico cuento de Shirley Jackson, en una versión brutal que nos ha conquistado. ¿Cómo surge esa decisión de selección de este texto para su manipulación con vistas neocreativas en el contexto conceptual de Niños?
El cuento de Shirley Jackson me obsesiona desde hace años, desde que lo descubrí en una clase de teoría de la literatura en la universidad allá por el año 1987… Y ya nunca he podido escapar de él. Lo he explicado mil veces en clase, lo he leído y releído… Y un día, no hace mucho, cuando ya había cruzado las puertas de la paternidad, se me ocurrió la idea de que esa historia podría ser aún más terrible -al menos para mí, y eso que ya es brutal en manos de Shirley Jackson- si la narrara un niño y, encima, que en el sorteo solo participaran niños de entre 3 y 16 años. Por eso traté de mantener mucho del material y del estilo original de la autora, de no escribirlo completamente de nuevo, sino reescribirlo desde una nueva perspectiva. Así, a la historia creada por Shirley Jackson sobre el absurdo de la tradición y de la crueldad humana, de la vida (y la muerte) como azar, se le añade un nuevo sentido vinculado simbólicamente al hecho de traer niños y niñas al mundo, de obligarles a participar en el juego de la vida (y de la muerte)… Un cuento muy oscuro.
Zoltar Speaks, que además inspira la espectacular cubierta de la colección, con ese niño-pez, desarrolla de manera empírica, a través de un genial ejercicio narrativo, uno de los temas transversales de toda la obra -y añadiríamos: de tu trayectoria como escritor-: el tiempo, en sus tan diversas y complejas interpretaciones, lecturas y experiencias sensoriales. ¿Cómo dirías que ha evolucionado esta filia/este filón a lo largo de tus obras, hasta alcanzar ese nuevo ejemplo excepcional ilustrado con este relato concreto?
La presencia del tratamiento fantástico del tiempo creo que se ha ido agudizando con el paso de los años (me estaré haciendo mayor, jaja), aunque siempre me había preocupado como asunto teórico: perdón por la autopropaganda, pero acabo de publicar un ensayo sobre el tema (Cronologías alteradas. Lo fantástico y la transgresión del tiempo, CSIC, 2022). Atrapados como estamos en el tiempo, montados en una flecha que va siempre hacia adelante sin detenerse, lo fantástico es una magnífica vía para explorar ese horror. En mi libro Invasión, por ejemplo, incluí el microrrelato “Infinitos” (en plural, que duele más), en el que un personaje vive atrapado en un mínimo lapso de tiempo (dos minutos) que se repite sin cesar. La influencia de la célebre película de Bill Murray es evidente, aunque en mi texto no hay espacio (ni tiempo) para el humor. En “Zoltar Speaks” la meditación sobre el tiempo me llevó a otro lugar, al experimentar nuevos tiempos que desconocía, o mejor dicho, nuevas experiencias del tiempo: en este caso, la forma en que lo vive un niño. Einstein tenía toda la razón: el tiempo es relativo. Y como añadió Bergson, también depende de nuestra relación psicológica con los actos que llevamos a cabo… Sin hacer spoilers, en el cuento planteo cómo la experiencia del tiempo del niño se impone a la de los padres y cómo la transgresión fantástica del tiempo (no digo más) acaba aplastada por la maldita realidad.
No podemos ignorar asimismo el escenario para dicho relato: parques de atracciones, circos, Coney Island, Nueva York. Tampoco podemos evitar introducir aquí la manida cuestión del componente autobiográfico. ¿De dónde tomas ese retrato del espacio en el que se desarrolla Zoltar Speaks? ¿Cómo de importante te resulta ofrecer lugares más o menos reconocibles desde la óptica de la cultura popular -frente a, por ejemplo, esa casa familiar que se visita tanto tiempo después y que atañe a rasgos mucho más íntimos-?
El cuento se inspira en la visita que hice con mi mujer y mi hijo (con la misma edad del niño del cuento) a Coney Island en 2015, aprovechando que estuvimos viviendo en Nueva York varios meses. Todo en aquella visita fue delirante: un viaje en Metro larguísimo y accidentado (más aún con un niño pequeño metido en un carrito), el cutrerío (y el olor) de los puestos de comida, el gentío que abarrotaba las atracciones (en varias de ellas, encima, tuve que montar para acompañar a mi hijo)… hasta que , por fin, encontramos un bar genial donde refugiarnos en el que había un pequeño teatro donde, además, se representaba un espectáculo con freaks… al que no pudimos entrar porque el niño justo se durmió en ese momento. La realidad, de nuevo, imponía su puño de hierro. De ahí surgió el cuento.
Respecto a la segunda parte de vuestra pregunta, lo fantástico funciona mucho mejor si la ambientación es muy realista y cotidiana, por lo que el lugar reconocible (aunque lo alteres a tu gusto) ayuda a proyectar en él a los lectores y a impresionarlos todavía más por lo que ocurre en tales lugares. A lo que hay que añadir que, en el fondo, soy un escritor realista: la mayor parte de mis cuentos parte de situaciones que yo he vivido, pasadas, claro está, por la centrifugadora de la ficción y de mi imaginación trastornada.
