-Prólogo de Sara Brassó-

-Ilustraciones de Paco Cavero-

-Bohodón Ediciones-

   Cuando descubrimos el nombre de Alicia Albares, esa maga del guion y el arte audiovisual, en la cubierta de este bello libro titulado Una rosa en la piedra y otros relatos supimos que habíamos encontrado una joya, un precioso rubí despampanante asomando cual iceberg incrustado en la tierra, rodeado de raíces gruesas y semillas a punto de estallar en flores. Su pluma es tan gráfica, maestra de la escenografía, tan descriptiva en espacios exteriores (decorados, planos, terrenos de la acción) como en rincones interiores (emocionales, mentales, psicopersonales de sus personajes). Su dimensión es la de una autora redonda. 

   Alicia Albares es, ante todo, una estupenda contadora de historias. Y se nota que adora narrar. Despliega en estos cinco relatos (uno más cuatro: el insigne Una rosa en la piedra más cuatro, todos presentados con una espléndida ilustración de Paco Cavero a su introductoria página izquierda, aglutinados bajo el telón en forma de prólogo que nos regala Sara Brassó para destapar algunas de las esencias de nuestra autora que paso a paso, microfuturo a microfuturo, iremos desentrañando y gozando íntimamente) todo su talento en torno a la confección, tremendamente artesanal y tradicional, de tramas tan ambiciosas como disfrutables. Historia del cuento y renovación del género, encantado con una dosis electrizante de fantasía (¿fantasía oscura?), se citan en este recital literario.

   La estantería de pócimas y polvos especiales, especias y saborizantes se cuela en nuestras fosas ya desde los títulos: hallamos en esta antología riquezas de flor, árbol, gato (gata), lago (dama del lago), curanderas/brujas (dioses), criaturas demoníacas y hadas, bosque, mucho bosque, tanto que es el hábitat que mejor reúne el paisaje general de todo el conjunto.

   Destaca la presencia de la vieja Europa, con España, Italia, Francia e Inglaterra como fondos y suelos habituales; sus respectivas culturas proyectan a su propia silueta, a su particular forma, la sombría cadena construida a partir de eslabones de religión, creencia, magia, brujería, el Maligno y lo fantástico. El anverso es tan luminoso: una sucesión de expresiones del amor en el recorrido del libro -se generan varias “parejas” de protagonistas que ponen de manifiesto algunas de las pasiones y dulzuras más admirables que hayamos degustado en mucho tiempo, como si de una especie de reconciliación se tratara-. ¿Queréis bucear en el universo de AA? Pasemos a arrojar unas cuantas gotas de lo que nos ha empapado su fabulosa colección.

   UNA ROSA EN LA PIEDRA

Ocupa un cuarto de la obra total, pero no es el texto más largo. Escrito en primera persona con voz masculina – a este respecto se alternan los cinco textos así, desde la óptica de la voz narrativa: hombre + hombre + hombre + mujer + mujer-. El primer espacio y principal es el jardín -el otro gran espacio dispuesto en la antología junto con su hermano salvaje bosque-. La estatua de un ángel custodio rodeada por un rosal a la salida del seminario desde el cual identificamos a nuestro confidente es la protagonista -o consecuencia última- de esta primera historia, que nos desvela la leyenda de la santa Luce en su mismísimo contexto de desarrollo: un pueblo de la Toscana. 

De una voz transportadora a una confesante: el señor Bertucci le/nos cuenta una preciosa y durísima historia de amor y muerte, la de Luce y Astaroth, enmarcada en los primeros años del siglo XX en el pueblo italiano de Lucca. La desgracia familiar desembocará en una ferviente fe salvadora, que otorgará a nuestra protagonista una oportunidad única para abrazar el mundo con nuevas manos y un halo de esperanza. Sus novedosas tareas de sanadora -tan hermanadas con las que realizará la figura femenina del último relato, Gadea, a quien podríamos considerar espejo parcial de Luce, en términos de orígenes, poderes y condiciones- serán el punto inicial de su consagrada vida a Dios a partir de los 19 años. 

