Isabel González
-Páginas de Espuma-

Qué extraordinario acontecimiento es la literatura de Isabel González. El lirismo, la lucidez, el ingenio como forma de entender la creación y el humor como manera de afrontar el mundo se citan en una reunión maravillosamente asimétrica, fofa, fascinante. Todos los comensales han traído sus ingredientes estrella y el menú es fabuloso: un libro de cuentos sobre el fracaso, la condición inherentemente patética, ridícula, desgraciada del ser humano, que camina sobre taras, fobias, tocs, vicios, baches de suerte y accidentes sociales no domesticados. La autora orquesta este desperfecto vital con una batuta que emite ruidos irrisorios, onomatopeyas salvajes. Y por eso capta toda nuestra atención como el mejor de los discursos.
Doce cuentos, como los apóstoles, como las doce tribus de narices que Quevedo le dedicó a Góngora, pero desde luego también como los meses del año, se suceden por el valle de la crónica de un tiempo: el de la imperfección saludable, frustrante pero armónica, dispuestos originalmente en las cuatro estaciones -confesamos que hemos rastreado hasta el fondo más insano la justificación meteorológica-climática intentando descifrar claves de cada texto a este respecto, pero no: no hay “cuentos de verano” ni “cuentos de invierno”-. Lo que sí hallamos es una batería muy sutil de detalles que dialogan con el mes concreto asignado, amparados bajo esa gran cita de Violette Leduc, como madre de la antología misma: “Una costumbre es más intensa que un amor” (La mujer del zorrito). La cerradura está rota, así que podemos entrar y revolverle las páginas a Isabel, ¡corred!
VERANO:
Frenó, volvió a frenar – Junio:
La pluma zaragozana se cierne sobre su primera presa con una pequeña obra de arte que emplea como voz en off una de las lenguas más representativas de nuestra tele popular. El insigne Félix Rodríguez de la Fuente picotea las sienes de una primera protagonista histérica, víctima de la a menudo conflictiva relación entre la naturaleza y la máquina. Nines se ve, en un abrir y cerrar de ojos, abominada por una inesperada llamada de la selva: entre águilas, culebras, ovejas… y un payaso de fondo, en una carretera inhóspita, que se siente apartadísima de la civilización -al menos de la racional-.
Resulta increíble cómo… bueno, resultan increíbles muchas cosas que hace Isabel, pero una de tantas es su pasmosa facilidad para provocar la inmersión del lector -a colación de esa sensación de lejanía del auxilio respecto de la protagonista que fomenta con maravillosos recursos-. A ello contribuye además el elemento sonoro, capital en toda la obra: la voz del bueno de Félix no es la única que reverbera en nuestros ojos, así como en el subconsciente más intrusivo de Nines. El entrañable Fofó se suma a la fiesta vocal: la primerísima persona de la protagonista-narradora se erige en el centro del anfiteatro con una compañera orbitando cerca: la del hombre enclownizado que le sostiene la esperanza a campo abierto -una gran excepción este espacio abierto en una colección de escenarios establecidos comúnmente bajo techado-, que se impone por cuestiones de la presencialidad a esos ecos resbaladizos que pertenecen a un pasado gratamente colectivizado.
Se trata de una excelente apertura de boca para un conjunto ciertamente coral en concepto y acabado. Las virtudes de nuestra autora asoman por encima de los hombros de una de esas mujeres que tan bien retrata -a ella y sus circunstancias- para trabajar desde su óptica subjetiva adversidades que nos rascan la carcajada, la repentina angustia y el frenesí emocional. Nines es la que porta la antorcha de una legión absolutamente arrolladora: la de los personajes isabelianos -por no emplear “isabelinos”-, heterogeneidad de la que se desmarcan, con mucha distancia, las enormes figuras femeninas que vertebran Nos queda lo mejor. Avanti.
El círculo – Julio:
La segunda figura central del abanico es también el epicentro de un círculo de edad jurásica: Fran(cisca) -esa Paquita joven- se ubica en medio de un ritual de escrutinio constituido por ojos canosos y afilados -como un felino acorralado por buitres- en la piscina municipal -ese lugar tan propicio para estampar nuestros complejos-.
Escrito raramente en tercera persona, ensambla con brillantez un personaje solitario y uno colectivo -Las Señoras, sí, con mayúscula, acaso como un gremio identificado, como un clan, como una suerte de agrupación mafiosa, como un ente politentacular y polimirador (por supuesto, polilenguasuelta)-. Un día debemos tratar en profundidad esta complejísima especie sociocultural -¿dónde está Félix cuando se le necesita?-.