Alexa con otra finalidad. Con otra piel. Hablemos de ese brillante Voces: ¿En qué momento y por qué motivo sentiste esa curiosidad literaria por darle una vuelta de tuerca al uso más habitual de uno de estos aparatos? Por otra parte, como padre, ¿estás más cerca de considerarte ludita y abogar por la aniquilación de las máquinas cada vez más inteligentes -o completas- o valoras positivamente su empleo, también desde el punto de vista educativo, tal vez en el otro tipo de exceso -«toma, niño, la tablet, y déjame en paz»-?
El cuento parte, de nuevo, de una situación real: la relación de mi hijo con el dichoso trasto, pues no solo lo usa para escuchar música sino que habla con Alexa, la interroga, le hace bromas, la defiende cuando yo la critico… como si casi fuera un ser -más o menos- real. Y encima fue un regalo que mi mujer y mi hijo me hicieron, pero que fue rápidamente requisado.
No soy antimáquinas. ¿Cómo serlo cuando la mayor parte del día estoy sentado delante de la pantalla de un ordenador y por la noche me sumerjo en Netflix, HBO, Filmin y demás suministradores de ficciones? Mi única lucha es que mi hijo combine su tiempo de pantalla con otros tiempos analógicos: la lectura de libros (por suerte, es un lector compulsivo de libros en papel), el juego a solas y con los colegas, el juego conmigo (algo que aparece en varios de los cuentos)… Y nunca le he dado (ni mi mujer tampoco) el móvil o cualquier otro cacharro para que se entretenga y, sobre todo, nos deje en paz. Odio a la (mucha) gente que hace eso en bares, restaurantes, trenes.. ¿Para qué quieren hijos si no pueden gastar tiempo con ellos?
Llegamos al apocalipsis con Subsistencia, el segundo relato de la última fase -Adulto- y cierre total de la antología. Su desenlace, por mínimamente «razonable» que nos pueda parecer, no deja de ser tan impactante, rotundo y perfecto. No obstante, para llegar hasta él, hasta esa cierta claridad o lucidez, hemos recorrido páginas de terrible desasosiego e incertidumbre, componentes tan optimizados en tus cuentos y muy especialmente aquí, con esas largas esperas y la realmente indescifrable amenaza que acecha a la familia. ¿Cómo logras provocar esa atmósfera tan escalofriante, tan dañina para el sistema nervioso del lector a partir de, más bien, el recurso de la ausencia -bestias que no se ven, carencia de descripciones mayores, falta deliberada de acción explícita contra el peligro, más allá de unos mínimos mecanismos de defensa-?
Como decía en una respuesta anterior, es el relato que más me ha costado escribir hasta la fecha. Muy duro, tanto por lo que cuento como por cómo lo cuento. Empiezo por lo segundo: usar la segunda persona es un ejercicio difícil, pues es una voz que parece dirigir al personaje. En este caso, mi idea era que la voz hablase al niño protagonista, que se dirigiera a él con un tono a veces infantil (siempre se refiere a los padres como “papi” y “mami”), pero, evidentemente, sin ser un niño el que habla, pues sabe y comprende mucho más que el protagonista. La historia -de nuevo me muerdo la lengua- gira, superficialmente, en torno a la subsistencia en un entorno brutal (tres personas atrapadas en un sótano, con la comida escaseando, en una ciudad tomada por bestias terribles). Pero mi objetivo era reflexionar sobre la relación padre-hijo, sobre lo que implica el cuidado y la protección, el acompañamiento y el educar a un ser para hacerlo autónomo. La pertenencia y la inevitable separación. La vida y el tiempo. Es, como decís, el más oscuro y terrible del libro.
Gracias por ese comentario final de vuestra pregunta, pues ese era también el objetivo: escapar del típico cuento de survival horror, dejar que todo se imagine, que todo ocurra fuera de campo, para centrarme en el retrato de la vida cotidiana de unos padres y su hijo, amplificando la sensación de encierro y agobio y hambre a medida que pasan los días, pero también retratando la relación de amor y protección entre los tres protagonistas.
¿Qué experiencias promocionales confesables le aguardan a Niños a corto y medio plazo?
Pues las habituales: presentaciones diversas en noviembre en el Festival 42 de Barcelona y en el GolemFest de Valencia, en diciembre Madrid con mi compadre Fernando Iwasaki… y otras que vayan surgiendo… Y alguna lectura en público también espero poder montar.
Para terminar: ¿qué le provocaría Niños al David Roas niño?
Pues en algunos cuentos el reconocimiento de experiencias, miedos y obsesiones vividas en mi infancia… Debo deciros a este respecto que la historia de la mantis es completamente real.