Sé que los años

—ahora ya lo sé—

son una suma de lo que resta.

Sísifo y la aritmética del tiempo,

el incómodo peso del final ineludible.

Los inviernos que vendrán

ya conjuran su gélido augurio

en la raíz desnuda de los árboles.

Y yo me arraigo en el frágil temblor de sus ramas.

Soy lo poco de luz que se aferra

al débil gozne del ocaso,

el graznido furioso del cuervo

bajo el raso de perlas tan quietas.

La tormenta que irrumpe rabiosa

y repentina sobre agosto,

pretendiendo hurtar a golpe de hielo

—inútilmente—

el fuego inmaculado del estío.

Pedro Antonio Sánchez Sánchez

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