-Ediciones de la Torre-

   Marrón cobalto es la sesión X que nos ofrece Sergio de los Santos en su particular cine literario, asistido en la edición por Ediciones de la Torre y en el apartado ilustrado por Manuel Vázquez. Una sesión cruda, autoconsciente de su poder desasosegante y directa al núcleo de nuestro sistema nervioso, condenado por la apabullante acumulación de estímulos sensoriales, a cual más grotesco, esperpéntico, salvaje, hiriente.

   Veinticinco (25) capítulos acompañados de doce (12) ilustraciones, dispuestas en el cierre respectivo de cada elegido, conforman un viaje narrado en una primera persona a bocajarro. Las extensiones de sus trozos, desgarrados entre check points absolutamente intuitivos, oscilan desde las dieciséis páginas -correspondientes al primer capítulo, el más largo de todos y muy cercano al concepto de Introducción/Prólogo- hasta solo dos páginas, en un par de casos. 

   Un fragmento de Paul Auster extraido de su Ciudad de Cristal (Trilogía de Nueva York) sirve como sonora previa a dicha secuencia de capítulos: deja entrever las propias intenciones y el juego de nuestro autor, porque Auster le da toda la importancia básica a la historia, en detrimento de cómo se cuenta o si es real o no, o si podría haber cambiado o ser diferente, etc. La clave es la historia misma (y ahí reside su relevancia y su calidad); le resta presión, carga de importancia a la historia como culpable de sí misma. Veremos paso a paso, gota a gota, cómo esta premisa muta en una suerte de mantra invisible que transfiere todo su peso y todo su simbolismo a una trama empecinada en restarse credibilidad en el sentido estricto del término: le basta con ser capaz de impresionar -estrategia que, por otra parte, siempre contribuirá a la llamada de fieles y devotos fascinados (espeluznados)-.

   El camino de nuestra pieza protagonista nace, como si de un parto violento y sucio se tratase, en una sala de proyección de películas pornográficas. Allí se nos presentará al primer nombre ilustre para el argumento: AleX, primera tentación, primer riesgo, primera musa diablesca. Le sucederán personajes como estadios de una montaña rusa en cuanto a picos de importancia o presencia clave: Ramón, “Violeta” -la co-protagonista por derecho-, el casero, una brevísima Cristal, el negro matón, otro hombre misterioso también matón -ubicados en el primer tramo y en el segundo tramo de la acción, como si ambos hubieran decidido repartir la leña de manera simétrica, equilibrada a lo largo del grueso de la narración-…

   El segundo capítulo despierta la explosiva, extraordinaria y extravagante relación trascendental de la historia: la chica denominada “Violeta” y nuestro hombre narrador inician un pedregoso camino de (auto)conocimiento mutuo que vertebra el resto de nuestra lectura. Tal binomio nos recuerda de algún modo -sobre todo por su estilo de vida “suicida”- a la relación entre los coprotagonistas de Piercing, de Murakami: Masayuki y Chiaki. 

   De la X a la V, transitamos por espacios ineludiblemente pegados a la sombra difusa, perversa, de la realidad tosca y confusa, sacudida por el poder de la sugestión y el truco, el amago y la apariencia subjetivizada. En estas coordenadas crecen fuertes ciertos segmentos, tallados en cursiva, en los que el personaje masculino describe sus sueños. Nuestro tipo central es escritor de erótica en estado acabado y enfermo, que vive de las rentas, representa con claridad el traje arrugado de un perdedor y resbala en una espiral jodida dosificada -como tubos para respirara bajo el peso oceánico- con momentos de furia, mayormente vistosos hacia el final: una furia que no es la de Michael Douglas arrasando por la calle, sino un simulacro, una eyaculación precoz contra el casero que no, contra Violeta que casi y contra un tipo que conduce la que fuera su bicicleta robada. 

   Esa víctima será la diana de una brutal escena con ¡la máquina de escribir!, aquel tesoro/herramienta que tantos éxitos le granjeó a nuestro hombre, que para estas cotas ya habrá iniciado severamente un descenso al infierno de la rabia. Sergio de los Santos nos presenta su primera novela con una facilidad pasmosa para provocar: parece paradójico su nivel exhibido en torno al aparato descriptivo, al dominio de la fragancia escenográfica y al responsable cuidado de la (sobre)carga de detalles que favorecen el desarrollo natural de los elementos capitales del cóctel, dado su ejercicio como pluma primeriza en estos lares de la extensión superior al relato -y dado, evidentemente, el tan particular universo en el que pone a funcionar sus códigos-. 

