I Premio de Poesía En el mar
Laura Sanz Corada
-ediciones en el mar-
-Semana de la Poesía 2023-

Laura Sanz Corada o cómo abrir las ventanas a la poesía, a su brisa más refrescante, a su nuevo organismo hecho de delicada fuerza devastadora. Tenemos la suerte de vivir en la misma época que Lara Losada: esa editora sublime que hace lo que ama y ama cosas de una dimensión natural prodigiosa. Este poemario es un nuevo triunfo del sentido de hallazgo que tan deliciosamente plantea la labor de ediciones en el mar. La poesía de Laura es arrebatadora, genial y centelleante, capaz de convertir los motivos tradicionales en pequeñas confesiones nacidas de un corazón honesto, de una mente fotográfica digna de mención y reconocimiento, de una habilidad excelsa para aunar méritos técnicos e imperativos semánticos -de auténtica, pasmosa urgencia en términos del cuerpo, de la mujer, del dolor y del espacio legítimamente habitable en el mundo-.
Esparcidas en tres grandes partes, las hojas que arman este frondoso bosque de voces, coros acuosos y huesos roídos bailan con regocijo sobre una diversidad formal extremada, con una tendencia a la ocupación en todo su esplendor, dentro de la que coexisten tonos, volúmenes e intereses comunicativos según detalles de configuración espumosos, medicinales. Esa distribución de espacios -y sus campos magnéticos de papel, con sus descargas y corrientes, latigazos eléctricos- es más oportuna que nunca en un libro dedicado al lugar como origen sacudido y como meta anhelada, vinculada a una sensación de estabilidad que camina de la mano de un deseo desgarrado del cuerpo, de su inercia dinámica. Con todo ello, cuerpo no es solo cuerpo, sino cuerpo, lugar y lenguaje; este último es el traje ideal para las intenciones constructivas -y de asentamiento-. No en vano nuestra poeta desvela su binomio ya en la preciosa dedicatoria a su abuelo y a su abuela, aún fuera del texto como tal: cuerpo y verso estaban ahí desde el principio de los principios.
Sanz Corada conquista los mástiles del armazón previsto: su primer poema y su última línea son extraordinarios. Dentro, en pleno bosque, en plena naturaleza, acontece la gran masa de especias y especies. Ese primer poema, “Me hice mayor un domingo…”, clava la bandera de los objetivos de la autora en sus puntos cotidiano-familiares (diremos, incluso, que su concepto de ‘hogar’ es drásticamente ausente y velado, oculto entre las formas de las personas queridas y los espacios conocidos, y reconocibles, por memoria empírica) y constructivo-ontológicos.
Así, asistimos -y acompañamos muy de cerca, porque Laura es de manos cálidas- a la sucesión de enclaves más o menos determinados que trazan la ruta de la pieza de ajedrez orgánico, esa reina que es peón, que es torre, que es caballo, sobre todo caballo, que se desplaza insaciable: la casa del árbol, la muerte del águila, ese poema de cierre de primera parte llamado EMBALSE… La belleza es desbordante. El imaginario de la autora es de una riqueza visual impresionante, la cual conecta con el florecimiento de algunos sentimientos que estaban mermados o, tal vez, eran desconocidos. Laura nos provoca angustia, mutismo de mueca inclinada, mirada tan agrandada como temblorosa. Es una cirujana de las emociones.
En la segunda parte eleva la apuesta: un poema brutal, capital para el argumentario de la obra, “A una mujer le quitan un hijo…”, centraliza (o epicentraliza, mejor) el volcán desatado que todo lo arrasa a su paso poético -mientras ascendemos en intensidad y crudeza, comenzamos a recoger restos, vestigios, granitos de destrucción acometida, en un fascinante combate entre pasado y presente, en un excepcional duelo entre lo vivido y lo viviente-. Nos gusta la metáfora del volcán en detrimento de otras asumibles como la del huracán porque queremos garantizar que Sanz Corada escribe pegada a la tierra, manchada de barro, con raíces culebreando bajo sus pies, prescindiendo de las supuestas virtudes del aire.
La tercera rama del conjunto arranca con la definitiva explosión formal: un repertorio, un brebaje de versos que galopan por la totalidad del terreno nos lanzan a los ojos aristas, requiebros y disposiciones puntiagudas feroces, amparadas en la ocupación simultánea o parcial (sobre todo como novedad respecto del resto del poemario) de los dos hemisferios -superior e inferior- del papel. El mismo comienzo, especialmente en sus tres primeros textos, embiste con fuerza el andamiaje estructural hasta tumbarlo y re-crear sobre él. Disfrutamos de una aguda levedad, ágil, breve, sutil, flotante, que léxicamente halla en el verbo ‘suspender’ -y sus aplicaciones al cuerpo, a los pies- su mejor cómplice.
Y chocamos contra estos versos de corteza milenaria: “qué es el tránsito / sino una desaparición / desplazada”. El sentido nómada de la figura que, quebrada, azotada, por momentos torpe, pisa el mundo que emerge a cachos, a bocados ante su presencia nos lleva hasta un mapa maravilloso de lugares y no-lugares -desde la ciudad temprana, pasando al país ¿nombrable?- que hallan en un elemento clave su resumen existencial: un “lugar propio”.
Incidimos en el desarrollo de los versos proliferantes desde la parte inferior del plano gráfico, en esa tercera y final parte que ejerce como canal de un subcauce, como un conducto diferente para una voz con matices distintos y un tono en contraste permanente con la proyectada en la parte superior. Como si glosara sus silencios, sus respiraciones, como si recorriera sus entrañas del discurso, Laura diluye toda la densidad de las dos primeras etapas del libro en fragmentos, en porciones, en pedazos que son cuadros en sí mismos.
Así, destapamos aquella línea finalísima que alabábamos como perfecto cierre de nuestra aventura: “La escritura es la única materia”. Su esencia, que entronca con esa herramienta constante que nos otorga el lenguaje para decir, identificar, ser, existir, para materializarnos, desvela el éxito último de Matar la geografía de los cuerpos de piedra, adivinable desde su mismo título, conseguido con creces: promover el inconformismo y la rebeldía ante el espacio dado, ante la imposición preestablecida del orden que nos corresponde a cada ser vivo. Laura Sanz Corada derriba la piedra, destroza el tótem, inalcanzable, endiosado, tan intocable en su alzamiento, para recomenzar un código de coexistencia tan digno como necesario, tan imprescindible como apetecible.
Este libro de poesía es una proeza por varios motivos, entre ellos: la proyección de la voz de Laura es impredecible, solo ella decidirá su brillante destino mientras transita por islas editoriales tan ricas como lo es ediciones en el mar; el resultado, desde el punto de vista estético, a nivel propiamente editorial, es espectacular, un auténtico hogar; la trascendencia de un discurso que disfruta de formas y coordenadas tan particulares prospera hacia una luz que cobija y rasga las barreras frontales para abrirse paso con su visceral poder de convicción. Como conclusión solo podemos añadir la encarecida recomendación de su lectura.
Altavoz Cultural