Por Jorge López Llorente
Alice Oswald es una poeta británica actual de referencia, o más bien la poeta británica actual de referencia, en mi opinión. Destaca sobre todo como portavoz de la ecopoesía, como abanderada de la poesía de la naturaleza, desde que en sus comienzos dedicó un importante poemario al río Dart de Devon (Inglaterra) y trabajó como jardinera. Sin embargo, también representa una corriente alternativa de la ecopoesía, alejada de las tendencias y obviedades, en una combinación de poesía tradicional y experimentalismo que aporta una visión diferente del mundo natural y nuestra relación con él. Regenera la ecopoesía dándole voz a la naturaleza, sin imponer nuestras historias humanas sobre ella, sino dejando que coexistan ambas o incluso que predomine el canto de lo natural sobre el vocerío humano y urbano. Esta renaturalización de Oswald puede parecer algo tradicional, con la añoranza de un pasado en el que nos sentíamos más unidos a la naturaleza, pero resulta radicalmente original. Contrasta con la actitud quizá más política de muchos ecopoetas más jóvenes, que se centran en la crisis climática desde el punto de vista del peligro que supone para la sociedad humana. Pero también contrasta con las odas a la naturaleza de los poetas británicos clásicos, como los románticos Keats o Coleridge, que usaban los paisajes naturales o los animales como el ruiseñor para proyectar su turbulencia sentimental, o como el barroco Andrew Marvell, que se solía fijar en jardines u otras zonas naturales controladas como mero escenario para reflexionar sobre problemas humanos. Oswald acaba siendo más salvaje y refrescante que todos ellos.

En Bosques, etc., uno de sus mejores poemarios y el último en ser traducido al español (en Pre-Textos), Alice Oswald demuestra más claramente que nunca que la naturaleza es lo más importante. Se toma literalmente la idea de dar voz a animales y elementos naturales, vivos o inanimados. A lo largo del poemario, presta su voz en primera persona a unas aves en Bendición de Ave Marina, a una semilla en Una Semilla Voladora y a una piedra en Autobiografía de una Piedra. Las aves marinas piden nuestra atención más elevada («rezad por nosotros cuando luchemos / contra el viento»), pero sobre todo piden sitio en la naturaleza, rezando a su propia manera («oh mar no nos dejes de lado»). La piedra, más machacada e ignorada, en lo más terrenal, también conserva cierto orgullo en su personificación, «sobreviviendo a la tierra y / guardando mi don en la oscuridad». Cuando cambia a una descripción más lejana en tercera persona, Oswald también celebra de cerca la primacía de la naturaleza en todo su esplendor. Comienza el libro con Poema Marino, cuya primera línea ya nos sumerge en «qué es el agua en los ojos del agua», en el simbolismo interno del mar, «agua profundamente en su propio mundo», cuya fuerza «puede romper vidrio o hundir acero / pisoteando a los ahogados dentro abajo», destruyendo humanos y sus artefactos, solo igualado por su reflejo en el cielo natural («qué es la belleza del agua / el cielo es su belleza»). Incluso algo más frágil como una hoja tiene su propia personalidad que desafía a nuestra lógica humana en el poema Hoja: tiene una vida paradójica, en «el latido de la madera muerta», y una identidad, un «yo provisional, inexplicable / en el aire».
Oswald tampoco ignora la presencia humana en Bosques, etc., donde hay varios personajes humanos, pero siempre nos deja en un segundo plano, como una pequeña parte más del mundo natural. Recuerda la historia del guardabosque Clifford Harris en Fantasmas de Árboles, pero se centra en el lamento por la desaparición de las ardillas rojizas y de los árboles talados en su zona. Estos perduran más que el hombre, ya que «¡el fantasma del árbol flota en el aire!», imbatible. Además, Oswald homenajea a estos árboles con versos a pie de página casi
igual de largos que el poema sobre su desaparición, personificándolos y escuchándolos, ya que «el tartamudeo de la madera no interesa al leñador». En esta línea, en el único poema sobre Londres, Otro Puente de Westminster, nos invita a fijarnos en la belleza salvaje del río Támesis en vez de los grises edificios. No toda presencia humana es negativa, pero sí insignificante, plenamente absorbida por la naturaleza, como en el poema titular. Allí Oswald se imagina dando un agradable paseo por el bosque, donde su voz en primera persona es el mero «etc.» en Bosques, etc. y sus pisadas «van al unísono con la cambiante posición / imaginaria del sol». Así está sujeta al pulso natural, rimando a medias los versos que acaban en su «mente» o «cuerpo», pero reservando la rima completa para «crecientes / bosques». La naturaleza florece hasta en las estructuras de sus poemas, que actúan como soportes de bambú para plantas, flexibles pero firmes.

En Nadie, su último libro de poesía hasta la fecha, Oswald parece cambiar su enfoque a la mitología griega, su otra gran pasión, pero no pierde de vista la importancia del medio ambiente, sino que lo hace aún más imponente si cabe, por encima de las historias mitológicas humanas. En Bosques, etc., ya dedicó poemas menores a Sísifo, para quien «toda su perspectiva es piedra negra», y a las danaides, esclavas del agua, como humanos sometidos a caprichos del mundo natural. En Nadie, los personajes mitológicos humanos pierden hasta la identidad bajo el dominio del mar, el verdadero protagonista. Sus historias, «volando al viento, dañadas por el agua», fluyen sin puntuación ni nombres ni muchos detalles personales ni históricos, diluidas en un flujo de conciencia ambiguo y anacrónico. El mar lo es todo. «Todas sus historias acaban / en alguna parte / en el mar». Cuando un personaje se adentra en el mar, no ve su reflejo: «no soy yo solo es el morado oscuro» del agua. Otro se da cuenta de que «la arena tiene cada pizca de mí / en marea baja y olvidada inmediatamente». El mar, en sus «comienzos sin fin», es la máxima expresión de la naturaleza en su potencia destructora y sanadora, frágil y resistente, como «un tipo de nube […] / hecha de nada y aun así sobrevivirá a todo». Lo representa todo, desde las construcciones humanas (en «catedrales de olas») a todos los otros elementos (tierra, fuego, plantas, animales, humanos, plásticos…), hasta que «pestañeó en miles de ojos autobservadores», como una verdadera deidad mítica, consciente de sí misma y de nosotros, más allá de Poseidón. Así nuestras historias y nuestra contaminación se disuelven en la historia del mar; nosotros estamos a su servicio y no al revés.
Nadie debería dudar de que la poesía de Alice Oswald es poderosamente bella, pero quizá podría decirse que no es tan eficaz como ecopoesía, ya que no tiene tanto impacto político o social de cara a la lucha contra la crisis climática, es verdad. Aun así, va más allá de la «concienciación climática»; llega a la raíz de nuestra alienación actual de la naturaleza. Nos obliga a valorar a la naturaleza por sí misma, no desde nuestra perspectiva de necesidades sociales o económicas. Nos acerca a ella, en vez de podarla y adaptarla para que se acerque y nos sirva a nosotros. Y eso debería concienciarnos aún más profundamente.