Traducción de Pilar Ramírez Tello

 Gemma Files aterrizó en nuestras manos en 2017, cuando tuvimos el placer de leer Experimental film gracias a la magnífica traducción de Elisa Rivera para la fabulosa edición de La biblioteca de Carfax. A Pilar Ramírez Tello la leímos mucho antes: cristalizando para nuestros ojos hispanoparlantes voces tan admiradas como las de Matheson, Asimov o Clive Barker. Resulta espeluznante -en el más grato de los sentidos- darse cuenta, con la conciencia ya afilada, de cuánto tiempo te ha acompañado en silencio Pilar. Ahí estaba ella. Podían estar otros escritores, con otras obras. Pero ella permanecía. Ella ha estado siempre muy cerca, y en una etapa tan relevante como la de las primeras lecturas elegidas libremente. Al haber comprobado uno a uno los títulos que atesoramos de todos cuantos llevan su firma hemos hecho dos cosas: erizarnos sobremanera y meditar que cualquier elogio que podamos verter hacia su trascendencia será ridículamente insuficiente.

        Hoy se unen ambas, como hermanas de sangre negra: Gemma y Pilar, Files y Ramírez Tello, para provocarnos una nueva cascada de horror, escalofrío y calidad literaria de tantísimos quilates. Gracias a La biblioteca de Carfax por bendecir este matrimonio. 

        El volumen consta de una Introducción realizada por la propia Files y una selección de siete relatos de la autora hecha por ella misma y datados originalmente entre 1998 y 2016.

Leemos la Introducción con Down In It, de Nine Inch Nails, de fondo, pues es la BSO natural de la literatura de Gemma Files. Seamos inmersivos desde el principio..

        La autora nos presenta su propia concepción del Terror como práctica artística domesticada, una vez chocada -sirva el doble juego con ‘shock’ y terapia de choque- y digerida para ser “cagada, convertida en otra cosa”. La asunción de este enfoque es intrínseco a su visión vital: Files recorre a saltos diversas etapas de su existencia desde la óptica de la perdedora, de la rara, de la ajena. Su relato nos permite situar obsesiones, filias y fobias que desde luego podremos captar con todos los pelos en el desarrollo de sus cuentos. 

        Pero esta Introducción es también uno de los cantos al género de Terror más viscerales y obligatorios para sus amantes y, sobre todo, para sus detractores que hayamos leído jamás. Files nos habla de miedos y de cómo sufrirlos en primera instancia para acabar absorbiéndolos hasta forzarlos a ser parte de nosotros. Es ni más ni menos que una lección de vida, aplicable a cualquier adversidad, conflicto o situación extrema, en la que tengamos que demostrarnos realmente de qué somos capaces. Este ‘manifiesto’ es hermoso desde su rotunda honestidad. 

        Asimismo, hallamos en estas palabras la justificación de la antología que vamos a disfrutar: Files desea compartir con sus lectores una muestra de su carrera como escritora de historias fantástico-terroríficas, una que permita exponer un espectro temporal lo suficientemente rico como para poder completar el dibujo analítico de su pluma desde un continuum progresivo, que nos invite a descubrir el mantenimiento de sus temas, recursos y símbolos más recurrentes, a tratar su obra como un todo dinámico y grueso, plagado de capas y miradas; Files quiere que -desde un grado más o menos atenuado de sufrimiento- la escrutemos a ella, la conozcamos mejor, la revelemos como algo que, también y por fin, se convierta en parte de nuestras almas. Qué colosal regalo.

        Los viejos huesos del emperador

Abrimos el paquete en los restos de una Asia de postguerra, con una primera persona que nos habla igualmente desde sus restos infantiles. Es el pequeño y abandonado Tim, que evolucionará extraordinariamente a partir de su por entonces iniciada relación con el otro enorme personaje de la trama: la salvadora Ellis, personificación máxima de la cita introductoria del relato sobre la vida resumida en comprar y vender -en el más amplio, amoral y complejo de los sentidos-.

