-CÍRCULO ROJO-

María Peñafiel de Blas tiene muchísimo que ofrecer al panorama literario. Es un hecho, no una promesa ni una pretensión. Su obra Kinesfera alcanza su segunda edición bajo el sello de Círculo Rojo con una capacidad de transmisión, una complejidad técnica y una belleza coherente que lo mínimo que puede lograr es colarse entre tantas y tantas manos ansiosas por descubrir un universo propio atravesado por el talento y la buena labor escritural. Nuestro director jefe debutó bajo el mismo sello con su obra Rimas, relatos y tonterías. Incluimos este detalle para añadir énfasis al aplauso al trabajo de edición que hemos vuelto a ver en el caso que nos ocupa tantos años después. Enhorabuena, por tanto, a casa e inquilina.

Kinesfera es, decimos, complejísima. Habita entre la concepción física de la poesía hecha carne y la delineación espacial del yo y su entorno. Es un brillante experimento y una propuesta suculenta, plagada de alicientes ajenos a lo convencional.

Hallamos una doble introducción que sitúa perfectamente el tono al que nos referimos: se nos presenta el concepto y se nos escupe un prefacio autobiográfico feroz: hemos conocido en dos toques a María y sus intenciones. Cinco movimientos se abren paso sucesivamente antes nuestros ojos para desarrollar una medida representación del proceso vital desde la propia conformación del espacio unipersonal y su interacción con otros. El ejercicio de comprensión es atrevido y hermoso: la poesía es deformada a servicio del mensaje y su sorprendente concisión. Entremos en su kinesfera.

Los Movimientos:

El primer estadio que abordamos es el del aprendizaje de los límites y el mecanismo que implican la creación del espacio vital. Ya en esta primera parte apreciamos un detalle elevado: la elección del título de cada composición: desde un Autorretrato -que viene a estirar la presentación en primera persona- hasta un En el ring, al cual llegamos después de mucha Intensidad y de apreciar un Baluarte. No resulta menor la armonía que absorbe las influencias de la autora y su propio sello de identidad, que en este primer escalón dibuja el doble plano vital-poético conforme pasamos las páginas -el broche ideal es la declaración de la procedencia, la fuente citando a la fuente en su versión más milenial, en su alter ego María Caos, en su yo más cotidiano que no tenía aún reflejo elaborado en formato libro-. Ya han aparecido también las ilustraciones, los dibujos que interludian los bloques textuales para acompañar, incluso ampliar ciertos significados. Disfrutamos.

El segundo movimiento es inclusivo ad infinitum: no se limita a la estrechez de lazos en el sentido más elemental, sino que dibuja un recorrido sublime desde el canto La luna es nuestra hacia un receptor tan amplio como la amistad, la sociedad, el ámbito de la inspiración descansada sobre el otro y, por supuesto, la desdoblez del ego: los cameos de María Caos se vuelven frecuentes. La melodía funciona a las mil maravillas y el abrazo

inicial termina en “apretujón”. En este segundo nivel ya hemos palpado la osadía, el descaro expresivo de la poeta. Sí, habéis leído bien: María Peñafiel es poeta. Y después, escritora.

El tercer movimiento concluye un círculo de tonalidades altamente relevante para el grueso de la interpretación final: las sombras rematan lo que es María, lo que puede ser María y lo que ha sido María; son humo, guerra, despedida, deriva… desde esa última parte del puzle. Estas sombras -cargadas de rabia, melancolía y dolor- son el complemento de la linterna interior del primer bloque y del foco poderoso que busca impactar contra el tú en la segunda etapa. A partir de aquí es cuando la creadora y la creada son una y caminan hacia el exterior más auténtico, real y salvaje. Destacamos la capacidad para la introspección combinada con el vómito; todo un arte.

‘Observando alrededor’ es el encabezado del cuarto y penúltimo movimiento: se desata con un espléndido Animales para galopar hacia una explosión de oscuridad y extinción. Estamos ante la prueba poética del negro sobre rojo, ante esa pérdida de conciencia en pro de la salvación. La autora demuestra en este tramo su honestidad más ácida y una madurez intelectual arrolladora.

Termina María dedicándose un baile que contemplamos todos: cada paso es hacia el triunfo, pues así discurre la obra: hacia una cima dorada. Sus transiciones son milimétricas y no deja nada al azar en una estructura excelentemente planeada. Nos da tiempo a recular, aborrecer lo pretérito antes de encaminarnos al destino, así como a oler ciertos rincones cuya fragancia nos ha construido desde el brillo. Se mencionan los sueños y se pisa, firme, el suelo que los vertebra. El epílogo es un gran tesoro con una muy apropiada puerta de entrada en forma de cita.

Los Regalos que nos hace María Peñafiel de Blas:

Dentro del cofre que esconde la cámara del tesoro hallamos tres textos inéditos como extra, los créditos de las geniales ilustraciones y algo que nos ha conquistado por defecto profesional: ¡una bibliografía! María nos invita a continuar conociéndola, a través de sus próximos proyectos -sutilmente sugeridos en esos inéditos-, de sus fuentes y conocimientos, de sus inquietudes -materias que constituyen Kinesfera, sea física, arte (el dibujo) o biología- y de sus reflexiones. ¡Queremos más!

Desde aquí deseamos hacer un llamamiento a colegios e institutos para que integren esta obra en su catálogo de lecturas.

Altavoz Cultural

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