Más allá de la íntima relación julio-piscina, la atmósfera que coreografía la acción es aquí de un hiperrealismo insultante: ¡es ‘nuestra’ piscina!, ¡es esa piscina!, ¡es todas las piscinas piscineables del universo piscinero! La capacidad de González para dibujar nuestros espacios cotidianos causa una impresión que traspasa por momentos el antes alabado como magnífico rasgo de la alta inmersión. Su alcance a través del léxico y su despliegue visual hacia el lugar común -y nunca mejor dicho, jeje- es sublime. La redondez de los personajes es otra cualidad sobresaliente: esas señoras son sencillamente perfectas en su cometido y esa apocada -encagidadehombros- muchacha es ideal mostrándose tal y como se muestra. Sin apartar la mirada del humor, celebramos una jugosa batería de reflexiones que nos deja en torno al cuerpo, al binomio vejez vs. juventud (desde esa jerarquía), a la herencia aderezada con efecto Pigmalión. Y llevamos solo dos, eh.
Hombres grandes – Agosto:
Tercera protagonista -embarazada- que pasea por nuestra lupa con una genial historia en su narración -retomamos la primera persona-. Ya hemos advertido la firme creencia de González en aquello de que la forma es igual o más importante que el fondo, que el contenido: en una obra trufada de recursos estéticos, registros camaleónicos y decidida preocupación por la belleza -de los detalles y del todo-, la autora no pierde la ocasión de plasmar con gusto exquisito algunas de las debilidades sociales más desgarradoras -en términos de desigualdad de género, muy especialmente-. Pero su tono no se desvía un ápice de la sutileza, del ritmo, de los instrumentos que visten esplendorosa la crítica susurrada. Además, logra camuflarse en la templanza discursiva para no hacer del texto un forzado manifiesto por. Su inteligencia es demoledora.
Del huerto a la casa, de la casa a la ambulancia. Son horas cruciales para la futuracasipresente mamá y todo se llena de sandías. Asís encabeza un rebaño de hombres flojos que decoran las estancias. La frase final que abrocha el relato supone una brutal interrupción de la tradición de los consuelos verbales. Y su correspondiente volantazo. Dos personajes principales que funcionan polarmente como un dúo perfecto.
El Verano concluye doblegando gigantes masculinos, erosionando sus rostros impenetrables -la autora vuelve a obrar un pequeño milagro: si antes veíamos a las señoras piscineras en carne y hueso, gorro feo y apretado mediante, ahora hemos leído perfectamente las hechuras de unos tipos cercanos a los vaqueros más prototípicos del western norteamericano-. Del agua a la llanura. Y de ella hacia el túnel del tiempo.
OTOÑO:
Nadie cumple años – Septiembre:
Una de las obras de arte más singulares de la colección y la mayor representación del hiperactivo universo creativo de Isabel González. Una delicia para los sentidos. Un precioso guiño al efecto Benjamin Button que alcanza cotas de originalidad tremendas, hermanada con un mecanismo visual de dimensiones estelares. La mezcla envuelve un apasionante viaje vital a través de la memoria biográfica en modo found footage, con escenas, fotografías esparcidas sobre la madurez, la juventud, la adolescencia, para arribar hasta la infancia.
Dirige, narra y protagoniza el cortometraje una mujer que sufre una llamativa pérdida de años respecto de su edad vigente cuando ilumina los diferentes rincones de su vida a los que nos invita: episodios de oficina, caseros, adolescentes aventuras sexuales… Todo el recorrido está manchado de polvo, grasa, pelillos de esos que no sabes a quién pertenecen pero no son tuyos, todo enfocado con una luz amarilla que resplandece desde el recuerdo hasta nuestra retina. El ejercicio de doble pantalla González-personaje hacia las reminiscencias de este último nos parece tan potente como disfrutable.
Y la pared se rompe con tierna facilidad una vez más: habitamos cada localización que visita la mente de la mujerchicaniña. Vamos de su mano, por el largo pasillo de la experiencia entretejida desde la extrañeza misma de la vida, de la propia evolución del ser y su aspecto -y su condición de animal social-. Bienvenido, Otoño. Abraza este cuerpo tembloroso.