Estamos en la casilla de salida de 1941 en la mancillada Shanghái. Ellis y su protegido sobreviven al caos mediante un régimen jerárquico de cima en ella y base en él. Cuando esa distancia se lleva al extremo, en las ‘ventas’ del pequeño Tim, el pozo de rencor dulce, de amargo agradecimiento, comienza a cavarse en el alma del ‘chaval’. Este flashback inaugural será recuperado en dosificadas gotas a lo largo de la narración y servirá para detonar ciertas emociones revertidas, ciertos recuerdos monstruosos que engordan una suerte de venganza, y, por supuesto, repiquetearán nuestras sienes con la palabra ‘abandono’ subrayada con tinta gruesa.

Tiempo y espacio se dilatan inmensamente para abarcar el progreso de la historia, que flota hasta el presente 1999 en Misuri. Tim es hoy el señor Darbersmere y organiza presentaciones de sus libros, de sus “memorias de infancia” -se trata de uno de los mejores juegos metaliterarios de toda la antología de Files-, en lo que entendemos como un perfecto ejemplo del carácter volteable del propio cuento. Hacer del dolor oportunidad, hacer del daño aprendizaje, hacer de la desdicha beneficio. Todo cocinado con una ambición anticipatoria escandalosamente terrible. Por su parte, Ellis es ahora la señora Munro. El especialísimo plato de los viejos huesos del emperador será el vértice de unión final en el horizonte del definitivo ciclo de su relación. Destacamos asimismo el rico ingrediente tradicionalista de cuanto rodea al ansiado rito, desde su finalidad hasta su proceso. Estamos en otro mundo y pocas culturas como la asiática nos ofrecen estos viajes.

Algunos secundarios de lujo sostienen con vigor la acción más visual de la trama. La señora Munro es tan superviviente como Ellis Iseland. Los detalles físicos retratados por la pluma de la autora son exquisitos: los personajes se asumen veraces, autónomos en la construcción de su vida y fuertemente definidos en concepto de identidad. La voz narradora es parte indispensable de esa impresión: Tim Darbersmere es mucho más inocente, tierno, frívolo, abominable desde su discurso y sus aledaños mentales deslizados en público.

Esta obertura a la obra de Files es quizás una gran canción de amor eterno, una obsesiva lucha contra el trauma de la soledad precoz, casi ósea. También podría ser un western orientalizado, con toda su pasión por la revancha y su constante arrastre de un pasado particularmente latente. O podría ser una grandiosa llave a un imaginario trufado de recursos lúdicos, símbolos orgánicos y sagrados e impactos gráficos que hacen temblar los fragmentos como un seísmo. Preparamos casco y botas.

        Little Ease

La historia de la expresidiaria y hoy exterminadora / controladora de plagas Ginevra Cochrane se consagra como nuestro relato preferido. Su último reto aniquilador se llama Proyecto de la calle Dancy. Su obsesión -oníricamente potenciada- por las puertas, nacida en la cruel leyenda de Little Ease. La más maligna antagonista de la antología: la “señorita” Parlanchina. Confluyen estos tres tabiques en un férreo conglomerado tenebroso. 

Con la  teoría del lenguaje de los ángeles como sombra de cada nuevo paso, el hallazgo escondido en estas páginas compite por el premio al más execrable y sórdido de todos. Como será costumbre a lo largo y ancho de esta colección, Files se muestra ciertamente diestra en la transición entre el escenario -en sentido amplio: contexto, pasado de la protagonista, rasgos más introductorios- primigenio y el resultante, en el que se desenlaza todo el nudo, posterior a la tormenta de acción. Logra atraernos sin siquiera haber destapado los regalos más horribles. La historia de Ginnie ya era poderosa antes de su corrupción. Otro punto fuerte de la autora es, precisamente, su imprevisibilidad: siempre guarda unos cuantos grados más de escalofrío en el desván, por más que intentemos adivinar el motivo y/o el modo de la terrible eclosión final. La propia naturaleza de la pérfida señora Parlanchina es una bomba de relojería. Quizás estemos ante el más prototípico caso de heroína vs. villana. Y nos encantan ambas. 

