Queridísimo Vicente:
Te escribo con las manos libres,
desde la altura que supone dejar las armas entre los tobillos
desde el interior de un avión con zapato de refugio.
Te escribo desde la tirolina que supone escuchar a Lorca de tu boca
o con las piernas temblorosas de una niña que quiere conocer los ojos de aquel preso que se fue con más heridas dentro que fuera.
Hay sillas con patas acortadas y barnices que lo protegen todo, menos la mirada. Y, aun así, aquí seguimos, aprendiendo a querer más fuerte que bien y durmiendo en cada veta de turquesa esperando que la saliva se convierta en agua porque la memoria ya no corre.
Tenemos mucha sed, Vicente. Mucha. Y hambre. Pero nos seguimos alimentando del aire profundo que otorgan las pieles aladas con sabor a rima asonante. La gente sigue dejando sus países y ahora hay bombas que implosionan hacia dentro.
Y mientras los pájaros volando, cerrando fronteras en cada sacudida de pluma.
Eres el ejemplo para mostrar al reloj que la libertad de pensamiento viene del verbo conocer, que se conjuga sin miedo y con colores vivos. También sé que engulliste a Freud con toda la calidez que nace de la mezcla entre el rojo y el amarillo y que no te cansas de ponerle la tilde a los nombres con riesgo de olvido.
Se sigue pintando sobre pared, Vicente. Y denominando contemporáneo a todo aquello que podemos tocar. Hemos vuelto a fabricar papel con las manos y a cantar en bancos por la ausencia de una voz con guitarra afinada.
Seguimos luchando, Vicente y enseñando la fuerza de la x en mitad de un apellido que nos da el petróleo suficiente para el movimiento de estos barcos.
Eres arte en vivo.
PD.: gracias por acompañar con las manos esos ojos que se cerraron antes por exceso de bala y falta de lógica.
Eres arte en vivo y cinético. Hoy y siempre.
Altavoz Cultural 