División aerotransportada – Octubre:
La tercera gran pareja en sentido cronológico ocupa un escenario descrito en tercera persona. La decisión de nuestra autora en torno a la elección de una mayor o menor cercanía de la voz narradora es de excelente precisión, atendiendo a las necesidades de la historia contada y de cómo se permite salpicar más en la cara o en el pecho del lector ciertos momentos de estallido -en humor, en crítica, en conflicto-. Los personajes elegidos para la primera persona son una extensión del ingenio y la naturalidad de Isabel, de su personalidad, en parte. El empleo de la voz tercera tolera y exhibe mejor su componente lírico, su gusto por la recreación del contexto y sus infinitas posibilidades. En este caso -en este División aerotransportada– observamos una estrategia que le funciona magníficamente: la pareja de ilustradores aporta un constante diálogo, que vertebra paralelamente a la narración en off el discurso del cuento hacia la misma dirección. Así como en el primer texto disfrutamos de una Nines asaltada por un coro de voces -y su diálogo con el otro gran personaje presente en la acción queda atrapado por esa maleza, formando parte de un continuum indivisible-, en este cuento y en otros como el siguiente –Juegos reunidos– apreciamos ambas vías de comunicación con plena vigencia. Con mucho vigor en el apartado del dúo.
Desde el estudio de dibujo de ambos profesionales recibimos un fuerte contraste respecto de la concepción monetariolaboral del oficio artístico según las manos artesanas sean de hombre o de mujer. Es Ilena, no obstante, la que constituye el origen informativo, la que copa la portada de los sentimientos. Juan, por su parte, responde a un contrapunto ideal, complementario hasta el extremo. La polaridad antes mencionada en Hombres grandes es aquí aún más notoria, más exacta; vierte por tanto una mayor cohesión sobre el resultado de dos cabezas pensantes y dos bocas humeantes alrededor del entramado argumental.
El tratamiento del universo de la ilustración desde los dos planos expuestos anteriormente -distancia de tercera persona que engloba mirada a los ojos entre personajes tan bien construidos por sí mismos y hacia el otro- nos hace disfrutar de una cascada de referencias y símbolos que sin duda enriquecen el detalladísimo marco del problema del reconocimiento cobrado por encargo. La treta resolutiva será una gozada en plan y modo, también un tremendo soplo de credibilidad insuflado a esos cuerpos de papel inanimados -sus personajes- que tan bien domina González.
Juegos reunidos – Noviembre:
Ah, otro favorito. ¿Otro favorito de cuántos? Bueno… Mila y Serena -nombre jamás elegido con tantísimo acierto por motivos de comportamiento, y, por ende, causa de extraordinario contraste con su agitada amiga- habitan su casa con una criatura de cortísima edad en su regazo -aclaramos lo de criatura: si es “de corta o cortísima edad”, entonces es un bebé, pero existen criaturas de mayor edad, que son los monstruos, pequeño matiz-. Por primera vez el hombre es el detonador de la bomba: Jano, el amante de Mila, ha sido despedido por esta de su lecho forrado de follaje -pequeña licencia para hablar de la cama en la que acontecen las guarrerías-. El diseño del personaje de Mila provoca -sí, desde su diseño- que el asunto se vaya de madre -jaja-. Empezamos de nuevo.
El sensacional dúo Mila-Serena eleva a cuestión de Estado la adopción forzada del bebé que tuvo Jano, el amante de Mila, con su ex mujer -y que ahora ha recaído sobre el cuidado de una desnortada pero tan adictiva Mila-. Ambas amigas discuten todo cuanto puede desligarse de un giro personal de tamaño calado mientras se dedican al bello ejercicio de la confección de tejidos. Dicho ejercicio -y su resultado: ese jersey- es arrojado contra la cubierta de la antología Nos queda lo mejor -ahá, ¡ahí lo lleváis!-.
Rozamos el disparate más verosímil -cómo maneja González ese terreno gris casi negro sin perder el equilibrio ni que se le caigan las bolas que malabarea- en numerosos instantes, pero alcanzamos una de las más insólitas, fascinantes decisiones de cuantas se toman en el viaje de los doce cuentos: ese, llamémoslo así, trasvase de leche materna. Un cierre de altura para un relato de categoría que avanza en el tema maternal (el segundo en manejarlo si aludimos a Hombres grandes, el primero si lo entendemos explícitamente -con la criatura nacida- o el tercero si añadimos la mínima óptica de la madre del personaje involucionador de Nadie cumple años).