La localización elegida para el desarrollo de la misión desinfectante es el primer acierto. La rápida aparición de la mujer con más secretos que certezas también causa un efecto de esos que en cine llevaría aparejado un ruidito agudo en el hilo musical, como señal de destino truncado. La valentía y la persistencia de nuestra heroína arrollan estilo bulldozer cuantos obstáculos se le ponen por delante hasta dar con aquel zigurat. A partir de entonces las paredes de la narración, como las paredes que mentalmente teníamos forjadas del imaginario, como las propias paredes / estructuras del entorno físico se desvanecen hasta el vértigo y la náusea. La mezcla de angustia, asco y desorientación es genuina.

La vetusta reproducción de la insigne celda británica es apenas el cofre del tesoro -recordemos: lo de querer conformarnos no funciona con Gemma Files-. Lo onírico baja de la cabeza de Ginnie para posarse sobre nuestros ojos como algo tan insondable… Tras el grito ahogado disfrutamos del crudo enfrentamiento entre Ellas, tan desgarrador que ni siquiera lanzamos la broma del posible parentesco entre Parlanchina y Bob Purefoy –Todo ángel– con la suficiente convicción. Se sucede la terrible calma tras la explosión de violencia -otro mecanismo atribuible a la genialidad autoral- y nos fundimos a negro lentamente, agotados, aunque contentos por Ginnie y desprendiendo nerviosa piedad hacia esa… ¿cosa?, ¿criatura?… ¿Genie?

A su aliviadora huida le sucede una especie de epílogo que abraza las propias palabras de Files en su Introducción: la nunca-más-exterminadora reflexiona acerca del misterio, la oscuridad -leitmotiv del texto, acaso de la presente antología- y el mundo como campo preñable de horrores, espejos cóncavos y raíces podridas. Ginnie pisa el acelerador y vuela.

        Ajuar funerario

Despertamos en Canadá por primera vez, a los pies de un prodigioso hallazgo arqueológico mucho menos fallecido de lo previsto y deseable. Si acudimos a la receta, este magnífico relato es una compleja miscelánea del horror más sobrenatural, la dinámica aventuresca que tanto le gusta proponer a la autora -siempre maquinando viajes, expediciones, encargos, cacerías…- y una vasta clase magistral sobre Historia, Antropología y Esoterismo. 

El triángulo protagónico básico lo conforman la doctora Begg, la científica Huculak y le becarie Aretha Howson. Muy dispares conflictos salpican a las dos primeras y a ellas -y el resto del grupo de mujeres- vs. el personaje de Aretha. Por una parte, ciencia vs. espiritualidad o, tal vez, más o menos fe además de riguroso cientifismo. Por la otra, una peliaguda cuestión de género, identidad y propio origen de la presentada como ‘ella’ en el programa de voluntariado.

Semánticamente, es difícil no rendirse ante la posibilidad de estar frente al más magnánimo repertorio de sentencias, frases dignas de tatuaje o lemas inmortales; citemos dos particularmente relevantes para el devenir del argumento: “A veces los monstruos no son metáforas de prejuicios, de mayor o menor poder. A veces no son más que monstruos”. Y: “Todas las tumbas son nuestra tumba”. Por otro lado, el texto contiene la nota al pie más extensa de la antología, en la que Ramírez Tello nos explica el concepto de las residencial schools canadienses y su oscuro y perturbador trasfondo histórico-social. 

La arquitectura del texto es sublime: el bagaje cultural que explota aquí Files para elevar a esos niveles las diversas discusiones que trazan la ruta de la historia es fascinante; los diálogos, amparados en la solidez de unos personajes redondos, son igualmente de talla grande. La atmósfera que atraviesa la feminista composición del equipo de trabajo es espesa, al borde de la asfixia en los puntos de máxima confrontación -¿una versión light de las compañeras de Esto no es para vosotros?-, lo cual añade un plus de entretenimiento sin rebajar el aprendizaje -nada como tomar apuntes mientras las profesoras se pelean: sus discursos se ven despojados de adornos y formalismos académicos, van al puro conocimiento desnudo, como así lo requiere el reproche, el grito o el afán demostrativo-.