La irrupción del Maligno -antagonista destacado de la antología, principal azote también de los hechos acontecibles en el siguiente relato- vuelca su maldad en un portentoso emisario: el ángel caído Astaroth, encargado de seducir y arruinar la límpida existencia de Luce. El binomio conformado a partir de su conexión pondrá a prueba la fe, la fidelidad a sus opuestas misiones vitales, el concepto de amor y el sentido de salvación. 

Será el comienzo de sacrificios, escenas pesadillescas y un simbolismo grotesco que sacará lo mejorcito del repertorio de Albares para retratar la extraordinaria complejidad de una fusión fascinante. La última parte del texto -igual que sucederá en otros casos, pues es marca estructural de autora- nos devolverá al presente de nuestro narrador reflexionando sobre su experiencia en torno a esta maravillosa historia, sobre su vigencia y su legado. Qué espectacular pieza para inaugurar esta sensacional serie literaria.

   LA VOZ DE LOS ÁRBOLES

Mantiene AA la primera persona en voz masculina y el mecanismo de filtrado de la historia por diversas piedras flotantes: en esta ocasión damos con un escriba de la voz del viento, lo cual implica poner en duda la veracidad de la historia contada, una historia desglosada en una estructura ya predecible -y extensible a próximos textos-: una introducción in media res que nos catapulta hacia el tiempo pretérito en el que se desarrolla la acción que se nos traslada por boca del último informador (para finalizar con un retorno a nuestra actualidad, ojos contra ojos).

Esta vez viajamos hasta la Castilla del año 1000. Disfrutamos de una explosión descriptiva de una Alicia Albares que brilla en lo visual y, especialmente aquí, como también quizás en Un cuento de gatos, en la cualidad narrativa del eje sentipensante de sus personajes. Abandonamos el universo abstracto de ángeles y demonios para recibir el impacto de una historia de palacio sumamente terrenal, magistral en conservar una aparente sencillez y afilar cada elemento que la convierte en toda una aventura terrible sobre destinos, amores desgraciados y el gran corazón de la naturaleza. 

El triángulo se construye desde el conde, la pretendida condesa y el Maligno, que actúa en esta ocasión desde el perverso augurio de un esqueleto que visita el castillo y lleva las catástrofes a la vida de quienes lo habitan. El miedo a la pérdida, el refugio en un sorpresivo ser vivo enamorado y el discurrir de los días rocosos y dolientes tejerán paulatinamente una turbia leyenda que alcanzará, a puras embestidas del diablo, a la desdichada pareja cumbre del condado. 

Esparcida en creencias, habladurías lugareñas y cuentos de esquina y vejez, la tragedia consumada será un amargo fruto nacido de una historia demoledora, que nos introduce la angustia en la garganta, que nos enjuaga las mejillas brotadas del suspiro más desgarrador. Una proeza de estética, aliento y afección. La mejor versión de la Albares escritora nos ha dejado un mensaje.

   UN CUENTO DE GATOS

Sin embargo, si tuviéramos que tomar la cruel decisión de atribuir a alguno de estos cinco textos nuestra medallita de “favorito”, ese sería Un cuento de gatos. El más breve de todos, escrito en primera persona de voz masculina, surge desde un conflicto de pareja -entre nuestro protagonista Alberto y su esposa Virginia- que estalla en una primera separación física. Y la libertad del conductor sin rumbo da con los huesos de Alberto en una casa rural de Girona. 

Allí conocerá a Jade, quizás el cúlmen de una serie de mujeres extraordinarias que asombran con sus fortalezas y características a lo largo de las sucesivas narraciones: hay algo no humano en ella. El pretexto de “hacer de guía turística” desembocará en el inevitable flirteo y posterior encuentro nocturno. Un encuentro cuando menos curioso… Sí, es perfecta aquí la palabra: CURIOSO. 

