Iván de la Nuez
-consonni-

Menudo viaje resulta ser Posmo, un verdadero ejercicio de lucidez literaria del genial Iván de la Nuez para retratar una circunstancia tan insólita como insondable: morirse sin esperarlo, ser informado de ello y comenzar a vivir teniendo en cuenta tan pequeño detalle. La distancia que le permite adoptar a nuestro protagonista en primera persona tan peculiar situación es la mayor de las distancias: la de ultratumba, la del muerto viviente, la del espectro fantasmal de carne y hueso que pasea por las calles. Y observa. Y escruta, con su propio filtro de conciencia crítica entre sombras legales, entre trajes necrológicos.
Del SOS al SMS, cincuenta y tres cortes, como pedacitos o trocitos de un puzle de extensión muy loca, con un total de páginas que roza con las uñas la centena y media, una prosa fascinante, llena de trucos, brota tras la cita introductoria -y premisa encubierta- prestada de Antonio Benítez Rojo: “Morirse es buenísimo”.
Ubicada la acción en la primera línea del texto en enero de 2015 en La Habana -de La Habana para el mundo, de 2015 para la vida-, el autor cubano desarrolla un nuevo matiz del concepto de ‘autoficción’ bajo el manto de la modernez del término ‘posmo-derno’ como lugar común y disfraz morfológico que sin embargo contiene ‘post mortem’. Ahí, justo ahí, arranca su sentido lúdico, que es afilado y se mueve en un constante zig-zag, asaltando latitudes y longitudes aquí y allá, en un marco humorístico total como mejor método para enarbolar la queja, la feroz protesta en cuanto a tan diversas cuestiones de golpe sociopolíticocultural.
consonni fabrica un libro cinco estrellas en el que la voz de de la Nuez es la irrepetible super-star. Múltiples referencias socioculturales actúan como densos pinceles del retrato parido tras esa conciencia modificada, una visión que atraviesa conflictos, tumbas y personajes de película y enlaza con estilo e ingenio hasta los títulos de los “capítulos” -entre muchos otros recovecos de desparrame juguetón lingüístico.
Dos lecturas, como álbumes lejanísimos y no obstante mínimamente interconectables, explotaron en nuestra psique en un intento brevísimo de acondicionar nuestra mirada antes las letras que se sucedían en Posmo, bien por el asunto “resurrectivo” que toca lo emocional y lo corpóreo, bien por la voraz manera de fotografiar la realidad histórica con palabras; a saber, respectivamente: Et si c’était vrai… de Marc Levy y Las hipnopómpicas, de Luisa Miñana.
Así, hasta ese mensaje amigo (¿Estás vivo?) que concluye tamaño viaje, hallamos un collage andante, fruto de un Iván de la Nuez de profesión devorador de estímulos, relaciones, conexiones, datos, mantras, materiales y caricaturas. Para leer con los pies estirados sobre algo cómodo y estirar a su vez los dedos.
Tal impresionante recorrido no obvia la delicada desgracia humana, es igualmente muy político, también muy literario, pegado a la sociedad actual, a su consumismo, a las calamidades como guerras y pandemias. Sus tramos arman un ensayo que no te lees, te bebes, a pesar de su densa -en el más admirable de los sentidos- cantidad de información. Y pensar que todo proviene de un error…
Posmo es una obra crudamente hilarante, con capa ajustada de elegancia y sutileza que cubre una tremenda realidad fotografiada a cachos, a ráfagas, a lo largo de la cual no cesas de proferir un entrañable “qué genio, qué genio”. Y entre genio y genio una cordillera, una cosecha, una mina. Ojalá se comercializaran los ojos de Iván. Inmortalidad para él y para su obra.
Altavoz Cultural
ENTREVISTA A IVÁN DE LA NUEZ

Bienvenido a Altavoz Cultural, querido Iván. ¡Enhorabuena por Posmo! ¿Cómo surge la idea de escribir la obra y cómo fue su proceso creativo a partir de ese germen?
Muchas gracias por la felicitación y el interés. El origen de este libro se remonta a principios de 2015 en La Habana, donde me fue entregada una tarjeta de defunción a mi nombre expedida por los Servicios Necrológicos de la funeraria. Este horror, atribuido más tarde a un “desliz burocrático”, se destapó cuando fui a dar de baja a mi padre, fallecido unos días antes, de la Libreta de Abastecimiento: cartilla cubana de racionamiento alimentario que, por razones obvias, él ya no necesitaba. A tal efecto, llevaba conmigo una tarjeta de cartón amarilla que me habían entregado en la funeraria para acreditar su deceso y que yo, desbordado por las gestiones mortuorias, ni siquiera me había detenido a leer. El caso es que, apenas entregarla, la funcionaria me avisó que mi trámite era misión imposible: “Mi vida, mi amor, ¿tú te has fijado bien quién es el muerto en este documento”? Así que, una vez apaciguado por el “mi vida” y el “mi amor”, me detuve por primera vez en aquel papelucho. Y allí estaba todo claro en su sepulcral secuencia. Nombre del fallecido: Iván Ernesto de la Nuez Carrillo. Fecha de Fallecimiento: 6/1/2015. Causas de la Defunción: -o-. Tomo: 34. Folio: 599. El muerto era yo. Pero, después del shock inicial -¿cómo se puede salir de este país por el aeropuerto estando muerto, qué mente enferma es capaz de fraguar una broma así, cómo “volver” legalmente a la vida?-, se me ocurrió que ese documento no era un mal pasaporte para atravesar la época posterior y esquivar sus problemas saliendo lo más ileso posible. Una vez que estás muerto, ¿qué más te puede pasar? A partir de ahí, y ya metido en mi papel de fantasma, me dediqué a atisbar este mundo como si estuviera en “el otro”. Y, de ahí, salió Posmo.