Emparentado también con Cabellos por motivos subterráneos / soterrados, el olor a riesgo, a peligrosa curiosidad -entregada a la responsabilidad profesional, por supuesto-, a muerte… es insoportable conforme avanzamos y la inteligente Aretha se ve atrapada, en una escena que estructuralmente supone la repartición en dos etapas narrativas.

El cambio de voz proyectada hacia el espectador es un magnífico recurso terrorífico que, sirviéndose del incremento de volumen de aquella cantinela murmurante del principio, aporta la inmersión definitiva -y claustrofóbica- a las imágenes que nos presenta el texto. La grandeza de lo hallado, el gradual derribo del escepticismo y el rotundo cierre desde la no-vida y sus estremecedoras manifestaciones desentrañan el infierno marrón que tragamos. La oscuridad es apenas un eufemismo que nos ayuda a no enloquecer.

        todo lo que te enseño son pedazos de mi muerte

Stephen J. Barringer y Gemma Files se dan la mano en este relato, el más largo de la selección y un auténtico rompecabezas formal. La voz de ambas plumas dibuja con un talento desbordado una verdadera obra de arte narrativa. Nos resulta inevitable hablar en primer lugar de la extraordinaria contribución -y del espectacular homenaje- a la tendencia creepypasta. El Hombre del Fondo es de un valor incalculable para la neocultura popular. 

El corset estructural cual cuento tradicional con introducción y cierre acerca de los muertos, sus peculiares características, su modus operandi ligado a su regreso terrenal y todo lo que permanece en su desviada naturaleza supone el preliminar y el broche dorados. Dentro, informes policiales, e-mails, post en webs culturales, transcripciones de diversa índole y diálogos configuran con mayor o menor constancia pero misma relevancia la narración de una escabrosa acción que siempre nos llega, pues, filtrada de algún modo -Files y Barringer lucen el repertorio del término ‘metaliterario’ con holgura y una eficacia, sobre todo en eso de asustar, increíble-. 

Otra pareja -de amigos / socios- es la protagonista luminosa de la histérica historia: Maxim Holborn y Soraya Mousch gestionan una productora experimental con muy buenas intenciones y serios problemas. Toda revolución implica un sacrificio y este es exagerado, doloroso hasta el vientre, inadmisible. La leyenda recientemente confeccionada -de esencia terroríficamente longeva (ah, ese gusto por lo lejano, casi ancestral)- golpeará sin compasión la realidad de su ocioso negocio y romperá sus vidas hasta la extinción de su estabilidad emocional. Completados por un indescifrable y tecnológico Laszlo P. Hurt, y azuzados por un par de inspectores-vectores y una mujer -la de Max- como elemento más sensible de la trama, nuestro dúo de entusiastas del cine y el vale tudo sin censura como reclamo para una salvaje masa social -el asunto de la libertad, el libertinaje y lo que viene después lo aparcamos para otra ocasión- iniciará una cruzada medio-detectivesca que nos proporcionará las mayores escenas de horror y adrenalina de la presente antología.

La letal expansión de una suerte de enfermedad / maldición propagada de la forma más dulcemente retorcida jamás apreciada -y el más enfático tributo al (ab)uso de la ruptura de la ‘cuarta pared’- será el correlato a una frenética aventura por desvencijar el enigma de esa recurrente figura fantasmal que ocupa más espacio del deseado. Como sucediera en Little Ease con mayor claridad respecto de otros, la bola de nieve -o la muñeca matrioska- que agranda paulatinamente los factores tensores encaminados hacia el boom! final se torna indigesta y nos provoca pasmo y sudor como primeras reacciones fisiológicas. Tal vez sea osado hablar de miedo concreto en una colección de relatos de terror, pero, puestos a seguir trazando contrastes, no creemos equivocarnos al presentar este que estamos tratando como el más acongojante de los siete accesibles.