Gata-ojos-mente. Gata-Jade, ojos-obsesión, mente-poderes sobrenaturales. Menudo cóctel. Y de nuevo con una habilidad narrativa pasmosa, que trata el ritmo y la pausa como ingredientes capitales de un menú rico en imágenes y suculentos intercambios dialogados. Pequeños típicos roces de comienzo de interés personal serán el cálido preámbulo a un segundo y definitivo episodio nocturno de encuentro, extrañeza, huida/fuga, acecho y… 

El desenlace de esta perfecta leyenda becqueriana -que alza la directa mención al autor romántico y la respalda a granel con elementos imperiales de su prosa: los ojos, el animal humano, la noche, la naturaleza, la locura, el amor y la pasión, la muerte- es tremendo, en forma y en fondo. Contribuye a esa predilección que anunciamos antes, pues remata con originalidad, fuerza y escozor una historia sumamente atractiva. De las que justifica un compendio (“Un cuento de gatos y otros relatos”…). 

   LA GUARDIANA DEL LAGO

Otro cuarto de extensión del conjunto para el número cuatro -en concreto, 62 páginas: el relato más largo del libro-. Y nuestro segundo relato preferido. En primera persona también y con voz femenina por vez primera. El que más cortes posee, secuenciados en un margen radicalmente amplio en cuanto a fechas alejadas (2067 vs. 1900), inicia con una fórmula made in Albares: “Desde mi ventana” -y similares, y variantes- nos retrotrae hacia nuestro más querido árbol, en aquel segundo glorioso peldaño de esta preciosa escalera de cuentos. Pero encontramos aún más parentesco entre inicios con el que remachará la antología: el despegue de la historia de Liliana la guardiana se asemeja en su aroma y tono al que propicia el desencadenamiento de la fábula sobre Gadea -cuanto más releemos el libro de Alicia más nos convencemos de que Gadea es realmente el personaje capital, central, del cosmos que dibuja la autora-.

Nos transportamos a 2017 -es el único relato con tres puntos temporales activos distintos- para conocer a Liliana, una documentalista de lo paranormal, que atisba un ser con apariencia de hada en el bosque… mientras un hombre la acecha -nos encanta cómo narra AA este comienzo lleno de tensión y escalofrío entre quien después será Adolfo y Liliana, cazador y presa-. Sí: habéis leído bien: el bosque, típico escenario de fábulas y ya mencionado espacio favorito para nuestra autora; aquí es donde más fuerza desprende como lugar con una idiosincrasia propia, férrea, tremendamente apetecible. Caldo único de la mejor de las magias. 

Y en pleno bosque emerge el primer hallazgo (a la postre el portal a un hallazgo mucho mayor): un muro de aspecto infinito -cómo hemos jugado con esta imagen en nuestra imaginación gracias a la excelente pausa que se toma Albares en su continuación. Brava.- que da a una imponente mansión. La de los misteriosos hermanos gemelos Adolfo y Gustavo -cuya fama inicial de hombres malvados sin escrúpulos recae en el saco de los enésimos aciertos (en gran medida ambientales) de la autora-.

La historia dentro de la historia en otra travesura de matrioskas con forma de diario encontrado -y una fotografía en blanco y negro-. Identidad calcada, modus operandi predecesor aún sin saberlo. Sara y Liliana, Liliana y Sara. La perdición amorosa e inmortal. El filo eterno sobre el cuello de la responsabilidad. Ahí dentro sucede la magia -el mayor derroche que vierte Albares sobre las páginas, que no escatima en seres, códigos y fuentes idílicos para promover el microclima-. La hostilidad muta en acercamiento, el acercamiento en interés, el interés en pacto. El pacto… 

Nos encandila el brutal choque de épocas que vibra sobre el invento del teléfono móvil, imprevista arma de supervivencia, en una rutina cada vez más soportable excepto en sus picos más mortales, sus tentaciones más carnales y sus regates a la obsesión y el latigazo del pasado. Entramos en una nueva, despiadada pero confortable, fase de esta historia de otra dimensión. Qué personajes tan brillantes Adolfo y Gustavo, vértices de un mismo triángulo sostenido en su lado más ancho por Liliana. Todo lo fascinante nace de sus almas, de sus mentes, de sus relaciones.