INVIERNO:
Alguien no apuntó bien – Diciembre:
La doble cara del ecuador estructural es tan prominente: dos de nuestros cuentos preferidos se dan la mano sobre el límite que divide tímidamente el Otoño del Invierno. Juegos reunidos es genial y Alguien no apuntó bien es estratosférico. Frente a aquel brillante dúo de amigas compañeras de piso hallamos ahora el reparto más numeroso y familiar en términos de personajes específicamente cargados con incidencia rotunda: la tercera persona narradora nos permite conocerlos a fondo a las pocas líneas.
Capitaneados por una madre soberana, el cálido elenco familiar desarrolla su viaje con la normalidad esperada hasta que sucede lo insólito, más orínico que onírico. Atañe a camioneros, rutas de muchas horas y necesidades básicas de la especie. Dinosaurios sobre ruedas, gasolineras chungas, escatología amablemente integrada y un buen puñado de códigos conversacionales entre el pasado y el presente -como leves azotes sobre el cuero de ella- dinamitan con un humor salvaje uno de los epicentros del imaginario de esa mente brillante que mueve los dedos.
Contiene, como punto de equilibrio excepcional, al personaje niño más fantástico de Nos queda lo mejor. La inocencia y la ternura se funden en un texto tan adulto como divertido. La vuelta de tuerca extra que tiende a agregar González consigue aquí un grado superior: el juego de adivinanza, sospecha detectivesca y artimaña reveladora rema a favor de un entretenimiento trepidante, de ritmo desbocado y aroma agridulce -como meado- que acoge los últimos estímulos del relato con la delicadeza intrafamiliar más celebrada.
La energía adquiere un esplendor inigualable -acaso compite con el histérico zumbido de Nines en Freno, volvió a frenar, pero aquí suena por momentos Benny Hill y allá repiquetea un sonido de hienas-. Tal vez sea este cuento el perfecto primer acto de una película maravillosa -¿hemos dicho ya lo cinematográfica que es Isabel González, la directora favorita de tu directora favorita?-. Cambiemos de año.
Vidas pachuchas – Enero:
La maternidad humana muta en gatuna y conflicto de vecindario -no podía faltar en un libro sobre desastres sociocolectivos, tan fructífera la caldera de la convivencia forzada entre semejantes-. Vuelve a nuestros oídos la voz en primera persona para retratar con aspereza y angustia una realidad desestabilizada por el falso sentido de adecuación que a veces emiten nuestros actos en pro del prójimo -absoluto eufemismo, por favor-.
Esta versión de la loca de los gatos encuentra en su desenlace otra breve pieza en sí misma arrolladora: puro arte de resolución, merecido aplauso para esa nueva demostración de “más allá literario” que juega con lo que se piensa y no se ve -no se lee- hasta que sucede y te chocas contra ello.
La minúscula nómina de figuras implicadas -vecina protagonista vs. vecina antagonista, el casero y los vástagos paridos del diverso concepto de hijo- actúa de manera similar a como lo hará el triángulo principal del próximo cuento: con dos sujetos activos que regañan, ladran y trastocan y una omnipresencia subyacente a la que se dirige la masa verbal -como autoridad buscadamente compasiva en este caso, como diana de denuncia en el siguiente-. El formato pseudoepistolar que es representado face to face café mediante es ideal para la narración de este peculiar caso de afrenta vecinal. Ese monólogo subjetivísimo de la acusada responde tan fielmente al drama que acompaña taimado cada oración que solo podemos alabar la firme construcción de una voz incomparable con el resto de discursos nucleares. Isabel no se cansa de dotar de índole genuina a cada una de sus almas.
Tener cabeza – Febrero:
Su hermano en brevedad implica la única voz masculina de las doce narraciones. La de un adulto de hoy que fue niño disfrazado antaño -¡qué mediocre jirafa!-. El episodio de infancia contrasta con la actualidad obsesiva de una mujer molestísima con la burocracia empresarial en términos de servicios de telefonía. El sentido del ridículo recorre cada poro y la ironía nos cala hasta los huesos al destapar la ocupación de aquel hombrecillo ataviado con animala torpeza.
Lo que da de sí el ámbito del atuendo extravagante dialoga subconscientemente en términos afines con aquel retrato típico de piscina. Dos formas de trabajar la caricatura -costumbristas, tradicionales, culturalmente reconocibles desde cualquier coordenada geográfica-. El ingrediente histérico es aquí amortiguado con silenciador: la tercera persona retrata el eco ruidoso, estridente de la quejosa madre, pero atenúa -o censura- inevitablemente -quizás desde el cariño- sus notas más altas. Asimismo la propia capa de la maternidad toca ahora una tecla no ubicada anteriormente en el puzle de la relación entre progenitora y progenitado -por cierto: anotamos tres niños confirmados vs. una niña (adulta) + una nieta (adolescente), siendo considerablemente más palpables, vigentes, viscerales las primeras que las segundas-.