La creación de la versión definitiva debió de ser una fiesta experimental muy satisfactoria -sirva la laxa comparación entre la tarea de los protagonistas principales y la de la pareja de autores en cuanto al excitante juego del collage expresionista-. No faltan el sarcasmo ni el humor gamberro habituales a lo largo de toda la obra. La pareja Barringer-Files escribe de manera tan reconocible que podríamos leer sus textos con los ojos cerrados. Bastaría con abrir la ventana. Y taparnos.

El Hombre del Fondo nos perseguirá durante un tiempo en pesadillas e ilusiones a pleno sol. Aceptamos la disculpa de Gemma con la que concluye su Introducción. Y ahora la entendemos, prescindiendo de la inocente y burlona ignorancia que la tomaba apriorísticamente como una cortesía exagerada -e incluso arrogante-. El desarrollo del documento transcriptor del material de la cinta representa la cúspide del pánico.

        Cabellos

El texto más breve de la colección es uno de los más brillantes, entre otros motivos, por su espectacular comienzo, donde la voz de la protagonista omnipresente e intangible nos retrotrae a la propia Files al comienzo de esta antología: sus voces están ciertamente próximas en tono y evocación visual de determinadas realidades ontológicas. Ella es, esta vez, Marceline Bedard y su alfa y su omega están inexorablemente vinculados a la ínclita familia De Russy.

La estructura formal en la que están dispuestas las fases de la historia -algo así como pequeños capítulos no numerados- atiende a las respectivas entradas y salidas de la voz narradora en el meollo de la acción. Así, nos habla la ya legendaria Marceline de su apasionante y dificultosa vida al tiempo que se dirige en susurros mudos a una “pequeña exploradora” de edad avanzada que solicita la guía del presumiblemente burgués señor Tully Ferris. Comienza esa voz apuntando con la mira brillante y hace desaparecer como caída de telón a los figurantes de la atrevida ruta turística en sendos soliloquios centrales que trazan acontecimientos y huellas en el más tenebroso presente.

El diálogo entre la pareja activa rompe de nuevo el silencio de una quietud tan contenida y pululante que cuesta ahogar la respiración. Files posee una capacidad extraordinaria para mantener fuera de foco a los verdaderos -y salvajes- protagonistas de sus tramas. La ambientación -la Nueva Orleáns más exótica, la Riverside oscuramente familiar-, los mecanismos de camuflaje como el léxico francés y la fuerte carga de conflicto clasista / racial amparado en disputas de un recién parido siglo XX -mención aparte y aplauso para esa magnífica “tía Sophy”- y la entretenida e inquietante mitificación entre lo maldito y lo vengativo de esa mujer que nos habla -a ella y a nosotros- son los puntos cardinales de un gran éxito.

El horror en esta quinta entrega atañe a dos ventanas principales: el mosaico feroz de fascinantes -tétricas y hermosas- recreaciones descriptivas de cuanto puede dar de sí un manojo de cabello -la multiplicación ‘hereditaria’ ad infinitum que alimenta el cosquilleo final es simplemente sublime- y la luz aleccionadora -como estricta maestra reflexiva- que lo baña en fuego de almas y almas. Lo advierte muy temprano la difunta: “es importante con qué alimentas tu jardín”.

        Todo ángel

…es terrible” -completa Rilke este título partido en homenaje a su verso, título que mantiene el nivel de personalidad de todos los elegidos para denominar los correspondientes textos de la antología-. Estamos en Toronto y vamos a ser transportados mediante un alto porcentaje de diálogo como base narrativa al disparatado -y divino- encargo del mafioso Bob a sus secuaces, de entre los cuales cobra especial peso argumental y tolera más empatía el resignado Darger. Se avecina una de las más grandes aventuras de la colección, desplegada en el que también señalamos como uno de nuestros relatos favoritos de la serie de siete -se conoce que nos encantan las historias de ángeles-.

