Por Jorge López Llórente

Hoy en día cualquier cosa, por banal que parezca, puede ser «decadente»: el comentario de un político, el menú de un restaurante, un vestido cualquiera de ASOS, una canción de discoteca, la civilización occidental (o más bien los comentarios de barra de bar sobre la civilización occidental)… Parece que hemos perdido el sentido y la sensibilidad de algo mucho más importante, que yo admiro como lector y como autor: lo «decadentista». Hemos limitado la belleza excesiva, arrolladora y oscura del decadentismo a la literatura anglófona y francófona de finales del siglo XIX, a nombres propios como Oscar Wilde o Charles Baudelaire, y por lo tanto a los libros de texto. En realidad, es una energía, una actitud ante la literatura y la vida, donde florece nuestra imaginación artística y se marchitan los límites de la realidad y su pragmatismo. Somos más excesivos y hedonistas que nunca, pero no con una sensibilidad decadentista.

En este panorama entra en escena Shola von Reinhold, con la intención de sorprendernos a través de su novela LOTE. Nos trae una inesperada paradoja: el renacimiento del decadentismo. No un decadentismo en vitrinas, para que acumule polvo y babeo nostálgico, no; ofrece una reinterpretación del esteticismo y el estilo artístico y social que identificamos con iconos como Wilde. Un elogio a los grandes del fin-de-siècle y la Belle Époque, pero también de su impacto en el modernismo anglófono del siglo XX. Sobre todo, no es solo un homenaje, sino una novela muy original, con una voz y una vena humorística propias, que ha superado mis expectativas. Hasta la publicación de la novela en sí es parte de una agradable sorpresa en el mundo editorial: salió con Jacaranda Books para su iniciativa #TwentyIn2020 de publicar a veinte escritores británicos negros en un mismo año, marcando un récord histórico en Reino Unido.

LOTE está narrada por Mathilda (si es que ese es su nombre, ya veremos), una joven británica negra en el mundo actual, que está casi sola en su vida excéntrica e inestable, pero que tiene un propósito inquebrantable: revivir la crème de la crème de la Belle Époque y el Londres de los locos años veinte, donde brillaban grupos literarios como el Círculo de Bloomsbury de Virginia Woolf y grupos de bohemios medio famosos y medio artísticos como los Bright Young Things, liderados por el aristócrata gay Stephen Tennant. Ella llama a tales personajes del pasado sus «Transfixions» («Embelesos»), ya que su imaginación se emborracha de ensueños casi sobrenaturales sobre ellos o sobre otras muestras de belleza. Su nueva obsesión es una enigmática poeta británica negra, Hermia Druitt, que vivió al máximo el comienzo del siglo XX con los Bright Young Things, pero ella y su obra desaparecieron (¿o las hicieron desaparecer?). Aun así, Mathilda se enfrenta a la realidad de no tener ni hogar ni ingresos fijos, lo que la lleva a aceptar peculiares empleos u oportunidades que faciliten su búsqueda de rastros de Hermia y de la sociedad secreta de lotófagos decadentes que ella fundó con Stephen Tennant, llamada LOTE.

Se trata de una exploración profunda de la belleza decadente y «perlescente» («pearlescent»), escrita en un estilo florido y decadentista. Así, «nos alimentábamos de Estilo, al flambear la Sustancia». Fluye un champán alternativo llamado «orion» y vuelan unos ángeles alternativos de lujo llamados «Luxuries». No por ello es superficial, ya que Mathilda se encuentra a gusto en lugares donde «nada está ahí para decorar la superficie, sino que el cuarto es decorativo hasta la médula». Y no todo es fantasía blanca y en botella. Cuando Mathilda investiga las divertidas invenciones de von Reinhold, como la secta LOTE y la vida ficticia de Hermia, acaba en una ciudad inventada, con suntuosas decoraciones pero deprimente, llamada Dun. Allí se cuela en una residencia de pseudoartistas de «Thought Art», una filosofía de una austeridad asfixiante (y cómica), de mentes grises que solo trabajan, obedeciendo la teoría de su líder porque sí. Allí el decadentismo de Mathilda se vuelve revolucionario, en un choque político contra esa austeridad de los niños ricos (y todos blancos) con complejo de culpabilidad que van a la residencia. Allí Mathilda también cuestiona a la problemática Belle Époque, tan bella, pero no tanto para gente de clase más baja o piel más oscura como ella o Hermia. LOTE concluye que hay que criticar esta discriminación y aprender de ello, pero no por ello sacrificar la fascinación decadente por la belleza de aquella época, ya que estetas negros como Mathilda pueden reapropiarse de ella «a despecho de, despechando» los prejuicios y el blanqueamiento de la historia. LOTE tiene Estilo y Sustancia a partes iguales.

Aunque LOTE se base en el modernismo y el decadentismo anglófono de un cierto periodo histórico, no se acaba ahí su encanto. El punto fuerte de la novela son sus personajes sólidos a la vez que misteriosos hasta la última página. Nunca podemos estar seguros de las intenciones e identidades de los variados personajes, tanto históricos como actuales, ni siquiera de la narradora Mathilda, que cambia de nombre según la situación. (Incluso cambia de narración de la primera a la tercera persona en ciertos momentos, aunque esto no funciona bien, en mi opinión). Ningún personaje, por mucho que nos agrade, se libra de moverse en un terreno farragoso entre la virtud y la inmoralidad: Mathilda es una ladrona y estafadora (por buenas o malas razones, lo que es debatible), mientras que algunos pseudoartistas grises de la residencia de Dun son más inocentes (¡o más diabólicos!) de lo que parece. Ahí tenemos un decadentismo wildeano más sutil: el juego con lo amoral y el baile de máscaras de los personajes.

LOTE es una novela excéntrica incluso para lectores británicos y, desgraciadamente, dudo que se traduzca al español por ello. Aun así, la novela se merece tener más repercusión, ya que veo pocos experimentos tan ilusionantes como este. Para mí, LOTE es más que una buena lectura; es un portal a muchas futuras lecturas que me ha hecho (re)descubrir, como la poesía olvidada de Hope Mirrlees (que pudo inspirar a T.S. Eliot) o escritores del Renacimiento de Harlem como Richard Bruce Nugent, además de ser un recordatorio de que no envejecen los decadentistas clásicos, los Wilde, Beardsley, Rimbaud y compañía. Ah, y nos recuerda las locuras de la marquesa Luisa Casati… Busca algunos de estos nombres o busca a Shola von Reinhold y déjate sorprender.

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