
Querida Carmen:
Me gusta pensar que no es casualidad que me despida de este ciclo contigo, cuyo nombre me ha dormido tantas veces en sus brazos y cuyas arrugas han soplado velas conmigo hasta completar las dos décadas de vida. Hace unos meses, me dejó una persona que me animaba con cintas moradas a pisar fuerte fuera cual fuera el estado del asfalto.
Hace justo 6 años cerraba con gotas de sudor esa “Nada” que me dio la vida mientras vestía un uniforme verde que apuntaba a todo menos a césped.
No sabía que empezaste a estudiar filosofía pero ese brillo en los ojos tiene ahora todo el sentido del mundo. Contigo todo fue distinto: me enseñaste a cruzar las piernas mientras pasaba de página con los dedos llenos de saliva; y me ayudaste a levantar la cabeza cada dos frases para darme cuenta de que aquellas paredes eran más cuadradas que las cabezas de quienes hablaban de ética por los pasillos.
Te contaría, si tuviéramos mas tiempo, que crecí entre los ángulos rectos de muchas cruces y que tú trazaste la línea curva necesaria para construir un trampolín. Te contaría también, que te he recomendado cada año por navidad y que no hay mayor ilusión que releerte con los calcetines de color verde y la cama medio deshecha.
Te admitiré también, que he llorado al pensar que en 2004 ya no sonaba tu voz, pero aun así tu memoria me sigue pareciendo el capazo de esparto más fuerte sobre el que puedan descansar esos granos de arroz que alimentan a cinco en la familia.
Gracias por la fuerza, el brillo y las ganas.
Atte:
Los que siguen escribiendo tu memoria.

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