La paradójica Files vuelve a chapotear entre contrastes finísimamente creíbles para construir un panorama alocado que resulta ser un imán: el muy creyente jefe gángster ordena capturar su propio ángel para pedirle explicaciones sobre diversas cuestiones celestiales. La expedición hasta un oscuro paradero de la ciudad canadiense y todo el plan estratégico de captura de la criatura -en sí misma una obra de arte, la más fascinante antagonista -’viva’- de cuantos nos presenta Files- desata una entretenidísima secuencia que da con las alas del -feminizado- espécimen en la jaula del malvado señor del crimen organizado.

Puestos a hablar de contrastes, extendamos uno hacia el futuro: el grupo de malotes coordinado por Robert Purefoy enfrenta en el espejo el encabezado por Aglaia en el texto último; absolutamente incomparables en propósito, realmente próximos en vicios, fugas y firmeza individual de sus miembros. En este caso es todos contra una. Y esa una les queda tan grande, tan intocable. La belleza de la devastación humana es el otro gran aliado de nuestro contraste: no en vano las editoras del volumen recogen las respectivas cumbres visuales de ambos relatos en su contracubierta -en un apoteósico final ahora y en un atroz comienzo después, en el segundo caso-.

Esa “cosa” vampiresca / mutante no adopta el esperable rol bondadoso de ángel caído -además, en tanto en cuanto, proscrito-, sino que se desenvuelve desde lo abominable, burlón y satírico, como un envenenado anti-mito. La tercera persona seleccionada para contar esta deliciosa fantasía urbana es ideal para acercar y alejar la cámara de los acontecimientos en pro de fundir una tensión que permanece aguda y roja una vez se conquista el punto de inflexión de la trama: la propia expresión comunicativa del engendro.

Todo cuanto reviste ese momento es ágil, divertido y feroz; el convenientemente ejecutado truco del anzuelo y su ambiente recreado cual caza de ciervo -más bien de oso- es pura adrenalina para las pupilas. No obstante, Files siempre dispone de una capa negra más bajo tierra: tiende a recordarnos con sus manos en nuestra yugular que ella escribe muy bien, pero Terror -en tan divergentes formas-, lo cual suele implicar, al menos en el territorio de su firma, unos mínimos tormentos y alguna que otra embestida de angustia. Lo mejor de su prosa es -como tan bien ilustra este cuento-, sin duda, que no nos permite dejar de mirar.

        Esto no es para vosotros

El último texto de la antología, al que le paga parcial y simbólicamente el título con el suyo, exhibe el comienzo más brutalmente violento de todos. Aglaia, Phoibe, Gorgo -el epicentro narrativo- y unas cuantas mujeres más constituyen una secta ‘feminista’ de esencia ménade en época de listas de correo y páginas web, rodeadas de naturaleza cuales lobas cazadoras de vulnerables varones lascivos -asumimos que ese “vosotros” del título es desde luego hacia ellos, por lo tanto no genérico: los hombres, lo cual resulta imprevisible desde el ‘You’ original, también desde el uso no marcado de ‘vosotros’, que desprende una neutralidad que sin embargo nos negamos tozudamente a leer como inclusiva, con tal de cargar de fuerza el contraste de la historia en torno a ellas vs. ellos, contraste lingüístico confirmado abiertamente, y de manera posterior a nuestra interpretación, en los últimos párrafos del texto-.

En plena explosión de nuevos cultos -lean Los ritos mudos, de Nerea Pallares-, esta propuesta colectiva alrededor del poderío femenino presenta dos planos que se retroalimentan con maestría: una rutina pálida que requiere de emoción compensatoria en horas extraescolares vs. una colorida actividad que produce en los ojos observadores un efecto de nebulosa mitológica increíblemente hipnótico, atrayente -la violencia explícita contribuye a la belleza destructora de ciertas escenas-. La verosimilitud del rito practicado y el prisma gigantizador de las guerreras dialogan sin fisuras.

Las dos erupciones argumentales se simultanean con una gracia natural que tridimensiona la narración: el pasmoso hallazgo humano de linaje identificable y excesivamente cercano a los intereses del grupo y el desajuste personal -y sanguinario, también catártico- entre dos de sus integrantes. Gorgo y Phoibe silencian la tremenda sorpresa -que nos arranca alguna mueca irrisoria quizás piadosa- con su incendio. Ambas representan formas contrapuestas de enfocar su ejercicio místico-festivo y, en general, la vida y sus avatares.