Una excursión especial como preludio de un desenlace espectacular: este relato da para una novelette… y para un comienzo de saga (¡Alicia!). Las desavenencias amorosas y los accidentes pro invocación desatan el monstruo. Dejar marchar es aquí, como en otros lo es sacrificar y acompañar, una terrible muestra de sentimientos. Una herencia basta para girar la trama hacia el infinito. Y acometer uno de los finales más apoteósicos de todos los elegidos. Incluidas sus brutales últimas líneas, que reavivan las cenizas de suspense y tensión de un relato que es puro fuego, un perfecto cortometraje escrito.

   EL LEGADO DE LOS DIOSES

La última primera persona corresponde a la segunda voz femenina, la narradora simpar Zinssudu, que maneja una distancia de implicación distinta -más intermedia- a la exhibida por Liliana -o por Alberto-. No obstante, un aura de “conservación” vinculada al concepto de “legado” permite establecer rápidamente un puente entre el texto precedente y este mismo. Las claves las dispone “desde su ventana” la Vigilante, que nos contará la historia de Gadea caminando hacia su presente: 1580 es nuestro año a poner en la máquina del tiempo esta vez. 

Encomendada a una misión muy particular, la narradora avanza sobre fragmentos cuya totalidad suma los tres patrones predilectos de AA, ya sabéis: introducción, nudo (historia de Gadea, personaje principal por boca de personaje metaprincipal) y retorno al presente narrativo para concluir y despedir aportando emociones propias de la narradora. 

En este caso el salto locativo es aún más ambicioso: parte del contexto extraterrestre para alcanzar a una niña con poderes excepcionales que debe ser protegida -por una artificial anciana creada a propósito, en una de las gotas de Ciencia Ficción que desprende este cuento, que se separa a su manera del pelaje fantástico que viste el conjunto para tratar de forma más afín el proceder de su hermana tecnológica-futurista-.

Gadea y su dedicación a la magia blanca de la sanación le traerá una fama tan humanitaria como peligrosa, dado el contexto históricosocial de la época hispana. Dicha fama además conllevará la separación de caminos por necesidad de volar sola, de crecer sin el amparo, a veces sobreprotector, de su mentora. Creará su propia escuela a raíz de un episodio maravilloso, su primer gran éxito popular, y comenzará a extender sus artes por la región, lindando con el riesgo que se sirve desde las filas de una Inquisición que cada vez cerca más su actividad sobre las prodigiosas manos de nuestra extraordinaria mujer protagonista.

Así las cosas, aparecerá Rodrigo en su vida -una suerte de Astaroth de carne y hueso- para convulsionarla sobremanera. Ramiro y Jaime ocuparán la representación del Maligno en sus labores inquisidoras, como perfectos antagonistas del llamado Guardián Supremo -esa entidad ubicada en el altar jerárquico del mundo de Zinssudu-. Como aquella santa y aquel siervo malvado, Gadea y Rodrigo hacen que triunfe el amor, a costa de sacrificar órdenes, estilos de vida y compañías externas a su pasión.

La tragedia no es ajena a este texto -como ya hemos comprobado, Albares no gusta de los finales empalagosos y azulados; aboga por la contundencia, el temblor y la resignada picazón de corazón-. Sobre sus destinos flotará un nuevo nombre llamado a adoptar el camino designado: Elora será descendiente de misiones, tareas y esperanzas para esa especie que proviene de las estrellas… y para la especie humana que puebla la Tierra. Emoción, ternura, dolor, lucha, aventura, valores humanos. Una bomba literaria para terminar un viaje genial.

   Alicia Albares nos entrega en sus manos un libro que sabe a obsequio: de esos tesoros, objetos tan raros, exóticos, como hipnóticos, que hacen las delicias de quienes permanecemos ávidos de abalanzarnos sobre nuevos regazos cuentistas, sobre nuevas voces de fantasía e imaginación, sobre mundos que solo sus cabezas pueden diseñar para nuestro infinito deleite. Enhorabuena por tu literatura; mucho éxito para su camino por bosques y jardines de este planeta. 

Altavoz Cultural

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