   Esa provocación de la que hablamos, tan catártica, no se separa un ápice del mismo concepto de sorpresa: en esta línea de impacto hallamos a la postre un Ramón como gran consuelo y ayuda humana -más allá de determinado episodio de beso-. Son esos puntos álgidos en emoción, adrenalina y tensión los que flotan sobre mucha basura, mucha simbología de lo decadente, maltrecho o insalubre, que halla en la ceniza su diosa concreta (la cual representa, por supuesto, muchísimo en la sucesión de pasos argumentales que arman la historia). 

   Ese episodio, sin embargo, no compite en genialidad con el de la silueta de tiza: otra maravillosa luz entre tanto callejón y tanta huida, perfectos componentes recurrentes de una fusión total paso a paso hacia hacer dudar de la historia entre ficción, invento, fantasía y realidad, dilema gigantesco amparado desde el principio por la obsesión generada alrededor de Violeta, la cual se disipa ya muy tarde, muy cerca del final, tras haber ocupado algo así como veinte de los veinticinco capítulos, o incluso algo más -o bastante más si consideramos, efectivamente, lo que deja, como consecuencia, como efecto, como secuela a posteriori.

   El estilo de SdelosSantos es un estilo turbio, hipnótico: no creemos honesto sumarnos a la corriente que promueve su reconocimiento como un estilo poético ni lírico, ni en la forma ni en el imaginario proyectado. Es sucio, crudo, sin adornos ni barroquismos innecesarios, con un estupendo gobierno de los ingredientes causantes de miseria y morbo. Marrón cobalto huele a nevera cerrada cuando cortas la luz. Es un texto podrido, oxidado, estancado, bañado en decadencia, descenso, descomposición y unos cuantos des- más. Brilla por sus múltiples detalles y por su estratosférico poder descriptivo extremado, así como por su personaje protagonista sin nombre que actúa como narrador. 

   Otra de las cuestiones que debemos reflejar en esta reflexión pormenorizada vira hacia el síntoma de la empatía y su tan peligroso germen manipulado: empatizamos hasta donde podemos porque sería muy osado decir que empatizamos totalmente. Incluso nos atrevemos a señalar que nos gusta o seduce o atrae casi más el continente, aunque no por ello queremos contribuir a romantizarlo. En este sentido, creemos que son fundamentales para descomprimir y desencriptar xxx aquellos sueños revelados en cursiva, que cuentan mucho en cuanto a significado esencial, a filias y fobias, a pensamientos intrusivos, a la bestia interior y a la infancia, los recuerdos, los miedos, las fantasías y los estímulos del protagonista, que es un ser muy complejo y probablemente lo mejor de la novela respecto de un análisis técnico, junto con el diseño general de los personajes -también destaca en esta ventana una gran Violeta, aunque ya desde la aparición de AleX sentimos que esta es una virtud del autor, una tendencia hecha éxito-. 

   Disfrutamos de una novela que maneja mucho y muy bien el binomio interior(apartamento, sobre todo)-exterior, mirando desde dentro, con cierto síndrome próximo a una estadística de la felicidad fomentada más adentro que afuera, como si el alma de ese cuerpo errante se sintiera más protegido -algo diógenes también, incluso algo estocolmo, para completar la serie con la mención a Stendhal propia del sueño último-. Nuestro prota es un John Doe (un Juan Nadie) perfecto. 

   Otra cuestión peliaguda tiene que ver con el grado de expectativa ante una obra que, desde luego, lo que sí cumple es aquello de ser “distinta”, sobre todo con vistas a nuestro mercado hispanohablante -o, por qué no ser mucho más directos, específicamente español-. Nosotros también comenzamos a ver borroso según avanzamos hacia el final, y gozamos sin pudor de mucha violencia bien masticada. 

   Marrón cobalto es una novela efectiva, no efectista. Pensamos a veces en su protagonista como en el Arthur Fleck de Joaquin Phoenix. Nos gusta que no hay “final feliz” -y, de hecho, se asume que así debe ser y que así va a ser llegado el momento-. Tampoco queremos mitificar las escenas leídas: destacan por su poder, pero no se nos quedan guardadas especialmente más de lo previsto y merecido; en este sentido, Marrón cobalto no genera un futuro pensamiento intrusivo fácilmente, ni mucho menos un trauma visual-literario. Creemos, irremediablemente, que esto resuena como cualidad positiva.