El tono no abandona la tragicomedia establecida por su predecesor: Vidas pachuchas reduce la cotidianidad a un fascinante baile de riesgo y empatía. Tener cabeza sube la apuesta hasta la cima del clímax carnavalesco que vomita moralejas para quien las necesite. Y entretenimiento para cualquiera. Son tres cuentos fríos, crudos, estos del cajón invernal. Ya era nuestra estación fetiche antes de leer a Isabel González…
PRIMAVERA:
Dientes – Marzo:
Como si de una taladradora se tratase, la extensión más corta como hilo formal continuado penetra en la siguiente planta del edificio haciendo caso omiso al cambio estacional. Asistimos a otra función minimalista -en largura, actores y escenarios-, que irrumpe con potencia a través de un duelo femenino odontóloga vs. estríper. Recuperamos la primerísima voz narradora en boca de esta última para contemplar una proeza de ritmo, intensidad y celo por abarcar todo el universo en una secuencia que huye hacia delante.
El tridente de dos piezas femeninas y una central masculina será la fórmula para este y los otros dos relatos pendientes de florecer en Primavera. La etiqueta de marido es la impresa en la frente del hombre en este que nos ocupa y en el último de los tres. Aquí es materia pasiva, objeto de polémica y enfrentamiento. Del sillón de la dentista -no hemos hablado de los magistrales títulos de los cuentos, ¿no?- hasta la incómoda postura del club, pasando por una calle que se antoja infinita, ilimitada, en la que se despliega una avalancha de mujeres acusadas indiscriminadamente por puro tic de la afectada. Una mezcla de Un día de furia y Todo a la vez en todas partes -en actitud incendiaria y visión túnel ultrasónica, respectivamente-.
La conclusión vuelve a ser excelsa, en ese equilibrio tan humano entre consuelo y autoengaño, en esa pirueta de ego, proclamación de hembra alfa y marcaje de posesión -ponerle el culo en la cara a él mientras la otra mira, vaya-. La personalidad de la figura protagónica desborda el texto hasta justificar cada discutible capricho de su sombra según se desenvuelve entre renglones. Ah, qué apabullante.
Gracias por no mandarme a la mierda – Abril:
¿Hemos hablado ya de los tremebundos títulos de los cuenPenúltimo mes de la Primavera, de nuestro año natural a contar desde Junio y del soberbio libro de cuentos de Isabel González. La juntera del dúo de amiguísimas en torno al chorbo de turno al que se le atribuye un alto porcentaje de perjuicio rinde aún mejor -dentro del tridente dos vs. uno mencionado antes- cuando el varón es un sujeto activo -opuesto al amante de Juegos reunidos; en realidad, opuesto al noventa y cinco por ciento de los hombres que participan de la antología-. El pedigüeño de bar es una rara avis respecto de su especie de maromos.
No obstante, conviene repartir con justicia el foco: los pantalones de la mujer que porta la voz narradora -la más débil socioemocionalmente de las dos, también la envidiosa dentro del saco de la amistad- bien merecen su cuota de pantalla. Raídos, insistentemente destacados en todos los tramos de la historia, se erigirán como los secretos astros del relato -y la clave decisiva de su argumento-.
El bar es el terreno de juego elegido para una charla de amigas constantemente asaltada por el necesitado hombre -y un excepcional perro digno de contratación circense-. Así se vierten las miserias, los defectos, las cuestiones éticomorales que orbitan una vida castigada por el imperioso valor de la apariencia y la eternamente tratada definición de éxito.
El repertorio sonoro -ya lo advertimos- recluta aquí una cantinela maravillosa que se traduce en un universal una vez la exportamos fuera de su concretísimo contexto. Esa matraca del hombre desgastado fácilmente abandera una plaga de momentos vividos a lo largo y ancho de la obra total -y pincha en nuestras orejas inolvidables recuerdos y desencuentros-.