El desenlace aplaude la condición no excepcional del atrapado y recupera el tinte exótico de las primeras páginas, como si volviéramos a ponernos la máscara animal. Esa resolución se sitúa en el mismo grado de éxtasis alcanzado por la gesta de Gorgo. Una liberación y otra liberación. La discusión honda sobre las disputas internas del conjunto dan para un debate feminista que no ha lugar aquí pero que, creemos, podría dejar suculentos refranes. La fortaleza del bloque se reafirma y sugiere un camino largo por delante, para perjuicio de los curiosos. Para goce de quien pretenda leerlo.

        Esto no es para vosotros y otras historias es un grandioso artefacto bizarro que se alimenta de lo grotesco -en el apartado visual- y lo crudo -en el apartado anímico- como prominentes fuentes de energía. Los juegos narrativos, que tan bien visten los contrastes (culturales, vida-muerte, mujeres vs. hombres…) más recurrentes, son de una destreza inusual. Para colmo, palpamos la presencia de Files en determinados monólogos o fragmentos de algunos de sus relatos, adoptando la voz de ciertos personajes o simplemente colándose anónima para arañar contundentes reflexiones que abrochan el argumento de la historia particular.

Las parejas de personajes -bien amistosas, bien antagónicas- triunfan rodeadas de secundarios -en ocasiones hasta conformar grupos mínimamente densos-. La adecuada asignación de funciones prácticas a cada integrante de los elencos produce un equilibrio agradable que además permite profundizar desde muy diversos prismas en la intriga. La figura de la mujer es la gran protagonista: acapara las primeras personas narrativas y destaca como heroína / superviviente última y como némesis. Su reunión colectiva -la de tantas féminas- desprende bastantes conflictos, lo cual es analizado entre bastidores por la propia Files como parte de su obsesión -mucho más explicitada en Little Ease que en otros ejemplos-.

        Los muertos y los ángeles son los -extremados- máximos representantes del simbolismo masticado por la autora, en una antología que los trabaja con una originalidad y una fuerza discursiva inolvidables; otra fuerza, la de la naturaleza, es el imponente vehículo a través del que se fabrican ingentes cantidades de imágenes que, más allá de apuntalar visualmente ambos elementos de tierra y pluma, nos ofrecen un universo hermoso y letal. Las referencias musicales, el metalenguaje cinéfilo -¡salve Files, crítica de cine!- y la grandilocuencia salpicada de humor negro proyectan a menudo sus aristas hacia la manifestación capital de la obra: la muerte es el gran tema y los hallazgos -a cada cual más ambiciosamente maravilloso- son sus leales, impresionantes sirvientes.

        El mecanismo fotográfico, las imágenes encontradas, las postales, las pantallas, las cámaras… El montaje óptico es notable en recursos y resultados; Nueva Orleáns y su Canadá quasinatal son los dos mayores escenarios hiperrealistas, para los que encontramos un total de cinco homenajes -desde la ubicación central de la historia hasta referencias más sutiles-. El exotismo escapa por los poros en otras tantas propuestas. Los entornos claustrofóbicos -tumbas, cárceles imposibles, paredes opresoras, jaulas…- predominan en su respectiva escala dentro de la panorámica. Vaya mapa abismal nos hemos tejido.

        Pilar Ramírez Tello volvió a casa entre euforias y preciosos fuegos artificiales. No somos capaces de imaginar el talento, el mimo y la categoría profesional que requiere semejante bomba literaria. La biblioteca de Carfax es la casa ideal: María y Shaila son las mejores anfitrionas, las más generosas en los detalles, las más cálidas en la presentación comunitaria.

        Una cosecha de joyas es lo que ha logrado reunir Gemma Files para honrar el placer de la lectura, en la que todos los relatos mantienen el mismo alto nivel al margen de gustos íntimos; en este sentido, la obra resultante es la colección más potente que hemos leído. Disfrutadla, por favor.

Altavoz Cultural

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