   La ciudad como enclave levantador de márgenes de una localización indeterminada, genérica, impersonal, que permite la lectura sobre una cualquiera de ese estilo -pero que posee un aroma más estadounidense que ibérico- es el acierto final para una obra que escupe púas de daltonismo desde el título y hace de los colores una auténtica pócima de creación literaria -y sinestésica-.

   Sergio de los Santos es un magnífico escultor de la sensación como fuelle para cualquier mente curiosa. Su collage descriptivo-emocional desborda Marrón cobalto, asentada en un lugar impreciso excepcionalmente inolvidable, del que brota, como pedazo de fango, un personaje anónimo que se encarga de acaparar todas las miradas. No se vayan sin aplaudir. 

Altavoz Cultural

ENTREVISTA A SERGIO DE LOS SANTOS

Bienvenido a Altavoz Cultural, estimado Sergio. ¿Cómo nace Marrón cobalto desde cero? ¿Qué estímulo original te lleva a escribirla y qué proceso sigue desde esa idea primigenia hasta la obra que hoy podemos leer en nuestras manos?

Como toda historia, nace de la propia escritura. De exponerse una y otra vez al proceso de creación. No basta con fantasear en la mente sobre posibles relatos, sino que los resultados se obtienen durante el oficio de plasmar párrafos en el papel. Escribir es una disciplina, un trabajo de oficina que requiere dedicación y constancia. Después de muchos años formándome y practicando, surgieron una serie de relatos que no me parecían tan malos. En concreto, el capítulo 13 de la novela fue el detonante. Constituyó lo que yo llamo el Big Bang de Marrón cobalto. Me pareció tan sugerente que quise saber qué les ocurría a los personajes antes y después de esa escena. Cómo y por qué habían llegado hasta ahí, y de qué forma terminaría su historia.

A partir de ese momento, abordé la novela por partes, por capítulos. Sabiendo que debía pasar por algunos pilares en el argumento y la trama. Meses después de mucho trabajo, tenía el primer borrador. Algunas partes se escribieron como yo había ideado, otras las decidieron los personajes. Aunque suene extraño, ciertas acciones las eligen ellos, según escribes. Y eso es siempre buena señal. La historia suele estar en tu cabeza muy nublada y escribirla es una forma de eliminar la bruma que la rodea para descubrirla. Si los personajes son sólidos, te ayudarán a despejar la niebla y ejecutarán las acciones necesarias para llegar adonde quieres.

Pero todo esto es trabajo y disciplina. El primer borrador es solo el comienzo. La revisión duró años, tanto aceptando comentarios de personas que consideraba con criterio como intercalando tiempos muertos para dejarla dormir y volver a ella con ojos frescos. Esta es, quizás, la fase menos agradecida del proceso.

Tuve la suerte de ser mención especial en el certamen literario Ateneo de Madrid y que parte del jurado se empeñase en publicarla, porque en las bases no existía esta mención especial. El proceso de publicación por tanto fue muy sencillo para mí en este caso. Espero que con la siguiente tenga la misma suerte.

¿Qué referencias, provengan o no del mundo artístico en su amplio abanico, provengan o no de personas reales a través de experiencias propias, te han asistido en la confección de ese tremendo protagonista sin nombre tan complejo y atractivo por sus mismas cualidades? Por su parte, ¿cómo fue el diseño del personaje de «Violeta», el otro enorme personaje de la novela?

Hay varias referencias claramente literarias en la obra. Cualquier personaje creado por Paul Auster está de alguna forma en la historia, sin duda. En concreto la Trilogía de Nueva York. Pero creo que fue otra trilogía de Becket: Molloy, Malone muere y El innombrable, lo que modificó mi forma de entender el monólogo interior y hasta dónde se podía llegar con la literatura. No sé si son mis libros favoritos, pero son los que más me han impactado. Unido al cóctel podemos meter Hambre de Knut, Pulp de Bukowski y Un hombre que duerme de Perec. Con esos referentes, me atreví a contar mi propia historia sobre perdedores.

Violeta es un personaje del que no se dice nada, ni siquiera su nombre, desde una perspectiva que no sea la del protagonista. Eso me parecía tremendamente atractivo. Describir a una persona a través de los ojos de un tercero y convertirla en un objeto enfermizamente deseable a pesar de sus adicciones, problemas o taras. Violeta existe, pero solo a través de los ojos de él y a partir de ahí siempre habrá una decepción, un hueco, una distancia entre la realidad y lo ideado. No percibirlo es lo que te convierte en un perdedor. Es más, ser el último en darte cuenta de que has perdido te lleva más allá de la figura del perdedor. A serlo de verdad.