El remate es uno de los más poderosos: esa terrible contradicción de estados de forma y ánimo retuerce el cuello del lector para darle un sopapo de ‘no estamos tan mal’ -según con quien nos comparen-. La conversión definitiva tras el extraordinario proceso de evolución de los personajes -en especial de esa doble cara de la misma moneda forjada en el aspecto y sus prejuicios- resulta absolutamente brillante. A ver ahora cómo terminamos esto… pero gracias por no…
Esa clase de mujeres – Mayo:
Ah, la delicia final. El grandioso postre tras el atracón. Francisco -que es Francisco y no Fran- y su ansia performativa en la comida con invitados bajo el influjo de esa clase de mujeres como la inmensa Marina Abramović. La última tercera persona -la más panorámica de todas, incluso por encima a este respecto de la operante en Alguien no apuntó bien, que abarca grosso modo la misma cantidad de personajes autónomos que aquí- nos sirve en bandeja una maravilla para nuestro paladar literario: desde el original formato -con geniales integraciones que realzan la propuesta en vivo y en directo- hasta la finalidad extrema, que resulta arrebatadora y el mayor canto de libertad jamás planteado.
El título de este último cuento alude a una clase específica de mujeres -las que provocan la fascinación obsesiva del atrevido protagonista- que desde luego no es conmutable por ninguna otra, pero podemos jugar a robárselo a la autora para emplearlo desde un prisma muy distinto como subtítulo ideal de la mismísima colección de sus doce textos. Al fin y al cabo, Nos queda lo mejor es una fantástica sucesión de historias encarnadas por ellas, por las madres, las hijas, las nietas, las trabajadoras y las artistas, las acomplejadas y las envidiosas, las celosas y las torpes, las heróicas y las cabronas, las admirables y las feroces, las ingeniosas y las histéricas, las valientes, siempre, las auténticas, por supuesto.
Acudimos a la gran actuación individual de un hombre que se eleva, levita sobre referencias artísticoculturales, ejercicios de psicología y enfoque vital, sobre complejos, mensajes subliminales y tabúes que merecen la destrucción. Los preparativos de la escena cumbre desprenden tanto deleite como la propia consecución o más, incluso. La polaridad histrionismo vs. resistencia pasiva y amable gira las tornas para implantarse respectivamente en el ente masculino y femenino por vez exclusiva. Y funciona tan bien.
Hablaríamos mucho más de este excelente y tan disfrutable cuento, pero no deseamos sonar a rellenadores de paja, a alargadores de minutos de lectura añadidos solo por la horrible pena que nos produce deber zanjar una reseña que ha sido tan complicada de abordar como placentera de escribir. Así pues: adiós y feliz Verano.
La singularidad de su voz bien merece esa definición que tanto y con tanta contundencia, sin ambages, se arroja desde los púlpitos de la crítica literaria y la prensa: Isabel González es inclasificable. Lo hemos podido confirmar paso a paso, punto por punto, coma por coma, personaje a personaje, genialidad tras genialidad. Os dejamos con ella, con su voz. Porque aún Nos queda lo mejor.
Altavoz Cultural
Entrevista a Isabel González

Bienvenida, querida Isabel, a Altavoz Cultural. En primer lugar, nos gustaría conocer de dónde, cómo nace Nos queda lo mejor respecto de un primer estímulo creativo que aúne conceptualmente el sentido general de los doce cuentos que lo integran. Asimismo, ¿cómo decides la disposición estructural en cuanto a orden y presentación a través de las estaciones y sus meses correspondientes?
Me cuesta recordar cuál fue el relato que escribí primero, o, mejor dicho, que acabé primero, porque hasta dar por concluso el libro las correcciones se alternan sin parar de un cuento a otro. Pero quizá el primero que arranqué fue el primero del volumen: ‘Frenó, volvió a frenar’.
En cuanto a la disposición por estaciones, lo cierto es que acabé el libro, los conté y eran doce: doce meses: un año. Fue una decisión a posteriori, ¿pero por qué dejé de escribir al tener doce? Misterio. El asunto es que esta disposición en estaciones crea un equilibrio circular y un contraste frente a la insistencia del paso del tiempo y de la finitud que aparece en todos los relatos.
El primer impulso a la hora de escribir fue comunicarme con la gente. Ser menos críptica que otras veces.
¿Cuánto peso específico le atribuyes al componente cómico-humorístico como una de las virtudes de tus cuentos?
