
-Ultramarinos-
Despejamos la mesa para el aterrizaje de una estrella poética, acaso de una nave espacial con los cristales tintados, de un extraterrestre del verso. JuanAndrésGarcíaRomán es el caminante romántico del sendero alemán, el arquitecto definitivo, el mensajero del presente y del futuro de la poesía. En una edición preciosa de Ultramarinos, esta bomba esparce su polvo de hadas entre una nota del editor Unai Velasco, que presenta el calibre de las manos que tenemos entre los ojos, y un epílogo igual de enriquecedor escrito por una de las más extraordinarias voces de nuestras letras: Rosa Berbel.
Dos macropoemas rematan el libro: Príncipe de la luz …y de las tinieblas después de haber sobrevolado un acantilado mágico, sobre el cual nos encantaría poder hacer pie para así pisar las huellas de sus restos mágicos, de estos destellos de desatada delicia que hacen de Neorromanticismo una obra tan suculenta como inolvidable. Desde el genial poema Sopa hasta ese Tierra en tres actos dedicado a la epiloguista. La velocidad de Huidobro, la ruptura formal y quasiautomática de Ángela Segovia, la salvaje absorción de múltiples culturas artísticas, fuentes y elementos -más o menos exóticos-, un sentido del ritmo, de la supervivencia del lirismo y de la musicalidad por encima de lenguajes y figuras, un abanico de referencias muy diversas, una forma indescriptible, arrebatadora… y una colección de dedicatorias que trazan el diálogo entre la voz poética y la persona que escribe -con todo y todos lo/s demás detrás o al lado-.
Leer a JAGR es como flotar, pero en una acepción digna de la fusión entre flipar de manera alucinógena y elevarte de manera zen, ese es el punto. Trotamos por el mantel de páginas derramando numerosos líquidos: la fascinación, el encanto, la extrañeza, la fantasía, lo grotesco, el hallazgo, el regusto amargo, el asalto escalofriante, la seda. Mucha seda. Su aplastamiento y posterior reconfección del arte escritural le sirve para comunicarse de forma casi indetectable, casi unipersonal, brotando de sus gotas una esencia de código cifrado y arrojado al mar. La llave para seguir su poesía y no estamparse con alguno de los espejos situados en ciertos esquinazos de su laberinto textual está en su misma bibliografía: conocer y tratar, al menos de modo aproximado, la obra del autor, sus inquietudes literario-profesionales, asistir a algunos de sus registros previos y comprender el recorrido de su pluma estrecha la lectura de este manantial irreductible llamado Neorromanticismo.
Podríamos decir que Juan Andrés ya estuvo allí. Es un adelantado a algunas de las técnicas más extendidas hoy por las llanuras de la poesía hispanohablante; maneja y controla los espacios del verso corto, corrido, afilado, punzante, así como los engranajes de la densidad bien estudiada, del escenario sobre el que proyectar las imágenes más espectaculares -comúnmente vinculadas a la naturaleza como lugar general paulatinamente particularizado y a las emociones como intimidad paulatinamente universalizada-.
Su concepción del todo poético es hija de la libertad más pura -y eficaz-: el autor picotea en sus camaleónicas estrategias discursivas para edificar instantes increíbles, de esos que debes releer para extraer el fruto -o el hueso- tras el shock primerizo. Huelga decir que la belleza es el síntoma que más firme se erige desde su trabajo del poema, una escultura, una B gigantesca, que alberga el sabor de la polifonía más atmosférica y del susurro más sombrío.
García Román planta un monumento que recoge el eco de efecto boomerang que había lanzado al aire años atrás, proyectos literarios atrás, incluso épocas atrás: Neorromanticismo se torna imprescindible -como el catálogo de Ultramarinos, por otra parte-. Genera afición y confirme fieles. El deleite está por encima de todas las cosas en una obra que no negocia el entusiasmo más virginal ni vacila en la certeza de su dirección: corazón-cabeza-corazón. Lean al autor y descubrirán vida más allá de sus vitamínicas líneas.
Altavoz Cultural