Esas figuras tan peculiares como potentes se deslizan sobre un escenario que en términos descriptivos resulta impresionante, por su dibujo al detalle, por su portentosa capacidad de transmisión sensorial total (en olores, imágenes, sonidos, texturas…). Y por su espectacular reproducción de una atmósfera viciada. Dentro del proceso creativo de la obra, ¿surgieron antes el contexto y el espacio o los personajes? ¿Cómo fuiste desarrollando, paso a paso, ese escenario que, por otro lado, podemos entender como extrapolable a una ciudad o localización indeterminada, simplemente levantada desde su terrible apariencia decadente, infrahumana?

El personaje, hijo de muchas otras lecturas, debía adaptarse a ese mundo en el que habitaba. No se sabe quién o qué fue primero, si el espacio o la persona y en qué medida se influyen o se retroalimentan. Es algo que nos pasa a todos. El escenario es siempre un personaje más que acompaña a la historia, y se crea igual que el resto de personajes. Cuando escribes con brújula (sabiendo dónde quieres ir pero no exactamente el camino), los paisajes van surgiendo, como quien dobla una esquina y descubre una nueva plaza o calle en la que desarrollar una acción.

Me parecía interesante no situarla en ningún lugar concreto, ni momento especial. Esa indefinición, que también se da en los nombres de los personajes, me hacía más atractiva la historia. Ir al grano de la indeterminación, a lo esencial de lo confuso, al detalle de lo general. Moverse en la misma bruma en la que se desarrollan los pensamientos del personaje principal, convertir en irrelevantes datos que (como te dirán en los primeros cinco minutos del primer día en la primera clase de literatura) se supone que deben estar totalmente atados y definidos en la ficha del personaje antes de comenzar una obra. No me apetecía eso en mi historia. Quería que el lector se sintiera tan confundido sobre la realidad como el propio personaje. No ofrecer certezas, sino intuiciones. Así es como nos movemos todos, si lo pensamos. Por eso, por ejemplo, me gustaba el juego onírico que se establece en algunos capítulos para dar pistas al lector. Permitirle un espacio de reflexión y elipsis en las que sea él quien rellene los huecos. Contarle muchas historias, o ninguna, en un solo libro.

¿Cómo te has sentido por primera vez en el formato novela en detrimento de tu tan cultivada dedicación al formato más breve del cuento y el relato? ¿Cómo consideras que se inserta Marrón cobalto en el panorama literario actual?

El relato es complejo, pero practicarlo me permitió abordar una novela. Ha sido complicado, pero adictivo. Quien escribe, y no lo hace por ego sino por respeto a la propia literatura, sabe lo frustrante que puede ser no alcanzar a expresar lo que se quiere y también conoce el placer de encontrar el hallazgo exacto.

José Antonio Sau, cuando leyó la novela, escribió: “Espero que esa deuda de éxito que tenemos con este artista puro se salde próximamente”. El éxito (entendido como un gran volumen de ventas) es improbable cuando disparas desde los márgenes y no analizas el mercado para situar una obra en el caudal del mainstream; cuando se busca una expresión literaria más allá de satisfacer al mayor número de lectores posible (ego incluido) con fórmulas que ya se conocen. Sin embargo, para mí el éxito es estar satisfecho con la obra, oír a los lectores. Pero las ventas no son imposibles… porque por ejemplo ya va por su segunda edición. Hay que perseverar para que encaje. Y con respecto al considerar arte a esta literatura, me parece algo demasiado complejo y que no se busca ni llega… se conquista con un buen trabajo. Así que, como me confesó parte del jurado del certamen literario Ateneo de Madrid, creo que es “un golpe de aire fresco” entre las más de 400 novelas que se presentaron y en el panorama actual.

¿Dónde puede encontrarte y seguir tus pasos nuestra comunidad lectora? ¿Qué planes tienes a corto y medio plazo fuera de Marrón cobalto?

Abrí una cuenta de Instagram para promocionar la novela @marron_cobalto y @marroncobalto en Twitter. Todo parecía indicar que sería mi primera y última novela y quería situarla en el centro (evitando ponerme a mí mismo). Sin embargo, estoy escribiendo otra obra y ya veremos qué hago con la promoción… si es que se edita. Tengo el primer borrador, que no es poco. Pero todavía quedan muchas fases por las que transitar. Esperemos que ocurra en 2024.

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