El recorrido por zonas culturales, espacios sociopolíticos, microuniversos plagados de referencias cinéfilas o literarias… es apabullante, delicioso. Te preguntaríamos tantas cosas a este respecto, pero vamos a romper la baraja: ¿cuál es la película favorita de Iván de la Nuez? ¿Qué canción pondrías como banda sonora a Posmo? ¿Qué libro ha marcado especialmente tu vida desde 2015?
La película que más he visto es Fitzcarraldo, de Werner Herzog. En cuanto a la música, como en otras cosas, soy omnívoro. Así que la banda sonora de Posmo sería una mezcla entre In a Sentimental Mood, de Duke Ellington, con Moscow Mule, de Bad Bunny; aderezado todo eso con el ruido ambiente. En mi vida post mortem, que empieza en 2015, ha habido muchos libros, pero romperé mi lanza por una obra descomunal a la que se le ha prestado poca atención (como era de esperar, por otra parte) en este país: Wittgenstein, los gitanos y los flamencos, de Pedro G. Romero.
Posmo reinventa de modo ciertamente particular el manido concepto «autoficción». ¿Dónde sitúas los límites entre la biografía y la ficción y de qué manera te sirve ese espacio difuso para construir un discurso crítico?
A riesgo de parecer soberbio, creo que no le debo nada a la autoficción y que, además, no la cultivo. He usado la primera persona desde los años ochenta del siglo pasado. En mis libros esto se ha dado unas veces de manera intermitente –La balsa perpetua o Fantasía roja-, y otras veces haciéndola percutir en toda la narración, como sucede en El mapa de sal. El motivo por lo que lo hago no siempre lo tengo claro. Pero, evidentemente, algo tiene que ver con la angustia de encontrar una escala en mis ensayos, que a menudo se limitan a preguntar por el lugar que puedo tener o no tener en un mundo que me desborda por los cuatro costados. También tiene que ver con una experiencia colectiva en la que se amalgaman de manera radical comunismo y cultura occidental, así como la intención política de enfatizar una doble disidencia con los dos sistemas que se pelearon por el destino del mundo en el siglo XX y que, a estas alturas, me parecen fracasados.
¿Qué imagen consideras que exporta Cuba al resto del mundo hispanohablante actualmente y cuál crees que debería ser, en tal caso, la que exportara en lugar de esa? ¿En qué punto dirías que se encuentra su ámbito cultural?
En mi libro anterior, Cubantropía, me inventé ese término con la intención de zanjar de una vez y por todas que Cuba, para mí, es una energía y no un Estado o una patria fija. Esa energía no siempre aparece de la mejor manera, sino que, por el contrario, es tremendamente voluble y, algunas veces, incluso negativa. Tal como la siento ahora mismo, os diría que la imagen que Cuba exporta me parece desfasada, con un lenguaje panfletario en lo político y estereotipado en lo cultural. Por lo general, ese lenguaje es altisonante, hiperpatriótico y unívoco hasta extremos infumables. Y todo eso con un Estado comunista que no acaba de asimilar que está obligado a gobernar una sociedad que ya es postcomunista. Un gobierno que tiene a bien inocular unas buenas dosis de capitalismo, pero no de democracia, y que prefiere ampliar la represión antes que la representación. (En Cuba la Asamblea Nacional sigue votando unánime a estas alturas de 2023).
Dicho esto, claro que me gustaría una imagen diversa (y diversionista) que, en primer lugar, no tuviera esa “exportación” como destino, sino que reflejara el talento distinto y rompedor de tanta gente cubana que no se valora en su justa contemporaneidad en estas culturas de servicio marcadas por el estereotipo en las que estamos atrapados aquí, allá y, como puede leerse en Posmo, hasta en el “más allá”.
¿Cómo te sienta el traje editorial de consonni?
Cuando me pongo el traje de consonni y me miro al espejo me veo con treinta años de menos y lleno de energía. Es como ese traje de Jackie Chan que le da poderes en una película bastante friki. De hecho, nos estamos planteando con las editoras firmar los libros que saque con esta editorial como Jackie Chan de la Nuez.