Buf. Preguntón. Y riesgo. Porque el humor es complejo. Si quieres hacer llorar es más fácil y además no pasa nada si no lo consigues. Pero si intentas hacer reír y no te sale, pareces imbécil. Y me arriesgué a parecer imbécil por dos motivos. Porque prefiero ser imbécil que cobarde y porque en este afán comunicatorio creo que el humor conjuga, aglutina, reúne a las personas. Un montón de sentimientos y pensamientos dispares se dan cita en lugares inesperados. La realidad ha sido empujada y nos reconocemos unos a otros en estos lugares prohibidos. Intimamos de algún modo. En este sentido, se parece bastante a la poesía. Con un añadido: implica también a la razón.
Nos queda lo mejor transita por temas tan fundamentales como la maternidad, la desigualdad de género en materia de derechos, las relaciones sociales tóxicas, entre otros. Sin incurrir en la conflictiva cuestión del grado de autobiografismo, nos gustaría no obstante conocer si las dificultades, desdichas y «accidentes» humanos que se suceden en estos textos tienen un cierto correlato de raíz concreta a partir de tu experiencia o tu entorno.
Por supuesto. Todo el mundo escribe y vive con lo suyo. Sin embargo, no hay ningún afán autobiográfico. Yo quería que apareciera mucha gente. Un mundo complejo, sofisticado, lleno de ambivalencias y contradicciones. Un mundo interesante en definitiva. Y hablar sin imposturas. Sin hacerme la moderna ni la posmoderna ni la líquida o lo que sea. Sin hacerme la feminista ni tampoco la luchadora contra la corrección política. Sin hacerme la joven ni tampoco la vieja. No sé. Lo que es tener cincuenta años, vamos. Una edad bastante, bastante inquietante. Una atalaya desde la que puedes mirar en todas direcciones.
¿Qué te ofrece el formato narrativo breve que no te pueden ofrecer otras formas de expresión literaria?
A mí, sinceramente, todo. La ironía, el humor, la poesía. Todo lo que amo exige la participación del otro. Y como escritora y lectora es lo que más disfruto. Ese juego que ahonda en el juego, en la perspicacia, en la iluminación, en el descubrimiento, en la sintonía. En la santa madre paradoja. En otros asuntos claro que quiero que me den todo hecho, la declaración de la renta por ejemplo, que me la hagan. Pero temo como al diablo la absoluta literalidad a la hora de escribir y leer. Que me cuenten algo triste que ya es triste por una persona triste y que además me pongan un emoticono de tristeza para que quede claro qué es lo que yo debo sentir. Socorro.
Nos queda lo mejor es inaugurada por Frenó, volvió a frenar, que suena a El hombre y la Tierra. ¿Cuántas voces provenientes de la cultura popular que no has vuelto a escuchar conservas en tu cabeza? ¿Te resultan al menos igual de relevantes para tu proceso creativo que aquellas estrictamente «literarias» o «artísticas» -más identificables con ese concepto tradicional de «influencia»-?
Madre mía. Es increíble la de joyas que almacenamos en nuestras cabezotas. Joyas o patatas, difícil distinguir. Ahora mismo os podría interpretar a la perfección la canción de los dibujos animados del Osito Misha, la mascota de los Juegos Olímpicos de Moscú de 1980. “De un país lejano, llegó una carta para ti, si la muevo suena igual que la felicidad”. Bellísima. A veces no entiendo muy bien qué es eso de la influencia. Parece un pegote cuando es lo contrario. Lo primero que oímos son esas voces grabadas a fuego de nuestra familia, de nuestra gente, de nuestra tele, también los olores y el croar de las ranas y el repicar de la vajilla en el fregadero. Claro que hay ‘influencias’, gente, obras que intentamos imitar porque no dejamos de ser monos que aprenden imitando. Sin embargo, hasta esa ‘imitación’ trabaja con el material básico de la memoria popular.
Esa clase de mujeres es el relato que cierra la antología. En él encontramos la devoción del protagonista hacia la memorable performer Marina Abramović. ¿Cómo de libres crees que somos realmente en términos socioculturales respecto de las posibilidades individuales de traspasar tabúes, estigmas y prejuicios? ¿Consideras que la Literatura es un campo fructífero para la alimentación de la libertad -bien de forma, bien de contenido-?
Posibilidades. Individuales. De traspasar tabúes. Me ha gustado el verbo traspasar. Porque traspasar no es romper ni destruir ni derribar sino abrir una puerta. Crear la posibilidad de ir de un lado a otro. Un canal de comunicación. Y esto es lo que me interesa. La sofisticación humana. La enorme variedad de tipología humana. Física y mental. Entiendo por qué se crearon los ‘espacios seguros’. Necesarios en determinadas circunstancias. Pero prefiero los espacios, digamos, ‘inseguros’ donde tienes que poner en marcha cualidades y procesos distintos que quizá desconocías. La posibilidad individual solo puede crecer en el ejercicio de la acción comunitaria compleja y real.
