Querido Mario:
Hay lenguas afiladas ahí fuera bailando a poca distancia del Credo absoluto. Hay cierta comodidad en la fe que hoy se predica, pero tampoco me alejo mucho de tu nombre si te digo que tu voz es una cantera de respiro.
Hemos pasado por mucho, pero sigo poniendo tu acento a la definición de dulzura y esa doble T a cualquier creyente que me habla de lo eterno. No dudo en absoluto del encierro de la vida entre las tantas arrugas de tu risa o los reflejos en pleno atardecer uruguayo.
Hay perfil en manos que a veces se juntan para mirar mejor de frente. Y me apuesto las consonantes de este texto que tú tuviste mucho que ver.
Te propongo un trato: yo te miro entre los dedos de las manos que se balancean para intentar construir cortinas y tú prometes no dejar nunca de elevar los pupitres de aquellos que todavía están aprendiendo a contar una historia. Te mereces cualquier antología viva que no desvíe el foco al escuchar tu nombre. Sin alzacuellos que dividan y clasifiquen las letras por miedo al ansia del encarcelado o a la migración de cualquier ave descarriada.
Porque te diré varias cosas: no existen los santos inocentes ni las aves descarriadas. Credos hay más que uno y es muy fácil quererte a primera vista.
Gracias por la no-rendición. El olvido está lleno de memoria y ésta, de ti.
Atte.: los que nunca cesan en el interior de tu nombre.

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