[Aforismos]

Javier Sánchez Menéndez

-Ediciones de la Isla de Siltolá-

   Desde el grado de Filología descubrimos lo hermosamente arriesgado que resulta dedicarse al noble, tan sensible, arte de los aforismos: o los alabas efusivamente o los destierras sin paliativos. O gustan o sufren. O te los marcas en la piel o los abandonas en el hueco más polvoriento de la estantería. Un buen compendio de aforismos requiere de una serie de ingredientes inapelables para lograr su exhibición, al menos su aprecio, como obra visible en tal estantería. 

   Javier Sánchez Menéndez, uno de esos maestros con todas las letras, al cual hemos leído y releído hasta del revés, es el chef perfecto: domina receta e instrumental. Abarca triunfante mensaje y método. Este menú llamado La Jaula era una apuesta segura, para repetir y repetir postre hasta la insaciable eternidad, objetivo, a fin de cuentas, de toda colección de aforismos que se precie.

   Si nos adentramos en su propuesta, trazada con una inteligencia y un sentido de la dosificación y el reparto extraordinarios, hallaremos seis apartados (qué fea palabra aquí: diremos cubiletes) señalados por título y microcondición propios: ‘Silencios’, ‘Arte de la dulzura’, ‘Nuevos artilugios’, ‘Concepto’, ‘La jaula’, ‘Gayola’.

   Los acuna un epílogo bellísimo sobre la responsabilidad aforística, la confesión técnica y, sobre todo, el imprescindible germen vital que ejerce de combustible para su producción y (auto)reconocimiento: ‘A la manera de un cierre hermético’ es firmado por un autor que se entrega a sus líneas y sus lectores. Solo quien ha caminado por la Literatura con la elegancia y la estabilidad de JSM puede permitirse esa categoría de cierre.

   ¿Pero cómo es nuestro recorrido hasta su tan confortante despedida? Disfrutamos de un viaje que comienza con silencio para concluir con Historia. Y entre sus primas hacia y desde hallamos los placeres de la contemplación, incluso de la interacción tácita, de esa exaltación más o menos contenida propia del rechazo, la carcajada, el aplauso, el abucheo, la afilada duda… En definitiva, La Jaula reúne el principal componente del aforismo en su naturaleza más original y letal: la sorpresa. Esa fascinación tan espontánea, por momentos inocente, que te arrastra fuera de la lectura para salpicar la vida con reflexiones, destellos, herencias y frutos maduros o vírgenes.

   Observamos el paisaje y nos asaltan las notas de don Quijote, los tributos a Goethe, el caviar de la mitología, determinados conceptos que taladran con firmeza, como gotas adecuadamente distribuidas en coro sincronizado -ignorancia, dulzura, muerte-. Todas y cada una de las porciones de este manjar son fuente y canal, aullan a la continuación y celebran la intercomunicación bajo el mismo fuego autoral.

   Debemos claudicar ante ese tramo dedicado a la virtud de la dulzura: el alma de la maquinaria lingüística. Y debemos contrastar su poso con la férrea crítica social que zigzaguea incansable por cuantos rincones secuestran esas páginas escritas, por encima de todo, desde el plano de la honestidad, extendiendo sobre la mesa de trabajo el cetro decisivo: la verdad.

   El aprendizaje es una de las más alegres noticias para todo lector. Así lo es, al mismo nivel, el entretenimiento. La Jaula alza su gloria por encima de la notable colecta de piezas para plasmar una imitación del objeto inmortal: Javier Sánchez Menéndez esculpió otra hazaña.

Altavoz Cultural

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