La literatura produce libertad si se escribe con libertad. Sin censura ni autocensura. Es necesario que haya mierda. Como dice Andrés Barba que dijo Céline en su libro ‘La risa caníbal’: “la presencia de mierda es la mejor prueba del correcto funcionamiento de un organismo”.
¿Cómo ha sido tu experiencia editorial con Páginas de Espuma? ¿Cómo dirías que se integra Nos queda lo mejor en el panorama literaria actual?
Qué os voy a decir. Publiqué mi primer libro de relatos ‘Casi tan salvaje’ con Páginas de Espuma en 2012. Entonces era una editorial discreta, pero es increíble lo que ha crecido y lo que ha hecho con el universo del cuento en España y en simbiosis con Hispanoamérica. Bueno. No es increíble. Son tenaces, trabajadores y gente con muy buen gusto y sensibilidad: me publican a mí, jajaja.
Respecto a cómo se va a integrar ‘Nos queda lo mejor’ en el panorama literario actual, lo desconozco. Pero me interesa más, mucho más, cómo lo va a recibir la gente. La literatura es siempre un misterio. No se sabe cuándo un libro va a despertar esa tecla dormida que necesitábamos que nos tocaran. En todo caso, creo que andamos con necesidad de una esperanza radical, exagerada, grotesca, informe en la humanidad. Somos defectuosos y chapuceras. Y qué. Este libro, como dice la solapa, está escrito para gente que lucha por sus sueños, pero no lo consigue. Es un canto de amor al patetismo humano porque por encima de todas las cosas somos gente patética y enamorada.
¿Cómo estás viviendo la etapa promocional postpublicación, entre entrevistas, charlas, reseñas y demás propuestas en torno a Nos queda lo mejor? ¿Sientes que la obra va a tener un eco determinante en tus proyectos venideros, en tanto en cuanto consideres que se trata de una fórmula interesante para llevar a cabo una continuación parcial, como una «segunda parte», o tiendes a irte hacia un extremo muy alejado para comenzar desde cero?
Además de publicar el libro acabo de inaugurar una exposición de ensamblajes poéticos en la librería madrileña ‘Cervantes y compañía’. Recojo cosas abandonadas y elaboro esculturas con ellas. Con la basura. Sí. Con lo que tiramos. Sí. Con lo roto, con lo perdido. De algún modo es otra forma de escribir que trata de acceder a aquello que la palabra no alcanza. A esa orilla tenebrosa donde la palabra pierde su significado y se vuelve grito, silencio, aullido. Trabajar con la materia exige el uso de las manos y una sumisión a la materia que se relaciona también con lo espiritual.
En cuanto a la otra cuestión, este libro me ha permitido, sobre todo, explorar la capacidad comunicativa y humorística del lenguaje cuando yo siempre me había inclinado más por la deriva lírica, por la sintonía íntima y oscura. Elementos que también aparecen en ‘Nos queda lo mejor’ porque la cabra siempre tira al monte, aunque de un modo más controlado. Le he puesto un cencerro a la cabra, digamos. Y de algo me valdrá el tolón-tolón. Aunque si soy sincera, en general siempre intento hacer lo que no he hecho. Y mi sueño, ahora, es dibujar cómic. Ejem.
Te deseamos todo lo bueno, Isabel. Nos ha encantado leerte y nos quedamos con ganas de más letras esculpidas por ti. Mientras te florecen, releeremos Nos queda lo mejor, pero antes debemos preguntarte, para terminar esta entrevista: ¿qué tienes tú ahora mismo entre tus manos lectoras?
Acabo de acabar una novela exuberante de una amiga, ‘Roja Catedral’, y estoy con dos ensayos ¿antagónicos?, ¿complementarios? Uno de terror, ‘Soy lo que me persigue’, donde se ve con una nitidez increíble cómo el cine de terror habla de las experiencias traumáticas, y otro de humor, del que he hablado antes, de una sagacidad alucinante, que es ‘La risa caníbal’, de Andrés Barba. Acabo de empezar también ‘Pequeñas cosas sin importancia’, de Miriam Toews, y un poemario musical sorprendente, ‘Grunge’, de Andrés Garcia Cerdán. Y ya paro.